14 de abril 2021.
Dios en el silencio.
Lectura bíblica: 1 Reyes 19.1-18
”Tras el terremoto vino un fuego, pero el Señor tampoco estaba en el fuego. Y después del fuego vino un suave murmullo. Cuando Elías lo oyó, se cubrió el rostro con el manto y, saliendo, se puso a la entrada de la cueva. Entonces oyó una voz que le dijo: —¿Qué haces aquí, Elías?”
(1º Reyes 19.12-13)
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La historia del profeta Elías es una de las más impactantes que podemos encontrar en la Palabra de Dios. Un verdadero hombre de Dios, que vivió y tuvo que ejercer su ministerio profético en una de las épocas más convulsas de Israel. Él tuvo que enfrentar la apostasía del Pueblo, la persecución de los líderes, tanto religiosos como políticos y sociales, la sequía, el hambre, la sed, la muerte, el enfrentamiento, la corrupción, la soledad y la depresión… Realmente pasó en su vida por muchos retos que le llevaron a vivir una vida llena de desafíos, desesperación y agonía, pero también de milagros y manifestaciones impresionantes, donde fue testigo del poder y de la obra de Dios de maneras increíbles.
Si nosotros repasamos, y te animo a que leas, el primer libro de Reyes, donde encontramos la vida y ministerio de Elías, podemos encontrar que fue un hombre que siempre buscó la voluntad de Dios y se atrevió a seguirla, a pesar de que esto le pusiera en situaciones muy complicadas. En el capítulo 19 podemos ver a Elías en uno de esos tiempos complicados en su vida. Él se encontraba solo, seguramente se sentía abandonado, desamparado, con casi total seguridad se estaría preguntando por qué tendría que vivir así, perseguido, en una cueva, ¡¡deprimido!! “Elías se asustó y huyó para ponerse a salvo. Cuando llegó a Berseba de Judá, dejó allí a su criado y caminó todo un día por el desierto. Llegó adonde había un arbusto, y se sentó a su sombra con ganas de morirse. «¡Estoy harto, Señor! —protestó—. Quítame la vida, pues no soy mejor que mis antepasados.»” (1ª Reyes 19.3-4)
Es en ese momento cuando más necesitaba sentirse cuidado y amado por Dios, necesitaba la palabra y oír la voz de Dios, y el Señor no se retrasa en ayudarle en su necesidad. La Palabra nos asegura que, a pesar de nuestro estado, de nuestra falta de entrega, de desánimo, de frustración… el Señor siempre está próximo “El Señor está cerca de los quebrantados de corazón, y salva a los de espíritu abatido.” (Salmo 34:18), y que lo único que necesitamos es llamarle de corazón, de manera sincera “El Señor está cerca de quienes lo invocan, de quienes lo invocan en verdad” (Salmo 145:18) para que Él conteste a nuestra necesidad, y esto es lo que sucedió con Elías.
Pero en este día quiero llamarte la atención a cómo Dios le consoló, le habló y le enseñó su voluntad. Todos nosotros estamos acostumbrados a leer y a esperar a Dios en medio de una manifestación asombrosa, llena de poder sorprendente, y es verdad que en muchas ocasiones así se muestra, pero en muchas otras ocasiones, como en este encuentro con Elías, el Señor se acerca de maneras radicalmente diferentes, según nuestra necesidad. Como nos dice 1º Reyes 19.12, Él se muestra en medio de un “silbo apacible y delicado” (RVR60), un “suave murmullo” (NVI), “el ruido delicado del silencio” (TLA), que requiere que nosotros dejemos pasar “el viento recio”, soportar “el terremoto” y apagar “el fuego” (vr. 11-12).
Necesitamos agudizar nuestros oídos espirituales y esto solo lo conseguiremos por medio de la meditación en Su Palabra, en Su presencia. Tenemos que aprender a buscar al Señor, no solo en las grandes manifestaciones y por medio de nuestros sentimientos y emociones, sino crear el espacio necesario para dejar que su “delicado silencio” pueda entrar hasta lo más profundo de nuestra alma, para que pueda transformarnos y traer paz y dirección a nuestro corazón.
REFLEXIONEMOS:
¿Cómo buscamos al Señor? ¿Acallamos nuestra alma para poder escuchar el silencio de Dios? ¿Cuánto tiempo invertimos en oir al Señor? ¿Damos tiempo a que pase el rugiente viento, el terremoto y el fuego para que podamos escuchar el silbo apacible y delicado donde se mueve el Señor? ¿Meditamos en la presencia del Señor para que sea Él el que ponga su palabra en nosotros o somos nosotros quienes hablamos a nuestro corazón?