Crisis y adversidad: ¿cómo enfrentarlas?

30 de junio de 2021.

Hacia la medida de la estatura de la plenitud de Cristo.

Lectura bíblica: Rut 1:1-22

Y ella les respondía: No me llaméis Noemí [Placentera], sino llamadme Mara [Amarga]; porque en grande amargura me ha puesto el Todopoderoso. Yo me fui llena, pero Jehová me ha vuelto con las manos vacías. ¿Por qué me llamaréis Noemí, ya que Jehová ha dado testimonio contra mí, y el Todopoderoso me ha afligido?” (Rut 1.20-21)

Cuando leemos historias como las de Noemi, que recomendamos hoy como lectura bíblica devocional, o las de Job o Pablo, nos conmovemos y nos dolemos ante el sufrimiento, el drama y los retos que estos personajes tienen que atravesar y vivir. Pero a la vez tenemos una ventaja con ellas, es que podemos ver y conocer el final, el desenlace y, por lo tanto, en casi todos los casos, podemos ver el propósito que ha tenido esa crisis o adversidad en sus vidas, y también como podemos aplicarlo a nuestras vidas. Como decíamos ayer, reflexionar en ellas nos ayudan a entender que el paso por el valle de sombra de muerte, por esos momentos de dolor agudo, son la manera extraña que Dios usa para llevarnos, por el sufrimiento, a nuevos niveles de compromiso con él y con los asuntos de su Reino. Algo que podemos ver en muchas de las vidas de “héroes de la fe”, es que el sufrimiento ha hecho mucho más para llevarles a la profundidad de la realidad de Dios en sus vidas que lo que han hecho el placer y las alegrías.

Vivir significa enfrentar cambios, y muchas veces esos cambios conllevan pérdidas y dolor. Hay perdidas en las cuales el dolor es soportable y manejable, pero en otras ocasiones ese dolor viene de catástrofes en nuestras vidas con un impacto de consecuencias incalculables, que generan efectos permanentes y parece que no van a terminar nunca. Estas crisis son devastadoras y nos marcan de por vida. Algunas veces los efectos son inmediatos y obvios, otras veces, las consecuencias y el dolor se van acumulando, como le ocurrió a Job o Noemí, o vienen de manera gradual pero inexorable, y no podemos hacer nada para detenerlo. El dolor y la adversidad vienen en todo tipo de formas y tamaños, pero en todos los casos nosotros somos retados a tomar una actitud antes ellos, que seguramente marcará nuestra vida “a fuego”.

Algo que debemos entender es que, con los tipos de dolor, sean espirituales, físicos o emocionales, necesitamos aceptar que es difícil, cuando no imposible, comparar un tipo de sufrimiento con otro. La razón es porque, en su propia manera, cada sufrimiento y la manera de vivirlo es único. Dice el dicho que “todas las comparaciones son odiosas”, y esto es una gran realidad con el sufrimiento. Cuando intentamos comparar nuestro sufrimiento con el de otro, podemos llegar a dos conclusiones igual de nefastas: Quitarle importancia, por lo tanto, terminar con el sentimiento de que nuestro dolor no está justificado, como si no fuera tan malo como parece y por lo tanto no debiera causar tantas cicatrices y trauma como lo hace, por lo tanto hay que obviarlo. O, por el contrario, sobredimensionarlo, y pensar que nadie ha sufrido tanto como tú, de manera que nadie puede realmente comprenderte y por lo tanto ofrecerte una ayuda eficaz.

Pero la pregunta apropiada que nos enseña la Palabra a plantearnos no es por qué o cuál sufrimiento es peor, sino qué lección se puede aprender de él, y cómo podemos crecer gracias al dolor que trae. Para esto tenemos el mejor ejemplo, el de Jesús. Cuando nosotros leemos el Nuevo Testamento vemos la vida del Señor, y como Él atravesó la adversidad, el dolor, la pérdida y el sufrimiento, ¡habría tantas circunstancias que relatar sobre su sufrimiento! Tan solo pensar en lo que Él vivió durante la semana de Pasión, la humillación de su espíritu y el padecimiento en su cuerpo, para llegar a ser crucificado. Pero en el relato bíblico, nunca se nos presenta el camino de Jesús en la Tierra como una queja o una búsqueda del por qué, sino que siempre tiene un propósito y un para qué “Y Cristo, en los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente. Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia; y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen” (Hebreos 5:7-9) Aquel que fue perfecto, necesitó pasar por el sufrimiento para ser perfecto en todo. Jesús nos demuestra la pedagogía del sufrimiento y la pérdida tanto en los pequeños, como en los grandes acontecimientos de su vida. Si Él lo necesitó ¿Qué decir de nosotros?

El deseo de Dios es que el creyente esté por encima de sus problemas. El sufrimiento, el dolor, la crisis y la adversidad son una realidad de la vida, y Dios quiere usarlos como parte del proceso de formación de nuestro carácter. Como decíamos antes, a nosotros nos queda elegir cómo responder, podemos hacerlo con frustración y enfado, que seguramente nos lleve al desánimo o la desesperación, o echar mano de los recursos necesarios para soportar lo que nos sobreviene. Dios suele usar las molestias menores para prepararnos para enfrentar los grandes desafíos y de tiempo en tiempo, nos concede la disfrutar de lo asombroso y gozoso. Es el deseo de Dios que sus hijos crezcan y se puedan sobreponer a los problemas que enfrentan, hasta alcanzar incluso la estatura de Cristo. “hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo” (Efesios 4.13)