Crisis y adversidad: ¿cómo enfrentarlas?

01 de julio de 2021.

Llamados a sufrir con Cristo.

Lectura bíblica: 2 Corintios 12:1-10

Por eso me complazco en las debilidades, afrentas, necesidades, persecuciones y angustias por la causa de Cristo; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte.” (2ª Corintios 12.10)

Hemos estado tratando estos anteriores días sobre todo de adversidades y crisis que son provocadas por tragedias o circunstancias que se escapan a nuestro control. Sobrevienen a nuestra vida y nos infringen un sufrimiento insoportable, ya no solo por lo dolorosos que puedan ser y la devastación que provocan, sino por lo incontrolable, la desestabilidad y el caos que traen a nuestra vida.

Pero hay otros sufrimientos y adversidades que vienen como consecuencia de seguir al Señor y/o por las decisiones que tomamos en el ministerio al que somos llamados por Él. Realmente a todo lo largo de las Escrituras, podemos encontrar decenas de ejemplos de siervos de Dios que sufrieron por su compromiso con Dios, por obediencia a sus mandatos o por el ministerio que estaban llevando adelante en Su nombre. Abraham, José, Moisés, David, Nehemías, Jeremías, casi todos los Profetas, Juan el bautista, los discípulos de Jesús, la primera Iglesia, Pablo, el propio Jesús, podemos ver como sufrieron consecuencia de su fe y del ministerio que llevaban adelante. Cada uno de ellos eran conocedores de los peligros que entrañaba seguir y servir al Señor, pero aún así no bajaron los brazos, no cejaron en su empeño y en muchos casos pagaron un altísimo precio de sufrimiento, adversidades y muerte. Ellos experimentaron adversidades de todo tipo, algunas por peligros naturales, otras por la oposición de judíos o gentiles, que en algunos casos les infligieron castigos tan severos que los pusieron al borde de la misma muerte.

Por otra parte, también hay privaciones que ellos mismos se imponía porque las consideraban necesarias para cumplir su llamamiento y a las oportunidades de ministerio; recordemos a Daniel y sus compañeros; a Ezequiel y las visuales profecías que representó para hablar al Pueblo; Oseas y su esposa infiel… y así podríamos seguir pasando por decenas de discípulos que decidieron obedecer sufriendo.

Por último, me gustaría mencionar el “aguijón en la carne” de Pablo. Él dice que Dios se lo dio “para que no me exalte desmedidamente por la grandeza de las revelaciones” (2ª Corintios 12.7). Aunque Pablo le rogó a Dios que se lo quitara por tres veces, la respuesta fue “no”, y como vemos en el texto que encabeza este devocional, Pablo entendió que, por medio de esta adversidad, Dios mostraría su poder en el ministerio de Pablo, de forma que en otras circunstancias no lo hubiera hecho.

En este día, quisiera que nosotros pudiéramos reflexionar sobre el poder transformador que tienen las aflicciones, las crisis, las adversidades y hasta el dolor en mi vida. Estas situaciones dolorosas y difíciles que vienen a nuestra vida son capaces de transformarme y convertir esos cambios en permanentes, de producir un reordenamiento de nuestras prioridades de vida y ministerio, así como forzarnos a encontrarnos con Dios en un nivel más profundo del que hasta ese momento hemos experimentado. En este tiempo en el que todos “huimos como de la peste” del dolor y de toda situación complicada, necesitamos entender que, si queremos crecer y ser usados por Dios para ser de bendición en medio de este mundo que está herido, roto y quebrantado, necesitaremos sufrir, entrar en circunstancias difíciles y complicadas, que no nos gustan, que no son de nuestra apetencia o que nos pueden llevar hasta la muerte, pero que solo cuando nosotros entendamos que “el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por causa de mí y del evangelio, la salvará.” (Marcos 8.35) podremos realmente ser verdaderos siervos del Señor y útiles en sus manos.

Servir al Señor y ser instrumentos suyos no funciona con un ministerio “online”, de “guante blanco”, donde no nos manchamos y vemos los “toros desde la barrera”. Si nosotros lo que buscamos es protegernos de todo dolor y aflicción, poniéndonos a nosotros en primer lugar, habremos confundido el llamado de nuestro Señor, que sigue siendo “llamó a sí a la gente, juntamente con sus discípulos, y les dijo: —Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame.” (Marcos 8.34) El Mesías se encarnó, bajo al barro, se hizo presente en medio del sufrimiento de este mundo, se aproximó a las necesidades de la gente y los sirvió con pasión, para poder ser su Salvación muriendo en una cruz. Nosotros sus discípulos necesitamos asumir que hemos sido enviados como Él fue enviado “Así como tú me enviaste al mundo, también yo los he enviado al mundo.” (Juan 17.18) y, por lo tanto, “si somos hijos también somos herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados” (Romanos 8:17).