LA BUENA VIDA.

08 de mayo 2021

En los lugares más impensables.

Lectura bíblica: 1ª Corintios 1.18-2.5

“Pero Dios escogió lo insensato del mundo para avergonzar a los sabios, y escogió lo débil del mundo para avergonzar a los poderosos.” (1ª Corintios 1.27)

Este sábado queremos compartir un testimonio sobre el entendimiento de la Buena Vida del Dr. Christopher A. Hall, que nos puede ayudar a dar un paso importante para nuestro crecimiento espiritual. El Dr. Hall posee título de Bachiller de la University of California en Los Angeles (en historia), y títulos de posgraduado de Fuller Theological Seminary (en estudios bíblicos), de Regent College en Vancouver, B.C. (en teología) y de Drew University (en teología histórica y sistemática).

El relata que en un tiempo de angustia y preocupación que vivió “había olvidado no sólo el carácter sorprendente de “la buena vida” como la describe la Escritura, sino que en mi ansiedad e introspección había pasado por alto esas personas relevantes en mi vida que habían demostrado la misma perspectiva de la Escritura. Por ejemplo, Mary S.

Durante mis estudios de postgrado trabajé como director de cuidado pastoral en el único hospital estatal gero-psiquiátrico de Nueva Jersey. Como podrás imaginar, el trabajo pastoral en un lugar como éste es exultante, deprimente, emocionante, tedioso, humorístico, trágico, frustrante y satisfactorio. ¡A menudo experimentaba todos estos sentimientos contradictorios en un solo día!

Mary S. era una paciente del hospital. En cierta ocasión, al final de un largo día, recibí una llamada que me comunicaba que el hospital había trasladado a Mary a una unidad local de cuidados intensivos. Su corazón le estaba fallando y parecía que le quedaban pocas horas de vida. El lugar que yo menos deseaba visitar ese día era una unidad de cuidados intensivos. El dolor, sufrimiento y confusión que había visto en la vida de mis amigos en el hospital iba afectando mi fe cada vez más. Muchos morían solos, en angustia mental y psicológica. ¿Dónde estaba Dios en toda esta tragedia? ¿Le preocupaba esto a Dios o es que estaba teniendo una serie de días malos? ¿O quizás estaba teniendo un horrible lapsus de memoria? Y, como capellán, ¿qué estaba logrando yo?

Según me dirigía a cuidados intensivos para visitar a Mary, sentía como que mi fe se iba evaporando. ¿Qué tenía para ofrecerle? ¿Una oración sin fe?, ¿huecas palabras de ánimo? Con toda probabilidad ella ni tan siquiera podría reconocerme o entenderme en su nube de esquizofrenia, cáncer y medicación. Conforme oscurecía, la carretera por la que transitaba me parecía un túnel oscuro y solo que no se dirigía a ningún lugar.

Cuando llegué al hospital, saludé al personal de la unidad de cuidados intensivos y me dirigí a la habitación de Mary. Mis últimos vestigios de fe desaparecieron cuando entré a su habitación. Aparentemente Mary, en sus momentos de confusión, había intentado arrancar los muchos tubos que tenía conectados. Las enfermeras se habían visto obligadas a impedir el movimiento de sus brazos y se los habían atado a la barandilla de su cama. Además, un respirador artificial le proveía aire a través de su boca y garganta. Se le veía aterrorizada, confundida, en dolor y terriblemente sola. ¿Y quién se aparecía para ofrecerle consuelo, ánimo y oración? Un capellán sin fe, quien en ese momento cuestionaba seriamente la existencia de Dios.

Me dirigí a la cama de Mary, tomé su mano por un breve instante, y pronuncié una oración muerta. Yo irradiaba incredulidad. Mary me estaba mirando fijamente desde que entré en la habitación, con lo que yo interpretaba eran ojos de desesperación. Según me di la vuelta para irme, ella comenzó a llamarme con una de sus manos atadas, indicándome que deseaba escribirme un mensaje. En mi trabajo psiquiátrico había aprendido que los pacientes poseen una extraña habilidad para detectar la falta de sinceridad. “¡Que bien!”, me dije a mí mismo. “Mary ha intuido esa falta de sinceridad en mi amor y preocupación y quiere reprochármelo. Pues, que así sea”.

Resignadamente puse una hoja de papel en la tablilla y la acerqué a la mano atada de Mary. Ella comenzó a escribir letras torcidas, sintiéndose frustrada por la sábana que ataba su muñeca. Los minutos pasaban lentamente, al ritmo de los característicos zumbidos y vibraciones del respirador. Finalmente dejó de escribir y le di la vuelta a la tablilla para leer su mensaje. Verdaderamente esperaba una nota airada de reprimenda, condenando mi hipocresía e insensibilidad. Una buena manera de terminar un mal día, me dije a mí mismo. El mensaje de Mary decía:

Amo a mi Jesús.

Gracias por su visita.

Su Jesús le ama a Ud. también.

Me siento bendecida.

Gracias sean dadas a Dios”.

El ruido de los zumbidos y vibraciones del respirador continuaba. Los ojos saltones y humedecidos de Mary todavía parecían aterrorizados. Pero en un momento de gracia y claridad, ella había visto claramente, mientras yo seguía ciego. ¿Estaba Mary experimentando el mismo gozo que Pablo había experimentado entre las cadenas romanas?

Mi intención no es romantizar el sufrimiento de Mary ni tampoco doy gracias a Dios por éste. Sin embargo, aquella noche aprendí que la buena vida no está limitada al rico, al poderoso, a quienes duermen entre la comodidad de la seda, al saludable, o a los completos de mente y espíritu. De hecho, Mary me enseñó que la buena vida, la vida del Espíritu, se puede encontrar en los lugares más impensables: en los barrios pobres de Calcuta, las selvas de Ecuador, las prisiones de Irán, los campos de la muerte de Ruanda y en la habitación hospitalaria de una esquizofrénica agonizante. ¿No es verdad que podemos pasar por alto la buena vida porque fallamos en reconocer y comprender sus contornos, ritmos y rima? ¿Fallamos en experimentar la buena vida porque nuestras expectativas de esa vida han sido forjadas en un horno extraño? Quizás simplemente estamos mirando en la dirección equivocada.”

(Tiempo y lugar para Dios: libro3 – Hacia el crecimiento espiritual, pp. 8-9)