09 de abril 2021.
Amor con Dios.
Lectura Bíblica: Juan 21. 15-19
“Y volvió a preguntarle: —Simón, hijo de Juan, ¿me amas?”. (Juan 21.16)
Gregorio de Nisa en el siglo IV escribía: “Esta es la verdadera perfección: no evitar una vida mala porque nosotros, como los esclavos, tememos servilmente al castigo, ni hacer el bien porque esperamos recibir recompensas, como si sacáramos provecho de la vida virtuosa por alguna clase de arreglo formal. Al contrario, no haciendo caso de las cosas por las que esperamos y que han sido reservadas por la promesa, consideremos que caer de la amistad de Dios es la única cosa terrible que podría sucedernos, y que llegar a ser amigos de Dios es lo único digno de honor y anhelo” (La vida de Moisés, citado en Devocionales Clásicos, p. 182).
En nuestra sociedad casi todo se mueve a través de castigos o premios, y esto es algo que también trasladamos a nuestra vida espiritual. Como cristianos, en muchísimas ocasiones, tomamos nuestras decisiones por los galardones (a veces las llamamos “coronas”) que vayamos a recibir o a la condena que queremos evitar. Es curioso que, practicando en una fe sustentada en la entrega desinteresada y altruista de nuestro Señor, nosotros, especialmente cuando se trata de desarrollar las disciplinas espirituales, seamos movidos a obedecer por el resultado que vamos a obtener. Pero, la Palabra de Dios nos sugiere que la obediencia debe ser amada por lo que es, no sólo por sus galardones o por temor al castigo. Necesitamos crecer en nuestro entendimiento de la Gracia, como la vertebradora de nuestra vida y crecimiento espiritual, para que esta nos ayude a vivir más allá del premio o el castigo a recibir.
Un verdadero entendimiento de la Gracia de Dios nos ayuda a disfrutar plenamente del Amor de Dios por nosotros, y nos lleva a buscar fortalecer nuestra amistad con Dios. Cuando realmente hacemos nuestra la Gracia de Dios y comenzamos a atisbar por medio de ella el inmenso Amor del Señor por nosotros, es cuando comenzamos a necesitar y buscar pasar tiempo con Él y abrir nuestra vida para compartirle cada vez más de ella, de nuestros sueños, esperanzas, metas, triunfos y fracasos. Es por medio de la Gracia que nosotros podemos abrir nuestra vida a Jesús para que nos ame como un amigo querido. Esa amistad con Dios nos ayudará a abandonar nuestra inclinación a la autoexaltación, la auto denigración, o el autoengaño a las que nos lleva la práctica de las disciplinas espirituales sin la Gracia de Dios.
Estos peligros, que están al acecho cuando practicamos las disciplinas espirituales dejando de lado la Gracia de Dios, pueden ser vencidos cuando nosotros hacemos un hábito en nuestras vidas el pasar tiempo con Dios, evaluar junto con Él cada área y las intenciones de nuestro corazón; cuando invertimos tiempo con Jesús tomando decisiones de vida buscando crecer en nuestra percepción espiritual y en el entendimiento de Su voluntad. Sólo cuando nosotros sentimos que el Amor de Dios es real en nuestros corazones, es cuando podemos tener confianza para que nuestra comunicación crezca y se haga profunda de tal manera que disfrutamos del tiempo juntos, y podemos compartir los asuntos más íntimos y las luchas más personales. La Gracia nos ayuda a reconocer y fijar nuestra mente en la realidad de que el Amor de Dios está fluyendo hacia nosotros continuamente.
El desafío es que cuando vivimos en la libertad que nos da sabernos amados, valorados y en las manos de Dios, las disciplinas espirituales, tales como la oración, la lectura bíblica, el ayuno, el servicio… no se conciben como mecanismos de superación personal, sino como medios de aplicar la Gracia a la vida interior.
REFLEXIONEMOS:
¿Qué lugar ocupa la gracia de Dios en la lucha entre nuestra disyuntiva de recibir premio o castigo? ¿Cuáles dirías que son las áreas de mayor tentación que te atan a una práctica infructuosa y dañina de las disciplinas, o que te impiden practicarlas?
El ojo derecho del alma mira hacia lo eterno, mientras que el izquierdo mira hacia las cosas de este mundo. Valiéndonos de esta metáfora, ¿cuál de los ojos domina en ti? ¿Qué patrones en tu vida indican cuál es el “ojo” dominante?
Qué cuatro pasos prácticos puedes comenzar a dar para fortalecer tu amistad con Dios.