» Preparación para el resto de la vida»

15 de julio de 2021.

Una vida de fidelidad.

Lectura bíblica: Daniel 3

“Ciertamente nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego ardiente; y de tu mano, oh rey, nos librará. Pero si no lo hace, has de saber, oh rey, que no serviremos a tus dioses ni adoraremos la estatua de oro que has levantado”

(Daniel 3: 17-18)

En este camino que andamos recorriendo juntos, hemos llegado al punto donde necesitamos mirar hacia adelante, reflexionar y decidir qué hacer con todo este énfasis en dar un tiempo y lugar para Dios, en aprender a clamar a Él para escuchar su revelación, en colocarnos en el lugar adecuado a través de las diferentes diciplinas, con el fin de que Él pueda transformarnos. Hemos visto como lo primero es lo primero, que no podemos movernos sin el Gran Mandamiento en nuestro corazón, alma y mente (Mateo 22:37-40), y sin la búsqueda constante del Reino de Dios en nuestro día a día. Todo lo demás surgirá de este fundamento sólido, tal y como hablábamos ayer.

Sin embargo, el recorrido no es fácil, y los momentos de confrontación, las pruebas, las dificultades, las tentaciones, sobrevendrán, y ahí, tal y como se prueba la pureza del oro, será probada nuestra fidelidad. Es ahí, donde la realidad se manifiesta, y donde podemos comprobar hasta qué punto nuestra vida ha sido transformada, o solo hemos sido seducidos por las palabras en una enseñanza que no hemos dejado que nos impregne, y tal y como ha llegado a nosotros se desvanece. Podemos tener la Palabra en nuestras manos, podemos disfrutarla en diferentes versiones, formatos, traducciones, digitales o en papel, incluso en pergaminos, podemos leerla cada día, y sin embargo, no haber ningún cambio que evidencie su poder en nosotros. Pero también, podemos “comerla”, hacer que ella forme parte de nuestro ser hasta el punto de hacerse viva en nosotros. Como Ezequiel comió el rollo y pudo así trasmitir el mensaje a los israelitas, una palabra dulce como la miel (Ezequiel 3: 1-3; Jeremías 15:16), una Palabra poderosa que nunca regresa vacía. Y es que el Mensaje de Dios, no ha sido dado para informarnos, sino para transformarnos.

Y es esa tremenda transformación la que vemos en los tres amigos de Daniel: Sadrac, Mesac y Abednego, cuyo carácter mostraba una integridad tal, que, aun siendo extranjeros, pertenecientes a un pueblo cautivo, aun siendo judíos, fueron puestos sobre la administración de la provincia de Babilonia. Junto con Daniel, estos tres hombres mostraron su lealtad como creyentes, supieron ser de bendición allá donde estaban, en las condiciones que estaban, sin renunciar a su credo (Daniel 1:8). Esa fidelidad se veía en su día a día, ya que Dios les dio una “aptitud excepcional para comprender todos los aspectos de la literatura y la sabiduría”, hasta el punto de que el mismo rey les consultaba, antes que a sus magos y brujos, cualquier asunto que requería sabiduría y un juicio equilibrado (Daniel 1: 17-20). Y fue ese carácter transformado lo que les llevó a ser fieles aún en la situación tan crítica que vivieron y que leemos en el texto de hoy.

La gran estatua de oro de Nabucodonosor representa la ambición idolátrica hacía la persona del rey, la ostentación de las riquezas, una adoración a todo aquello que la sociedad babilónica exaltaba, una adoración que implicaba la aceptación del poder humano sobre la vida total de las personas, incluso en el aspecto religioso. Hoy, quizás nos podemos preguntar cómo se presenta a nosotros esa estatua, cuántas veces nos rendimos a los pies de unos valores que no son los que hemos creído, de qué manera claudicamos a la evidencia de una realidad que se aparta radicalmente del mensaje de la Palabra. Y no comencemos a pensar en que caiga fuego del cielo y consuma a nuestra actual Babilonia (Lucas 9:54), sino en cuántas veces, toalla en la cintura, soy capaz de servir fiel a los valores del Reino, lavando los pies de todos, incondicionalmente, en esta sociedad en la que hemos de ser sal y luz.

Esa fidelidad es la que mostraron esos tres hombres, que incluso en el momento más crítico dieron un testimonio real, en total paz, a aquel soberbio rey, pues aun sabiendo que Dios podía librarles de ese fuego, aceptaban en humildad, en sometimiento, en total dependencia del Señor, su decisión de salvarles o de no hacerlo (Daniel 3:18). ¿Cuántas veces me pregunto si en situaciones críticas seré capaz de responder así? ¿Hasta dónde acepto la voluntad de Dios? Aun sabiendo que su sabiduría es infinita, que sus pensamientos nunca serán los míos, que es una locura querer entender al Creador de este Universo, aun así, ¿cuántas veces nos enfadamos terriblemente cuando no responde como queremos a nuestras oraciones? Hasta qué punto podemos decir como Sadrac, Mesac y Abednego: Él puede, pero si no lo hace seguiremos adorándole, poniéndole a Él siempre en el primer lugar de nuestra vida.

La enseñanza que recibimos hoy es potente y clara, la verdadera fidelidad implica un estilo de vida en el que, aún en las circunstancias más difíciles, tenemos la certeza de que Dios está al control, sabemos que puede haber “uno más entre las llamas” como dice la canción, para librarnos del fuego, o para acompañarnos mientras somos consumidos. Solo un corazón transformado por el amor de Dios, que es capaz de amarle por encima de todo, puede responder como lo hizo Job tras su gran agonía: “Yo sé que mi redentor vive” (Job 19:25).

Estos tres jóvenes, al igual que el mismo Daniel (Daniel 6), nos enseñan como caminar en este mundo tan dolido, como vivir una vida de testimonio real que hace a los demás mirar hacia Dios, que evidencia una fidelidad que convence radicalmente, que es de influencia en las vidas de los que son testigos, que revoluciona, que va en contra de la corriente, que llega más allá de la superficie y transforma la existencia. Jesús fue enviado con ese propósito, y así nos envía a cada uno de nosotros.

REFLEXIONEMOS:

Piensa sobre tu fidelidad en los diferentes momentos de tu vida. ¿Cómo reaccionas cuando estás en dificultades? ¿Cómo es tu adoración a Dios? ¿Está por encima de las circunstancias? ¿Vives la Palabra? ¿O solo la escuchas?

Paloma Ludeña Reyes