05 de Marzo 2021.
Como león rugiente.
Lectura bíblica: Efesios 6.10-20;
“¡Estén alerta! Cuídense de su gran enemigo, el diablo, porque anda al acecho como un león rugiente, buscando a quién devorar.” (1ª Pedro 5.8)
Esta semana uno de los objetivos que buscamos es iniciar un autoexamen que nos ayude a identificar, como los tres obstáculos más importantes que encontramos en la Palabra, nos están afectando en nuestro desarrollo espiritual e impidiendo nuestra madurez.
Los dos primeros, el mundo y la carne, ya los hemos tratado en devocionales anteriores, hoy queremos reflexionar sobre el diablo. Seguramente es el oponente más complicado que tenemos en nuestro camino, y que más trabaja para crear en nosotros dinámicas de autoengaño, que nos separan de que se cumpla la voluntad y el plan de Dios en nuestras vidas. El Apóstol Pablo nos dice que: “Pónganse toda la armadura de Dios para poder mantenerse firmes contra todas las estrategias del diablo. Pues no luchamos contra enemigos de carne y hueso, sino contra gobernadores malignos y autoridades del mundo invisible, contra fuerzas poderosas de este mundo tenebroso y contra espíritus malignos de los lugares celestiales.” (Efesios 6.11-12)
La Palabra de Dios define al diablo como un poder que se alía con el mundo y la carne, para tomar autoridad en nuestra vida. Esta ocupación busca moldear nuestra mente y gobernar nuestro corazón, para producir la maldad que está en oposición a la obra de redención de Cristo Jesús. Por esto, es clave que nos empeñemos en ser conscientes de las áreas que ocupan en nuestra vida, con el fin de resistirle enérgicamente, con humildad y asumiendo nuestra propia debilidad, pero en el poder del Espíritu. Necesitamos asumir que cada avance del Reino de Dios en nuestra vida será consecuencia de una guerra con estos poderes de ocupación para desalojarlos.
Uno de los grandes problemas de los que partimos en esta lucha, es que, como dice Richard Lovelace: “entre los cristianos modernos existe una extraña incapacidad de poder tomar en serio esta información, y una incomodidad, aun entre los evangélicos, en cuanto a la atención que se le presta. Me parece que esta renuencia no se debe a que el tema sea trivial, mórbido, o peligroso; sino a que estas fuerzas tienen acceso a nuestras mentes, y son tan eficientes en cegarnos a su presencia como lo son en velar el evangelio al mundo” (Dynamics of Spiritual Life, págs. 70-71)
Cuando junto con mi familia, fuimos misioneros en África, una de las cosas que nos sorprendió y nos golpeó, fue que el diablo aparecía y se mostraba en medio de la sociedad con toda su crudeza, sin ambages, disfraces, ni caretas… Él hablaba a la gente y se movía sin vergüenza y con todo el descaro demostrando su obra y su poder. Esto me hizo cuestionarme mucho por qué no lo veía así cuando vivía en España. El Señor me mostró que el diablo se movía y llevaba a cabo su plan de igual manera en un lugar que en otro, pero que su “modus operandi” (modo de operar) se adaptaba a los lugares, sociedades y culturas para conseguir llevar adelante su obra de oposición y destrucción. Algunas veces mostrándose como un ser maligno, otras veces como serpiente, otras veces como ángel de luz y otras veces “negándose a sí mismo” (ocultando su presencia), y que esta última estrategia le daba grandes réditos, victorias y beneficios, en medio de la sociedad occidental, moderna y avanzada, que ha abandonado la fe y la esperanza.
El enemigo, el diablo, el engañador, según donde se mueve adopta diferentes estrategias para llevar adelante sus planes, pero siempre son contrarios a la buena, perfecta y agradable voluntad de Dios. “El propósito del ladrón es robar y matar y destruir” (Juan 10.10) y nosotros necesitamos auto examinarnos, para ver cuánto de sus propósitos se han albergado en nuestras vidas, en nuestro carácter, en nuestros hábitos, costumbres… y tomar decisiones claras y contundentes para seguir en nuestro camino hacia el crecimiento espiritual, estudiando las dinámicas de la formación espiritual y estableciendo en nosotros las disciplinas espirituales que nos ponen en el “horno de la transformación” donde Dios hace Su obra en nosotros.
REFLEXIONEMOS:
¿Cómo distorsiona nuestra naturaleza caída el entendimiento de quiénes somos, nuestro sentido de vocación y nuestra disposición a confiar en que Dios suple lo que necesitamos
para cumplir dicha vocación? ¿En qué áreas estamos haciendo “dejación de funciones” y le dejamos manejar al diablo? ¿Dónde necesitamos tomar decisiones para oponernos al obrar del diablo en nuestra vida y entorno?
Jorge Manuel Pérez Zúñiga