16 de Febrero 2021
¿Leche o carne?
Lectura bíblica: 1 Corintios 3
“Yo, hermanos, no pude dirigirme a vosotros como a espirituales, sino como a inmaduros, apenas niños en Cristo. Os di leche porque no podíais asimilar alimento sólido, ni podéis todavía” (1 Corintios 3:1-2)
Estamos en un tiempo donde se han perdido los valores de la ancianidad. Se exalta la juventud y todo lo que conlleva. Es cierto que necesitamos la fuerza, la creatividad, el ímpetu de los jóvenes en el desarrollo de las sociedades y de la cultura, pero su excesivo predominio y prioridad en la actualidad conduce a ver personas adultas que viven con el síndrome de “Peter Pan”, son adolescentes eternos que se niegan a crecer. De hecho, se ha expandido un rechazo a la persona mayor, hasta tal punto de que se reduce su lugar en la sociedad, su espacio, su protagonismo a pesar de toda la experiencia acumulada, a pesar de todo lo vivido y trabajado, a pesar de las canas que la honran (Proverbios 20:29). ¡Qué gran diferencia con las culturas en las que el anciano es el recurso principal de la sabiduría de los pueblos! Hoy, en nuestro mundo, que raya lo absurdo en ocasiones, tenemos palabras para definir el rechazo al abuelo: “ageísmo”, o edadismo, palabras que nos debería doler, no sólo en el diccionario, sino en lo más profundo de nuestros corazones, sobre todo en este tiempo de pandemia donde ha sido el colectivo más herido, resquebrajado y dañado.
Pablo habla con mucha claridad a los corintios, repletos de dones, pero, sin embargo, aún inmaduros acerca de su necesidad de crecer como cristianos. Utilizando la figura del crecimiento vegetal como símil del espiritual, les deja claro que la “semilla” no es obra de nadie, solo nos ha sido confiada, y que, de la misma manera, todo lo necesario para el crecimiento, el “agua”, o el sol, o la misma tierra, tampoco son obra humana (v7). Sin, embargo, la supervivencia de la planta y su crecimiento es posible debido al hecho de ha sido plantada y regada. En ello somos colaboradores de Dios (v9), no porque Él lo necesite, sino porque Él nos ama y nos da la libertad de ser partícipes de la Misión de restauración de la humanidad, proceso dinámico, orgánico, que requiere de invertir en nuestro propio camino de madurez, edificando intencionalmente en el único fundamento que es Cristo (v11).
Pero los corintios aún vivían en disputas, en envidias, con celos y contiendas, como “niñitos” en Cristo. Del mismo modo que muchos de nosotros, cuando nos pasamos año tras año recibiendo un alimento espiritual “infantil”, y no porque sea poco nutritivo, pues son los fundamentos, sino porque somos incapaces de arriesgarnos a profundizar más en el conocimiento de Cristo, a lo que verdaderamente estamos llamados. De ese modo, nos alimentamos eternamente de “leche”, y no llegamos a probar el alimento sólido. Igual que no es saludable que un niño se alimente en su desarrollo hacía la juventud solo de leche, tampoco lo es que un cristiano siga centrado únicamente en el ABC de la fe.
El estudio como disciplina espiritual, nos permite profundizar en la Palabra de Dios, reflexionar, preguntarnos e incluso afrontar con fe los textos que nos son difíciles de asimilar. Persistir en ella, nos lleva del alimento que es solo leche, al alimento sólido, lo que nos hace crecer y madurar realmente. De esa manera, el Mensaje se hace vivo en nosotros, lo aplicamos constantemente en nuestro diario vivir, se hace práctico, y cumple su función transformadora.
La persona que madura espiritualmente no solo asume y asimila la Palabra, sino que sabe usarla de manera adecuada, adquiere práctica en el conocimiento del bien y del mal, siendo capaz de tomar las decisiones adecuadas en cada momento, aplicando la guía de Dios en su vida. Pero, además, se atreve a continuar con perseverancia, en el camino de crecimiento a través de enseñanzas más profundas y enriquecedoras.
La madurez no se consigue solo con el tiempo, ni solo con trabajo duro, tampoco solo a través de experiencias religiosas, las cuales les sobraban a los corintios, ni tampoco se llega a ella individualmente, como llaneros solitarios. El camino a la madurez consiste en dejar obrar al Señor a través de nuestro acercamiento constante y diario a su presencia, lo que nos lleva irremediablemente a amar como Dios ama, a la obediencia, a la negación de nosotros mismos, a la humildad y el servicio, a la rendición total, hasta llegar a la plenitud de la madurez de la estatura de Cristo (Efesios 4.13).
REFLEXIONEMOS:
¿De qué nos estamos alimentando? ¿leche o comida sólida? ¿Cuál es nuestra profundidad en el conocimiento de la Palabra? ¿Procuramos investigar temas que son más complicados? ¿Buscamos asesoramiento? ¿Tenemos una actitud de mente abierta en el estudio de la Palabra?
Paloma Ludeña Reyes