27 de abril 2021.
Respuestas revolucionarias.
Lectura bíblica: Mateo 5:38-48
“Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen” (Mateo 5:44)
La disciplina espiritual de la sumisión nos adentra de lleno en la ética del Reino, una manera de ser y de vivir que no solo choca, sino que da la vuelta a muchos de los valores por los que nos regimos hoy en día, y de los que nos hemos nutrido desde nuestra infancia. Y en este sentido, la enseñanza más radical de Jesús fue la vuelta que dio a la idea de grandeza: el último será el primero, el más alto el que sirve. Se trata de la ética de la toalla en la cintura, por la que el Señor no solo vivió una muerte de cruz, sino una vida de cruz (Chris Hall y David Fraser). Se trata de una enseñanza revolucionaria no solo para los escribas y fariseos del momento, sino para cada uno de nosotros hoy.
Es precisamente en el Sermón del Monte donde esta enseñanza se revela, donde Jesús nos expone los valores que hemos de incorporar en nuestro vivir día a día, y que son mucho más radicales que las leyes que imponían los fariseos al pueblo judío, ya que tratan directamente sobre el corazón del creyente. De este modo vemos, en el texto de hoy, como el Señor enseña sobre dos respuestas ante situaciones dolorosas que son muy difíciles de tratar cuando arraigan en nuestro interior: la venganza y el odio.
En ambos casos se trata de semillas que germinan, enraízan, crecen y pueden destrozar nuestras vidas arrancándonos totalmente el gozo y llevándonos a la perdición. Cada una de ellas puede parecer liberadora cuando la dejamos anidar en nuestros pensamientos y en nuestra vida, pero su fin es esclavizarnos, robarnos la libertad. Vivir apegados a la venganza y al odio es como cargar con cada día que pasa con una cadena pesada que nos oprime constantemente. Pero el Señor nos da una respuesta tan revolucionaria como liberadora: la sumisión.
Se trata de una palabra que a muchos de nosotros nos confronta, nos pone a la defensiva, pues parece llevar consigo la desaprobación personal, y atienta directamente al centro de aquello que nos separa directamente de Dios, nuestro orgullo. Pero no es así, es un término malentendido pues no lleva consigo una falsa humildad, ni tampoco servilismo ni auto denigración. Se trata de una respuesta que evidencia un amor ágape, un amor intencional e incondicional que está por encima de nosotros mismos y coloca en el centro de nuestra vida al Señor.
De este modo, Jesús nos anima, alienta, a que nos liberemos de las cargas de la venganza y el odio atendiendo a su llamado de soportar la ofensa, como él mismo hizo (Marcos 14:65; Juan 19:3; 1 Pedro 2:21-23), de vencer el mal con el bien (Romanos 12.21), de no vivir en pleitos y de recorrer con los demás siempre una milla más. De ver al otro como lo hace el Señor, con su mirada de misericordia, quien hace llover sobre justos e injustos, actuando con un trato generoso que no depende de si el necesitado lo merece o no, sino del simple hecho de que lo necesita. De ese modo nos trata Dios a cada uno de nosotros, cada día, a pesar de nuestras infidelidades, de nuestras malas decisiones y de nuestro corazón afectado por el orgullo.
En nuestra sociedad hoy, donde la crítica, la ofensa, las palabras hirientes, forman parte de nuestra realidad, ya no privada, sino pública, amar a aquel que nos hace daño, al “enemigo” es algo impensable, y solo puede ser entendido en el contexto de la sumisión. En primer lugar, sumisión a Dios, lo que nos lleva a la obediencia, y también sumisión a los demás, viéndoles con amor, cómo superiores a nosotros mismos (Filipenses 2.3), despojándonos así de nuestra necesidad de aceptación y de juicio, y descansando en aquel cuyo sometimiento le llevo a la cruz.
REFLEXIONEMOS:
Creo que es importante que nos autoevaluemos ahora. ¿En qué aspecto de nuestro diario vivir necesito aplicar esta disciplina de la sumisión? ¿Qué me impide resistirme a la ofensa? ¿En qué pleitos me veo envuelta que no me dejan dormir, o simplemente descansar? ¿cuántas veces respondo yendo más allá de lo que me piden, aunque sea injusto? ¿en qué momentos doy la espalda a la necesidad de alguien que me pide ayuda directa o indirectamente?
¿A quién necesito amar, aunque no me ame? ¿Con quién necesito cambiar mi manera de comportarme y de tratarle?
Oremos para que el Señor rompa las barreras del orgullo en nuestros corazones y nos ayude a descansar en la libertad de la sumisión.
Paloma Ludeña Reyes