18 de Febrero 2021
Pereza vs Madurez.
Lectura bíblica: Hebreos 5.7 – 6:12
“Pero deseamos que cada uno de vosotros muestre la misma diligencia para ir logrando plena certidumbre de la esperanza hasta el final, a fin de que no seáis perezosos, sino imitadores de los que por la fe y la paciencia heredan las promesas.” (Hebreos 6:11–12)
El texto de Hebreos que recomendamos hoy como lectura, nos habla del peligro que vivimos algunos cristianos, ya que en medio de los problemas, la oposición y la presión, nuestra fe está amenazada por la tentación de renunciar a nuestra identidad cristiana, volver atrás o disolvernos en la “normalidad” de la sociedad donde vivimos. Como antídoto necesitamos reconocer que esto sucede porque nuestro crecimiento y el camino a la madurez está estancado y hemos dado paso al pecado de negligencia, la pereza espiritual y el temor.
Aun cuando en el capítulo 6 de Hebreos, el autor nos da una palabra de confianza en que no retrocederemos en la fe, sino que más bien, proseguiremos hacia la madurez en el Señor, también nos advierte de que la pereza nos puede robar la bendición que tenemos que heredar mediante la fe y la paciencia. Por esto nos insta a que “sigamos adelante hasta la madurez” (Vr.1), con “diligencia para ir logrando plena certidumbre de la esperanza hasta el final” (Vr.11)
Como nos señala este texto, el gran peligro de la vida cristiana es la “pereza”, es decir, la vagancia o flojera. Con nuestra salvación, el Señor se propone ir conformándonos a la imagen de Su Hijo y a la vez nos entrega una Misión, pero en muchas ocasiones, por diferentes motivos, nos volvemos negligentes con esta salvación e impedimos cultivar de manera activa la vida de Dios en nosotros. Una de las grandes miserias de nuestro pecado es la pereza, que nos lleva a vivir bajo el yugo de nuestro viejo ser, aun después de haber sido impactados con la llegada del Espíritu Santo a nuestra vida, y nos niega muy especialmente, las bendiciones de la salvación.
La pereza nos empuja a conformarnos a vivir bajo los hábitos alienantes que nuestra cultura nos ofrece, en vez de ser ”transformados mediante la renovación de su mente [para así poder] comprobar cuál es la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta.” (Romanos 12.2).
Hoy pocos llamamientos y retos para cada uno de nosotros son tan difíciles como pensar de una manera diferente y más profunda que la mayoría. Por esto la pereza nos lleva a escondernos en nuestros lugares de confort y seguridad para no responder a la injusticia, la opresión y la explotación que nos rodea, y lo que es más grave, en muchas ocasiones incluso a negar su gravedad. Este determinismo nos roba nuestra participación en el llamamiento del Señor a amar a nuestro prójimo, alejándonos de nuestra ineludible pasión por el otro en la angustia de la condición humana.
La pereza además es disipación. En vez de nutrir nuestros mejores dones, habilidades y capacidades para ser instrumentos de bendición, nos lleva participar en una serie de patrones autodestructivos, que nos alejan de que la imagen de Cristo sea formada en nosotros.
Asimismo, la pereza nos empuja a la ansiedad y a la depresión, el gran mal de nuestro tiempo, ya que nos lleva a no confiar en Dios y en Su plan para nuestras vidas. Estamos ansiosos y temerosos por el mañana, pensando que el futuro es un enemigo que nos amenaza, contra el cual no podemos hacer otra cosa que resignarnos.
Finalmente, la pereza nos lleva a descuidar nuestra salvación. Nos dedicamos a docenas de tareas diferentes al trabajo diligente de servir a otros en el amor que nace de nuestra relación con Dios. Aflojamos nuestra seguridad en la esperanza divina y como consecuencia, nos sentimos intimidados por el futuro desconocido. Las promesas de Dios pueden estar en nuestros labios y cabezas, pero no nos aferramos a ellas con la paciente firmeza de la fe.
Somos pasivos en lugar de activos, sin principios ni propósito en nuestra vida, arrastrados por todo viento de urgencia y en muchas ocasiones seguimos siendo moldeados por ideas, juicios y preconceptos no puestos a los pies de Cristo, ni evaluados a la luz del Evangelio.
Lo que necesitamos es la misma diligencia, la misma atención, la misma aceptación de nuestra responsabilidad que marcaron nuestra entrada en el Reino de Dios. La manera en que comenzamos esta carrera de la fe es la manera en que debemos continuarla, pero la pereza puede terminar con ella, por lo tanto, “despojémonos del lastre que nos estorba, en especial del pecado que nos asedia, y corramos con perseverancia la carrera que tenemos por delante.” (Hebreos 12.1)
REFLEXIONEMOS: ¿Cómo estas manejando la pereza en tu vida? ¿En qué áreas ves que la pereza te gana la batalla? ¿Estamos siendo transformados o nos conformamos a este mundo? ¿Estamos buscando poner en práctica los dones, habilidades y recursos que el Señor nos ha dado? ¿de qué maneras estoy luchando por la Justicia Social? ¿Dónde deposito mi confianza? ¿Qué tal está mi ansiedad? ¿Estoy siendo diligente con mi crecimiento y madurez espiritual?
Jorge Manuel Pérez Zúñiga