“SEMBRAR PARA EL ESPÍRITU”.

19 de abril 2021.

Pelea la buena batalla.

Lectura bíblica: 1 Timoteo 6: 11-16

” Pelea la buena batalla de la fe; echa mano de la vida eterna a la cual fuiste llamado, y de la que hiciste buena profesión en presencia de muchos testigos” (1 Timoteo 6:12)

Llevamos ya varias semanas juntos en este camino, y podemos comprobar que no es fácil, y que necesitamos tener una mente abierta para ser capaces de, con sabiduría, equilibrar todos los aspectos que nos van a ayudar en este proceso intencional de crecimiento espiritual.

Las dos pasadas semanas, estuvimos enfatizando el fundamento, la base, los cimientos. Las disciplinas espirituales no pueden abordarse nunca fuera de la realidad de la Gracia de Dios. No se trata de nuestros esfuerzos, ni de lo que tú y yo podamos hacer, sino de lo que Él ya ha hecho por cada uno de nosotros, y por esta humanidad agonizante. Hemos crecido en la disciplina de la meditación, en aprender a estar quietos y escuchar a Dios para evitar que sean nuestros pensamientos, inquietudes, nuestros propósitos los que afloren en nuestro caminar, y dejar que Él tome el control de nuestras vidas. Hemos hablado y asumido las palabras del salmista: ¡Estad quietos y conoced que yo soy Dios!, lo cual es, y lo digo desde mi propia experiencia, la salida a las encrucijadas mentales en las que nos vemos inmersos cuando nuestras motivaciones se alejan de la única motivación que nos tienen que guiar: el amor incondicional a Dios. Hemos analizado pues el aspecto espiritual de las disciplinas.

Pero ahora, necesitamos también centrarnos en el propio término que utilizamos para describir todas las técnicas y recursos que estamos utilizando: “disciplina”. ¿Qué significa este concepto para nuestra vida como creyentes rescatados por pura gracia? ¿Cómo combinar, cómo equilibrar, la realidad de que no es por obras, de que no hay justo ni uno, de que por mucho que hagamos el Señor no nos va a amar más de lo que ya nos ama, con el hecho de trabajar en nuestra propia espiritualidad, con nuestro testimonio, con nuestra obediencia incondicional, con nuestros actos que hablan mucho más que nuestras palabras?

La palabra disciplina para algunos es su motivo de vida, es lo que les da significado, para otros, es sinónimo de cadenas, de represión. Pero realmente, la disciplina como recurso y herramienta espiritual no es ni lo uno ni lo otro. No va a dar significado a lo que somos pues no se trata de nosotros, sino que a través de ella dejamos obrar al Espíritu Santo en nuestras vidas, y tampoco nos quita la libertad, sino que muy al contrario nos la devuelve, nos abre la puerta al conocimiento de la Voluntad de Dios.

Tras describir los desafíos que enfrentan los cristianos en la primera carta a Timoteo, así como el peligro de las falsas enseñanzas y por tanto de tomar caminos confusos y perdidos, el apóstol Pablo, alienta a su discípulo a huir, a fugarse lejos de todo ello, pero también a seguir, a caminar, a ser intencional en buscar la justicia, la piedad, la fe, el amor, la perseverancia y la amabilidad (1 Timoteo 6:11). Y, es que, crecer espiritualmente implica desarrollar una vida activa, en la que el conocimiento de Dios, obtenido en la quietud del alma, nos lleva a desarraigarnos de los malos hábitos que arrastramos y que nos ponen tropiezo constante, nos lleva a despojarnos constantemente del viejo hombre, y a crecer así en el propósito de Dios, donde la misericordia y la verdad, la justicia y la paz se encuentran (Salmo 85:10).

Y esa es nuestra pelea, la buena batalla, la batalla de la fe del cristianismo verdadero, que no implica solamente una esperanza futura, sino que echa mano de la vida eterna cada día, dando testimonio fiel de lo que creemos, en cada actividad, en cada descanso, en cada mirada, en cada abrazo, aun siendo virtual o en la distancia. Es una batalla de por vida, una lucha espiritual, integral, por mantenernos en el camino, buscando no desviarnos, ni tropezar, y sin bajar los brazos, ya que si así fuera nos arrastraría la corriente. Pero sin olvidar el fundamento, el increíble amor incondicional y eterno de Dios, del que nada, absolutamente nada nos separará (Romanos 8:39), y por el que, regresando a casa, nos hace vivir en su abrazo, en el abrazo del Padre (Lucas 15:20). Sin olvidar tampoco, que, estando en la batalla, Él es el que pelea por nosotros (Deuteronomio 3:22),

Dios nos ha dado las disciplinas espirituales como el medio para recibir su Gracia, para situarnos en el lugar adecuado en el que Él pueda transformarnos. Siempre se trata de Él, ¿qué harás entonces para dejarte a ti?

REFLEXIONEMOS:

¿Es la disciplina para ti una actividad sin la Gracia? ¿O es la Gracia de Dios la que te impulsa a llevar una vida espiritual disciplinada?

¿Vives peleando la buena batalla de la fe? ¿o has bajado los brazos y estás siendo arrastrado por la corriente?

¿Descansas en la victoria que Dios ya te ha dado? o ¿buscas a través de tus obras buscar su agrado? ¿Peleas por amor a Él, o por amor a ti mismo?

Paloma Ludeña Reyes