LA SUMISIÓN.

26 de abril 2021.

La libertad de renunciar.

Lectura bíblica: Marcos 8:27-38

“Pues, ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero y perder su alma” (Marcos 8:36)

Que equivocados estamos cuando pensamos que nuestra felicidad depende de lograr lo que queremos. Cuando las cosas no salen como esperamos, que, reconozcámoslo, ocurre bastante a menudo, muchos de nosotros nos sumimos en una gran agitación mental, nos vemos incomodados, irritados y disgustados, llegando incluso a vivir en amargura, como si toda nuestra existencia dependiera de aquello que vemos frustrado. Este hecho, no solo afecta a nuestra propia percepción de lo que es verdaderamente importante, sino que también afecta a nuestras relaciones y a nuestra manera de tratar a los demás. ¡Cuánto nos cuesta renunciar a nosotros mismos!

Sin embargo, Jesús, la Verdad, se manifiesta y se revela guiándonos a una nueva perspectiva de vida, aquella que nos muestra la verdadera libertad como consecuencia de la negación personal. Y es que, seguir a Jesús, es asumir su camino de renuncia, es negarse a uno mismo, lo cual no significa odiarse, ni despreciarse, ni perder identidad, o ¿es que acaso el Señor perdió su identidad de camino a la cruz? Seguir al Mesías es un llamado a la sumisión.

El impulsivo Pedro declaró que Jesús era el Cristo (v29) cuando se hizo el portavoz del grupo de discípulos, respondiendo a la pregunta de Jesús: ¿quién decís que soy yo? Sin embargo, el Señor sabía que no le estaban entendiendo aún, que era necesario esperar antes de que anunciaran esa verdad (v30), ya que, ese Mesías, al que tanto anhelaban, y que estaba ahora delante de ellos, iba a emprender un camino hacia la victoria muy diferente del que todos imaginaban, iba a ser el “siervo sufriente” que profetizó Isaías (Isaías 53). Se trató de un camino de renuncia, un plan perfecto de amor, pero que se escapa a nuestra total comprensión, ya que en su recorrido hubo traición, rechazo y muerte.

Esto rompía todas las expectativas de los discípulos, y especialmente de Pedro, en todos los sentidos. No era lo que él esperaba, no era lo que él quería, no se iban a cumplir sus planes, y entonces, se permitió el desatino de reprender a su Señor a escondidas, al que acababa de reconocer como Mesías. ¡Qué tremenda locura e incomprensión! ¿acaso Pedro pensaba que el mismo Cristo se estaba confundiendo? ¿Qué no veía las cosas con claridad? ¿Cuántas veces nosotros también reprendemos a Dios, y nos aventuramos a decirle que se ha equivocado, que su plan no es el bueno, que es el nuestro el que merece la pena? ¡Qué gran esclavitud trae nuestra obstinación y orgullo!

Jesús entonces, dirigiéndose a todos, en voz alta, dejando a Pedro en evidencia, rechaza de nuevo la tentación de emprender un camino diferente al de la cruz, y comienza así a definir cuál es nuestro verdadero llamamiento: seguir el ejemplo de Cristo, su sumisión (1 Pedro 2:21-25).

Seguir a Jesús, ser su discípulo, implica negación personal, aceptar que el sufrimiento y el dolor forman parte del camino. Implica una entrega incondicional al Evangelio y ser conscientes de que la verdadera libertad no está en perseguir las cosas de este mundo, que en definitiva son caminos vacíos, sino en renunciar a todo por la verdadera vida (v35).

Encontrar esa liberación personal en el Señor, nos va a dar descanso, pues perderemos de vista la lucha por ver logradas todas nuestras expectativas, nuestros propósitos y planes, sometiéndolos a la voluntad de aquel que, en definitiva, nos ama por encima de todo, nos conoce hasta lo más profundo de nuestro ser, y anhela tener una comunión íntima, en libertad, con nosotros por toda la eternidad. ¿Acaso no merece la pena? (Mateo 10:39).

Y ese sometimiento también nos lleva a renunciar a las expectativas que nos hacemos de los demás, de aquellos que amamos y también de los que nos cuesta amar. Es la renuncia a moldear, a cambiar al otro, lo que nos hace vivir en libertad nuestras relaciones, sin la pesada carga de querer “salirnos con la nuestra”, lo que nos lleva a desarrollar, sin impedimentos, la habilidad de servir a los demás de manera incondicional.

Someternos a Dios y someternos unos a otros es la consecuencia lógica del Gran Mandamiento (Mateo 22:37-40). Se trata de una nueva disciplina para trabajar, para dejar que el Espíritu Santo entre más profundamente en los rincones de nuestro orgullo, y para permitir que él pueda seguir trabajando en nosotros y guiándonos en un crecimiento espiritual sano. ¡Te animas a practicarla!

REFLEXIONEMOS:

¿Qué significa para ti la palabra sometimiento? ¿Qué dificultades tienes para someter tu voluntad incondicionalmente a Dios? ¿Y para someterte a los demás? ¿Crees que liberarte de la necesidad de que todo sea como tú quieres te aportará una nueva manera de vivir?

¿Estás dispuesto a practicar esta disciplina liberadora?

Paloma Ludeña Reyes