ESPIRITUALIDAD INTEGRAL.

16 de Marzo 2021.

La encarnación.

Lectura bíblica: Hebreos 5

“Aunque era Hijo, mediante el sufrimiento aprendió a obedecer; y consumada su perfección, llegó a ser autor de salvación eterna para todos los que le obedecen, y Dios lo nombró sumo sacerdote según el orden de Melquisedec.” (Hebreos 5:8–10)

Esta semana estamos reflexionando sobre la espiritualidad integral, y muy especialmente queremos tener una mirada desde nuestra vida corporal. Para esto, el ejemplo de Jesús, como nuestro modelo, nos ayuda a examinar la relación entre el crecimiento espiritual y mi yo corporal.

Las Escrituras nos enseñan que Jesús, el Hijo de Dios, se encarnó como ser humano, naciendo como un bebé y pasando por todas las etapas del desarrollo, lo que significó que Él tuvo que aprender por medio de las experiencias de vida. Una de las grandes cosas que tuvo que aprender fue la obediencia y nos dice la Palabra que lo tuvo que hacer por medio del sufrimiento. En Hebreos 5.8 podemos leer: “Aunque era Hijo, mediante el sufrimiento aprendió a obedecer”. Jesús, nuestro modelo, en su tiempo en la tierra, aprendió, pero ¿Cómo aprendió Jesús? ¿Qué prácticas ejercitó para ayudarle a participar, en su condición de hombre, de la vida abundante del Reino de Dios?, ¿cómo podría servirnos el ejemplo de Cristo para nuestra vida espiritual? Dallas Willard escribe: “Las prácticas regularmente usadas por nuestro Señor forman el núcleo de esas actividades que a lo largo de los siglos han permanecido como disciplinas de la vida espiritual. Nos parece sencillamente lógico imitar sus acciones diarias, ya que él practicaba perfectamente la vida espiritual. Por tanto, ¿no es lógico que veamos en esas disciplinas las actividades específicas que nos guían al yugo fácil, la carga ligera y la vida de abundancia y poder? La obediencia, aun para él, era algo que debía ser aprendido. Ciertamente, nosotros no podemos esperar cumplir con sus obras sin adoptar su forma de vida. Y no podemos adoptar su forma de vida sin practicar sus disciplinas -incluso más que él- y añadiendo otras, necesarias por causa de nuestra condición humana mucho más débil” (El Espíritu de las Disciplinas, p. 29).

Por lo tanto, necesitamos entender que necesitamos vernos como seres integrales, donde debemos entrenar todas las áreas de nuestra vida (cuerpo, alma y espíritu), de tal manera que nos permita vivir siendo capaces de proveer para el Espíritu. Para esto, necesitamos romper nuestra tendencia de ver nuestro cuerpo de una manera negativa, como un impedimento en vez de una ayuda al desarrollo espiritual. Cristo Jesús fue totalmente hombre, y fue en su cuerpo, en condición humana, que Él cultivó su relación con Dios. Es en el cuerpo que Cristo vivió los hechos fundamentales (crucifixión, muerte y resurrección) de la fe que profesamos y, por lo tanto, de la misma manera que Cristo se ofreció a sí mismo en la cruz por amor a la humanidad, sus discípulos somos llamados a ofrecernos a nosotros mismos en entrega y sacrificio a él. Debemos romper esa pretendida división entre espíritu y cuerpo a la hora de vivir la espiritualidad. Citamos de nuevo a Dallas Willard: “La entrega de mi ser a él (Cristo) es inseparable de la entrega de mi cuerpo a él, para que pueda servir como una morada, tanto para él como para mí…. La vitalidad y el poder del cristianismo se pierden cuando fallamos en involucrar nuestro cuerpo en esta práctica de entrega, a través de una elección inteligente y consciente y una intención perseverante. Es con nuestros cuerpos que recibimos la nueva vida que nos es dada al entrar a su Reino”

No puede existir una espiritualidad que no involucre nuestro cuerpo, la salvación debe tener una consecuencia en nuestras vidas físicas, no puede ser de otra manera. Sólo podemos participar del Reino de Dios a través de nuestras acciones y nuestra vida corporal, aunque esa vida sólo puede ser vivida en unión con Dios. Para que nuestro crecimiento espiritual sea real y efectivo, necesitamos asumir que la espiritualidad no es un tipo de existencia sublime, una realidad separada de nuestra existencia corporal, sino que “es más bien una relación de nuestro yo corporal con Dios que tiene el efecto natural e ‘irreprimible’ de hacernos vivos al Reino de Dios—aquí y ahora en este mundo material(Willard).

REFLEXIONEMOS: ¿Por qué nos es tan difícil crecer y madurar en la fe cristiana? ¿Es posible que sea por nuestra tendencia a separar nuestra vida espiritual de nuestra vida física y corporal? ¿Estamos ejercitando y entrenando nuestro cuerpo, nuestra vida física, para crecer en nuestra espiritualidad? ¿Cuánto me estoy esforzando y sacrificando en mi vida para aprender obediencia? ¿Qué áreas de mi yo corporal no he rendido todavía al señorío de Cristo?

Jorge Manuel Pérez Zúñiga