28 de junio de 2021.
En el valle de sombra de muerte.
Lectura bíblica: Salmo 23
“Aunque pase por el valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estás conmigo” (Salmo 23:4)
Todos enfrentamos multitud de desafíos, contratiempos e interrupciones que forman parte de nuestro día a día. Muchas veces son presiones fuertes, pero que podemos ir tratando, afrontando e incluso manejando. Ahora bien ¿qué ocurre cuando surge algo extraordinario, que no podemos controlar, algo catastrófico? ¿qué pasa cuando pasamos de los pastos verdes junto a aguas de reposo hacia los valles de sombra de muerte? Vivimos en una sociedad que quiere negarse a pasar por situaciones difíciles, que huye de ellas, intenta evitar todo dolor y evadirse del sufrimiento, incluso muchas veces se aparta de los tiempos necesarios de luto. En muchos casos buscamos pasar página lo antes posible, y en otros casos, también por temor, nos quedamos atascados, inmovilizados ante la tormenta. Sin embargo, nuestro crecimiento y madurez ha de estar impregnado de cicatrices que han recorrido el proceso del dolor, y están sanadas y cerradas, aunque sean evidentes aún a nuestra vista. Y es que, no hay recuperación, ni restauración, ni sanidad, si tapamos la herida con vendas sin más. Solo lograremos que empeore, se infecte, ciegos a lo que ocurre, y peligre así todo nuestro ser.
Realmente, nadie se encuentra preparado cuando una adversidad del tipo que sea nos asalta, cuando la interrupción drástica de la tragedia se adueña de nuestra existencia y nos conduce en este sendero oscuro en el que todo cambia de forma permanente. Entonces es cuando nos preguntamos ¿dónde está Dios? ¿acaso se ha olvidado de mí? ¿merecía yo esto? ¿cómo puede pasarle inadvertida esta situación y no hacer nada al respecto?
Partamos del hecho de que es muy difícil entender y asumir el porqué del dolor, del sufrimiento. Este mundo duele. Las rupturas generadas al separarse el ser humano de Dios han generado profundas heridas de las que nadie puede escapar, en nuestro ser interior, en nuestras relaciones, e incluso las derivadas del daño a la Creación. Una enfermedad incurable, un accidente, una depresión profunda, un suicidio, una catástrofe ambiental, y un sinfín de situaciones más pueden sorprendernos en el camino. ¿Cómo estas tormentas actuarán sobre los cimientos de nuestra casa? ¿son de arena? o ¿son roca firme?
Pero no estamos solos. Dios mismo, decidió, por su tremendo amor hacia nosotros, pasar también por esos senderos oscuros de muerte. La encarnación ya fue un proceso doloroso en sí, pero el valle de sombra continuó hasta el cumplimiento de su Misión redentora. Así es, nuestro maestro, el Cristo, no es ajeno a nuestro dolor. Fue tentado y caminó en el dolor de la pérdida, el rechazo, el abandono, la traición, el dolor indescriptible del mayor instrumento de tortura de la época… y todo ello por su infinito y tremendo amor por cada uno de nosotros, todo ello con el fin de recuperarnos.
¿Qué podemos pues esperar del sufrimiento? ¿qué va a pasar de largo? ¿que va a estar ausente en nuestro camino porque somos cristianos? Estas son ideas peligrosas que han llevado a teologías de tropiezo. Recordemos las palabras de Pablo: si somos hijos también somos herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él , para que juntamente con él seamos glorificados” (Romanos 8:17).Y es que, tal y como nos dijo Jesús, en el mundo tendremos aflicción (Juan 16:33)
Pero no estamos solos, Él ha vencido al mundo, es el Buen Pastor, quién se mantiene a nuestro lado, quién nos hace descansar, restaura y guía, quién extiende su mano, y nos alienta, quien nos acompaña en el valle de sombra y de muerte. Él no se queda dormido, no se olvida, está a nuestro lado, ya que nada, absolutamente nada, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna cosa creada nos separa de su amor que es en Cristo Jesús, nuestro Señor (Romanos 8:39).
Ese aliento, esa esperanza la leemos en el Salmo 23, del cual se han escrito muchas páginas. Lo recitamos innumerables veces, sobre todo cuando la tormenta está encima nuestro. Pero es fácil olvidarnos de la importancia de su primera frase: Jehová es mi pastor. Por eso hoy nos hacemos esta pregunta: ¿es realmente nuestro pastor? Porque cuando eso es así, es cuando nada me faltará, cuando asumo esa verdad, cuando acepto y vivo la Gracia, entonces me acompañará, me conducirá, guiará y ayudará en las más terribles tormentas. Quizás no podamos evitar que la interrupción de una tragedia venga a nosotros, pero sí podemos elegir hacerlo bajo la cobertura del Buen Pastor, de su abrazo, consuelo, alentados por su vara y su cayado.
Llevamos ya un largo recorrido de restauración, de renovación y de edificación de nuestra vida espiritual aplicando disciplinas que nos ponen en el lugar adecuado para poder ser transformados por el Señor, para dejarnos pastorear por Él, para no estancarnos y crecer de manera integral, buscando ser intencionales en un verdadero clamor, individualmente y como Comunidad, con el fin de escuchar a Dios las cosas grandes y ocultas que ha de enseñarnos (Jeremías 33.3). Por todo ello, durante esta semana queremos reflexionar sobre esos valles de sombra y de muerte que nos sobrevienen de manera abrupta. Abordaremos aquellas situaciones que ponen a prueba nuestra integridad, y que hacen tambalear nuestra fe. Y reflexionaremos sobre la importancia de las disciplinas espirituales en este proceso, en asegurar unos cimientos firmes sobre la roca, nuestro fundamento que es Cristo.
REFLEXIONEMOS: ¿Jehová es tu pastor? ¿Estás viviendo intencionalmente, a través de la práctica de las disciplinas, el ser pastoreado por Él?
Paloma Ludeña Reyes