19 de julio de 2021.
Creados para adorar.
Lectura bíblica: Salmo 100, Hebreos 10:19-25
“Y el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo”
(Marcos 15:38)
Fuimos creados para tener una relación profunda e íntima con Dios. Recorriendo el Edén, al atardecer, un Dios cercano vio como el ser humano se escondió de su presencia (Génesis 3:8) cuando surgió en su corazón una brecha abrupta, un abismo, una ruptura cuyas consecuencias serían desastrosas. Dejamos entonces de ser adoradores, de reconocer a nuestro Creador por lo que Él era, quisimos igualarnos a Él, fuimos engañados y nuestro orgullo nos llevó a romper esa relación gloriosa que fue el objeto de nuestra existencia. Entonces comenzamos a adorar otros dioses, la idolatría se apoderó de nosotros y desde entonces andamos arrodillándonos ante multitud de ídolos, físicos, emocionales, espirituales … que nos abordan cada día. Y esa presión es una de las mayores tentaciones a la que nos enfrentamos, tal y como vivió el mismo Jesús en aquel desierto cuando el diablo le ofreció ser él el objeto de su adoración (Mateo 4:9).
Pero el amor profundo de Dios, su anhelo revelado, es que toda la Creación sea redimida, que de nuevo se vuelva a Él, que toda la tierra le adore (Salmo 100:1), que respondamos así a su naturaleza divina: “Cuando dijiste: buscad mi rostro, mi corazón te respondió: tu rostro, Señor, buscaré” (Salmo 27.8; Salmo 105.4). Que apartemos todo aquello que nos despista, que, tal y como hablamos la semana pasada prioricemos en nuestro amor a Él con todo nuestro ser (Mateo 22:37), y en Su Reino (Mateo 6:33). En definitiva, que respondamos como lo hizo el Mesías: “Al Señor tu Dios adorarás y a él solo servirás” (Mateo 4:10). Y es que, desde nuestra ruptura, Él ya tenía un perfecto Plan que restauraría esa adoración perdida (Génesis 3.15). Él nunca ha dejado de buscarnos (2 Corintios 4.6).
A lo largo de toda la historia bíblica narrada en el Antiguo Testamento, vemos como la adoración del pueblo de Israel liberado de Egipto requería seguir unas instrucciones claras. La Presencia de Dios, representada en el Tabernáculo ponía de manifiesto la brecha creada en nuestra relación con Él. Al lugar santísimo, donde se accedía a su Presencia, solo tenía acceso el sumo sacerdote, y sólo entraba en él una vez al año. Un cortinaje fuerte, el “velo” separaba ese lugar santo. No se trataba de un acceso, sino de una barrera ante cualquier persona que se atreviera a acercarse a Dios. Este velo, diseñado por el mismo Dios, era grande, fabricado con lino y con pinturas de azul, púrpura y carmesí, colgaba de cuatro columnas de madera de acacia y tenía un espesor de unos 10 centímetros (Éxodo 26:31-32). El historiador Josefo dice que era tan pesado que ni siquiera dos caballos tirando de cada lado, lo hubieran podido partiri.
Pero ese velo se rasgó, y de arriba abajo (Marcos 15:38). Cristo lo cambió todo, Dios a través de la redención, ha abierto de par en par el acceso a Él. Ahora todos tenemos libertad para entrar al lugar santísimo. Ahora, por Gracia, se nos ha concedió el poder ser adoradores en espíritu y en verdad (Juan 4: 23), ser reconciliados con Él, restaurar una relación íntima de nuevo con el Creador, ya no como pueblo ajeno, sino como sacerdotes ante su presencia, como hijos adoptados. Una relación filial con Abba, Padre (Romanos 8:15).
La adoración no es una actividad más del creyente, no es un punto para desarrollar en nuestro tiempo devocional, ni en el orden del culto cada domingo. La adoración es una forma de vivir que afecta integralmente a todo nuestro ser. En la adoración presentamos a Dios todo lo que somos como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios, es un acto de servicio a Dios, intencional, y un culto racional, donde reconocemos quién es Él, y que Él nos hizo, y no nosotros a nosotros mismos (Romanos 12.1-2; Salmo 100: 1-2). Se trata de ser, de una manera de vivir que da fruto y que se desarrolla en todo tiempo, y en todas las áreas de nuestra vida. Adorar es cambiar, ser transformados, dar fruto, renovar nuestro entendimiento y acercarnos a la voluntad de Dios que es buena, agradable y perfecta (Romanos 12.2).
No se trata de formas, ni de ceremonias. Es un acto de comunión dado por el mismo Espíritu Santo y de acuerdo con lo que Dios nos revela sobre sí mismo (Juan 4: 23). Y esta relación restaurada nos lleva irremediablemente a la obediencia y al servicio (Salmo 24:3-4; Lucas 6:46). Ser un adorador es algo que se ve, que no puede ocultarse, que resplandece y se transforma en un testimonio real, auténtico, de la Presencia de Dios en nuestra vida como creyentes, y en la vida de cada comunidad cristiana. Como iglesia, como Cuerpo, necesitamos salir fuera del “campamento”, como Cristo, que padeció fuera de la misma ciudad santa (Hebreos 13:13) llevando la cruz, sabiendo que somos peregrinos, ofreciéndonos continuamente a Él como “sacrificio de alabanza a Dios, es decir, el fruto de labios que confiesan su nombre”, haciendo el bien, ayudándonos mutuamente, agradando a Dios (Hebreos 13: 13-16). Manteniéndonos así firmes en nuestra esperanza, sin vacilar, estimulándonos unos a otros al amor y a las buenas obras, congregándonos, y exhortándonos en estos tiempos difíciles (Hebreos 10:23-25).
La vida de adoración es la que agrada a Dios, quien no se deleita en sacrificios ni le complacen los holocaustos, sino el espíritu quebrantado y arrepentido (Salmo 51.16-17). Él nos pide amarle y conocerle (Oseas 6:6), que practiquemos justicia, seamos misericordiosos y le reconozcamos como lo que es humillándonos ante su presencia apartando todo orgullo (Miqueas 6.8). Bendigámosle pues con nuestra vida, honrándole con nuestros actos, pensamientos y servicio (Salmo 100:4), porque Él es fiel y espera como padre amoroso que volvamos a casa, a ese Edén perdido, y ahí se regocijará y hará fiesta (Lucas 15: 32).
REFLEXIONEMOS:
¿Cómo es tu adoración a Dios? ¿Cuánto anhelas de verdad esa relación íntima con tu Creador? Aún sabiendo que el velo se ha rasgado ¿entras a la presencia del Padre? ¿has recibido Su Gracia? ¿Te regocijas en sus brazos? ¿Te sientes perdonado? ¿Qué área o aspecto de tu vida no es fruto de un adorador?
Paloma Ludeña Reyes
iEl Tabernáculo: Guía ilustrada. Copyright 2010 Bristol Works, Rose Publishing, Inc.