21 de abril 2021.
Construyamos sobre la roca.
Lectura bíblica: Mateo 7: 13-27
” Por tanto, todo el que me oye estas palabras y las pone en práctica es como un hombre prudente que construyó su casa sobre la roca” (Mateo 7:24)
En el texto de hoy nos encontramos con las palabras finales de Jesús en el conocido Sermón del Monte, una de las mayores enseñanzas que pone en evidencia los valores del Reino, aquellos que rompen nuestros esquemas y por los que tenemos que guiarnos. Y es que, cuando Jesús llega a nuestra vida, lo hace de manera abrumadora, mostrándonos un reino al cuál queremos pertenecer, pero que revoluciona toda nuestra existencia. Sí, Jesús trae caos a nuestro mundo, a la forma de vivir a la que estamos acostumbrados. Como dice Oswald Chambers “el orden y la antigua paz tienen que irse y no podemos tener de nuevo paz en el antiguo nivel” Necesitamos atravesar caos para alcanzar así la verdadera paz, la que no es de este mundo, la que nos trae el Señor (Juan 14:27).
Es en esta revolución de valores en la que encontramos a Jesús que acababa de hablar acerca de principios relacionados con la justicia del Reino. Tras alentarnos a buscar en primer lugar ese reino (Mateo 6:33), nos habla del mal de la crítica destructiva (7:1-6), de la necesidad de confiar en Él, en su carácter bondadoso (7:7-12) lo que se refleja en nuestra actitud para dar a los demás, para poner nuestros dones a disposición del prójimo con el fin de satisfacer sus necesidades, de acuerdo con el principio ético de la conocida regla de oro (7:12). Llega así al texto seleccionado para hoy, una serie de relatos en los que pone en evidencia la importancia de nuestras decisiones y las consecuencias que estas llevan asociadas. Vemos por lo tanto reflejada la necesidad de “sembrar para el espíritu”, tal y como estamos hablando durante esta semana.
En primer lugar, nos habla de dos puertas y dos caminos, uno ancho y fácil de transitar, y otro estrecho, difícil, pero es el que verdaderamente conduce a la vida, el que revoluciona nuestro orden, ya que nos lleva a la renuncia de nosotros mismos, a tomar la cruz cada día y seguir a Jesús. El ancho y espacioso es por donde tendemos a caminar siempre, es a favor de la corriente. Pero cuando la gracia de Dios nos toca, cuando hemos decidido aceptarla, cuando hacemos de Jesús nuestro Señor, nos vemos en una senda angosta, nada fácil, pero cuyo fin es la salvación. Mantenerse en este camino requiere paciencia, determinación, esfuerzo, disciplina, en definitiva, requiere sembrar para el espíritu.
En segundo lugar, nos habla de dos clases de profetas y dos clases de árboles frutales, así como de dos tipos de siervos (vs. 15-23). Dos opciones de vida, que no darán lugar a engaño ninguno, ya que son evidenciadas por el fruto que dan. Se trata de una realidad que era patente en el primer siglo, y sigue estándolo hoy. Es la incongruencia de la distancia que hay entre lo que se dice y lo que se hace, entre nuestras palabras y nuestros hechos, lo cual, lamentablemente es uno de los aspectos que más influye en la negativa de muchas personas para acercarse al Señor: la incoherencia de los cristianos, capaces de hablar y predicar grandes sermones, pero con vidas que no reflejan las maravillas de lo que hablan. Y es que, no se trata de decir ¡Señor, Señor!, ni aun haciendo cosas sobrenaturales (v. 22). No es cuestión de palabras, sino de obediencia, de hacer la voluntad del Padre, de vivir Su Palabra, de sembrar para el espíritu y cosechar así su fruto.
Por último, nos habla de dos constructores (vs. 24-27), ambos oyen, ambos escuchan al Señor, y ambos enfrentan las mismas pruebas, pero de nuevo nos plantea la decisión de ser prudente, de ser previsor, cuidadoso, de invertir en forjar buenos cimientos, o de caer en la necedad de edificar sobre la arena. De nuevo una decisión, quedarnos en escuchar simplemente, en conocer, pero no hacer, en leer y comprender, incluso investigar la Palabra o, por el contrario, ponerla en práctica. Se trata de aprender que necesitamos sembrar para espíritu para soportar las pruebas que puedan sobrevenirnos y mantenernos en pie.
La puerta y el sendero estrecho, la decisión de ser un cristiano coherente que se pone de manifiesto en sus buenos frutos, que no se entretiene solo en nombrar al Señor, sino que practica justicia, ama misericordia y anda humildemente con Dios (Miqueas 6:8). La decisión de invertir en una firme vida espiritual capaz de asegurar un crecimiento de acuerdo con el propósito de Dios es cuestión de un corazón que siembra para el espíritu. Se trata de un compromiso genuino con Jesucristo, cuyo fruto es la coherencia entre confesar a Jesucristo como Señor, y vivir cada día en el centro de la Voluntad de Dios.
Pido a Dios que no tengamos que escuchar de nuevo reflexiones como la de Mahatma Gandhi al decir: “Me gusta tu Cristo… no me gustan tus cristianos. Tus cristianos son tan diferentes a tu Cristo”
REFLEXIONEMOS: ¿En qué camino te encuentras? ¿la estrechez te ha parado? ¿tus hechos y actitudes hablan más fuerte que tus palabras? ¿sobre qué cimientos estás edificando tu vida espiritual? ¿vives un cristianismo coherente, o necesitas ajustar tu práctica a tu teoría?