29 de Marzo 2021.
“Casa de Oración para todos los pueblos”.
Lectura bíblica: Mateo 21:1-22
” Y les enseñaba, diciendo: ¿No está escrito: ‘Mi casa será llamada casa de oración para todas las naciones’?” (Marcos 11:17a)
Jesús llegó a Jerusalén. Los discípulos iban alegres, imaginaban que era el fin del camino, el momento en el que se reconocería de verdad quién era el Mesías. Sin embargo, Jesús, al ver de lejos la ciudad, lloró (Lucas 19:41). El Señor se había encargado de hablar con claridad acerca de lo que le esperaba allí, pero no le entendieron, y no quisieron entender, dedicando parte del viaje a debatir sobre quién de ellos estaría en el lugar preferente (Marcos 9:34). Los discípulos estaban ciegos, tanto como la misma Jerusalén, y por eso Jesús lloró.
Se estimaba que, en Jerusalén, en Pascua, podría llegar a haber unos 3 millones de personas, y con una expectativa mesiánica muy fuerte. Esperaban a un Mesías político – militar que al igual que Moisés les liberara, en este caso de la opresión de Roma. Pero Jesús había llegado en un pollino, como rey manso, como mensajero de paz (Efesios 2:17), cumpliendo la profecía (Zacarías 9:9). Su entrada fue realmente desafiante, y generó una auténtica conmoción en la ciudad que comenzó a preguntarse ante la gran comitiva que llegaba: ¿quién es este? (V10). Encontramos, por un lado, a sus discípulos y seguidores, para los que Jesús era el Mesías, también a las multitudes de la comitiva, que hablaban de Él como el profeta de Nazaret, y por otro lado, a los que desconfiaron desde el principio y no entendían que alguien que viniera de Galilea pudiera ser así reconocido. Y por supuesto, expectantes e indignados ante todo ello, estaban los sacerdotes, fariseos y saduceos que escuchaban con temor y rabia los gritos de los que clamaban sin ningún temor: ¡Hosanna! ¡Hijo de David!
Pero no había hecho más que empezar. Un día después, el desafío aumentó. Jesús se dirigió al Templo, y no como el resto de los peregrinos en Pascua para adorar, sino para poner en evidencia la realidad de cómo estaba la relación del pueblo con Dios. Jesús, en el patio de los gentiles no se detiene ante la situación que tenía delante. La corrupción, negocios interesados, cambios abusivos de moneda, aprovechando la devoción de miles de personas que llegaban cansados de lugares lejanos, habían transformado en cueva de ladrones lo que debiera ser la “Casa de Oración para todos los pueblos” (Isaías 56:7). Jesús denunció con ímpetu a los traficantes, y también a los que lo permitieron. ¿Dónde estaba Dios en ese lugar? ¿Cómo se le honraba? ¿A qué rincón se le había apartado? ¿Dónde estaba el clamor de Salomón cuando fue construido aquel Templo por primera vez? “Si los cielos, y los cielos de los cielos no te pueden contener, cuánto menos esta casa que yo he edificado” (1 Reyes 8:27).
Contrastando con este acto de purificación y limpieza en el Templo, Jesús realizó al mismo tiempo, actos de amor, actos de servicio, actos de sanidad sobre aquellos ciegos y cojos que se le acercaron (v14). ¡Qué increíble lección! Es toda una parábola de acción que nos debe enseñar, confrontar y hacer reaccionar. El Señor, la manifestación de la presencia real de Dios en ese lugar, el Mesías prometido, puso así de manifiesto la razón por la cual estaba allí, tal y como había leído en aquella sinagoga de Nazaret: … vino para dar vista a los ciegos y libertad a los oprimidos…(Lucas 4:18-19). Nos muestra así cuál era la verdadera ofrenda que había que llevar a su presencia, “practicar justicia, amar misericordia y andar humildemente con Dios” (Miqueas 6:6-8).
Pero el Plan divino supera toda expectativa. Jesús, en quién reside toda la deidad, es ahora el Templo que será destruido, y levantado en tres días (Juan 2.19). Y, tras su tremendo acto de amor, por el que todos tenemos la posibilidad en libertad de ser restaurados, redimidos y reconciliados con Dios, abre en cada uno de nosotros una “casa de oración”, un “lugar dónde Él va a habitar” (Juan 14:23), un “templo del Espíritu” (1 Corintios 6.19).
El Templo que Jesús purificó, representaba la presencia de Dios en medio de un pueblo que no le honraba en Él. Esa obra purificadora, puede ser hoy una realidad en cada uno de nosotros, y es también la que sostiene su Iglesia, donde todos, como una gran familia, somos un templo santo, edificado en comunión, donde mora el Espíritu.
REFLEXIONEMOS:
¿Es tu vida un “lugar” para que el Espíritu de Dios pueda morar en libertad? ¿es una Casa de oración, o está llena de demasiado ruido y jaleo, de demasiado egoísmo, de falsedad, resentimiento o falta de perdón? ¿has permitido que tus heridas, tu ceguera o cojera, estén en las manos de aquel que quiere morar en ti?
Y, como parte del Cuerpo de Cristo, ¿qué haría Jesús hoy en su iglesia? ¿qué purificaría y limpiaría? ¿cómo sería un instrumento de sanidad y reconciliación?
Paloma Ludeña Reyes