03 de Marzo 2021.
Abramos la Caja.
Lectura bíblica: Romanos 7-8
“Porque Dios hizo lo que era imposible para la ley, por cuanto ella era débil por la carne: Habiendo enviado a su propio Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne; para que la justa exigencia de la ley fuese cumplida en nosotros que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.” (Romanos 8.3-4)
En esta semana seguimos reflexionando sobre los obstáculos que nos impiden caminar hacia el crecimiento espiritual. Buscamos conocerlos, enfrentarlos y de esta forma no caer en manos del autoengaño que tanto daño hace a nuestra madurez.
Parte de la respuesta que debemos dar al autoengaño está en conocer las realidades del mundo, la carne y el diablo que operan en nuestra vida, ya que son protagonistas claves del por qué no nos mostramos a Dios como somos y, por lo tanto, evitamos ser transformados por Él.
Estos obstáculos se enraízan en nuestra vida, haciéndose fuertes y oponiéndose a que vivamos una verdadera vida de discípulos, que seamos luz y sal en este mundo y haciéndonos perder la verdadera esencia de nuestra vida “Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada?… Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder… Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mateo 5:13a, 14a, 16).
A la luz de este pasaje, si más de mil millones de personas nos confesamos evangélicos, a los que, si unimos a los católicos, ortodoxos…, somos más de 2.500 millones de cristianos, aproximadamente el 33% de la población mundial, nos debería llevar a reflexionar si no deberíamos salar y dar más sabor a este mundo. Si vivimos un verdadero cristianismo, ‘la sal de la tierra’, ¿dónde está el efecto del que hablaba Jesús?”
Somos miembros del Reino de la Luz, pero todavía seguimos luchando contra el Reino de las Tinieblas. Experimentamos tentación y conflicto. Pecamos. Enfrentamos una fuerte oposición a nuestras más altas esperanzas y sueños de servir a Cristo fielmente.
El apóstol Pablo se refiere a la carne como una inclinación pecaminosa, una disposición, o propensión a pecar que ha heredado de Adán. No hay nada bueno en ella: “Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien” (Romanos 7:18). Y aunque ha sido crucificada con Cristo, tenemos que luchar con ella. “Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo de pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado” (Romanos 6:6)
Necesitamos entender que solo cuando nos sumergirnos en el amor y la gracia de Dios, somos capaces de luchar en contra de aquellos obstáculos que nos impiden ser instrumento de bendición en las manos de Dios. Para caminar en este sendero hacia el crecimiento espiritual debo estar seguro de una cosa: Dios me ama y ha demostrado su amor enviando a su Hijo para morir por mí. Es en este contexto de amor que estamos aprendiendo a enfrentar las áreas de nuestras vidas que todavía necesitan renovación y restauración.
¿No es cierto que todos tenemos una caja fuerte de la cual sólo nosotros guardamos la llave? ¿Por qué guardamos ahí tantas cosas? Puede ser por causa del temor y la desconfianza, la falta de claridad en cuanto a Dios y su gracia, por vergüenza, temor a la comunidad cristiana o incluso, por la enseñanza falsa y distorsionada en la iglesia. Quizás pensamos que al meter algo en ella, allí se muere. Pero el contenido de la caja sigue retorciéndose en nuestro interior, estrangulando nuestra vida espiritual y oscureciendo nuestra visión de Cristo y de su llamado. Pero para traer sanidad y restauración necesitamos escuchar y obedecer la voz de Jesús que nos dice: “Abre la caja. Nada será una sorpresa para mí. Conozco lo peor de ti, y todavía te amo. Confía en mí. Abre la caja y deja que su contenido muera.”
Os invito a que hagamos nuestra la oración de Nouwen en este día:
“‘¿Quiero ser visto por Jesús? ¿Quiero ser conocido por él?’ Si lo quiero, entonces la fe que proclama a Jesús como Hijo de Dios crecerá en mí. Sólo esta fe puede abrir mis ojos y revelar un cielo abierto. Así veré, como estoy dispuesto a ser visto. Recibiré ojos nuevos que puedan ver los misterios de la vida de Dios cuando permita que él vea todo mi ser, aun esas partes que yo mismo no quiero ver. Oh Señor, quiero que me veas, y que me dejes ver” (Camino a casa, Nouwen, p. 30)
Por esto necesitamos dar el paso de abrir nuestra caja, entregarle nuestra carne al Señor para que Él pueda hacer su obra en nosotros. Todos tenemos profundamente enraizada la tendencia a pecar y de una forma u otra se manifiesta en nuestra vida (Gálatas 5:19-21; Colosenses 3:5-9). Tanto Agustín de Hipona como Martín Lutero definían a nuestra naturaleza carnal y caída como “encorvados en nosotros mismos”, en dirección opuesta a Dios. Es por esto necesitamos levantar nuestra vida y abrirla hacia Dios. Necesitamos abrir nuestra caja y entregársela a nuestro Señor. Necesitamos invertir la tendencia a pecar y vivir conforme a la carne “por medio de actividades y estilos de vida que entrenen toda su personalidad para depender en el Cristo resucitado, como él mismo se entrenó para depender de su Padre” (Willard)
REFLEXIONEMOS:
¿Qué función que tiene la “carne” y sus dinámicas en mi vida? ¿Qué tengo encerrado en mi caja fuerte y debo entregar en manos de Dios? ¿Qué me impide abrir esa caja? ¿Cómo podemos despojarnos de nuestro viejo yo y revestirnos de Cristo y su naturaleza? ¿Qué patrones y hábitos, es decir, formas repetidas de acción, ciertas conductas o actitudes, debo hacer morir y que patrones positivos desarrollar en su lugar? ¿Acepto el Amor y la Gracia de Dios o hay algo que lo impide?
Jorge Manuel Pérez Zúñiga