TIEMPO PARA DIOS.

10 de abril 2021

“Sordo a la voz del amor”.

Lectura bíblica: Lucas 15; Salmo 139

”¿Adónde me iré de tu Espíritu, o adónde huiré de tu presencia” (Salmo 139: 7)

Concluimos esta semana en la que hablamos de la Gracia y el crecimiento espiritual, tal y como empezamos, haciendo referencia a la Parábola del Hijo Pródigo. En esta ocasión a través de un texto del libro: “El regreso del hijo pródigo: Meditaciones ante un cuadro de Rembrandt” de Henri J. M. Nouwen.

Así pues, dejar el hogar es mucho más que un simple acontecimiento ligado a un lugar y aun momento. Es la negación de la realidad espiritual de que pertenezco a Dios con todo mi ser, de que Dios me tienen a salvo en un abrazo eterno, de que estoy grabado en las palmas de las manos de Dios y de que estoy escondido en sus sombras. Dejar el hogar significa ignorar la verdad de que Dios me ha moldeado en secreto, me ha formado en las profundidades de la tierra y me ha tejido en el seno de mi madre (Salmo 139: 13-15). Dejar el hogar significa vivir como si no tuviera casa y tuviera que ir de un lado a otro tratando de encontrar una.

El hogar es el centro de mi ser, allí donde puedo oír la voz que dice: ‘Tú eres mi hijo amado, en quien me complazco’ La misma voz que dio vida al primer Adán y habló a Jesús, el segundo Adán; la misma voz que habla a todos los hijos de Dios y los libera de tener que vivir en un mundo oscuro, haciendo que permanezcan en la luz. Yo he oído esa voz. Me habló en el pasado y continúa balándome ahora. Es la voz del amor que no deja de llamar, que habla desde la eternidad y que da vida y amor dondequiera que es escuchada. Cuando la oigo, sé que estoy en casa con Dios y que no tengo que tener miedo a nada. Como Amado de mi Padre celestial, ‘aunque pase por un valle tenebroso, ningún mal temeré’ (Salmo 23:4). Como el Amado, puedo curar a los enfermos, resucitar a los muertos, limpiar a los leprosos, arrojar a los demonios (Mateo 10:8). Habiendo ‘recibido gratis’ puedo ‘dar gratis’. Como el Amado, puedo enfrentarme a cualquier cosa, consolar, amonestar, y animar sin miedo a ser rechazado y sin necesidad de afirmación. Como el Amado, puedo sufrir persecución sin sentir deseos de venganza y recibir alabanzas sin tener que utilizarlas como prueba de mi bondad. Como el Amado, puedo ser torturado y asesinado sin tener ninguna duda de que el amor que se me da es más fuerte que la muerte. Como el Amado, soy libre para dar y libre para recibir, libre incluso para morir al tiempo que doy vida.

Jesús me hizo ver claro que yo también puedo escuchar la misma voz que Él escuchó en el río Jordán y en el Monte Tabor. Me hizo ver claro que yo, lo mismo que Él, tengo mi casa junto al Padre. Pidiendo al Padre por sus discípulos, dice: ‘Ellos no pertenecen al mundo, como tampoco pertenezco yo. Haz que ellos sean completamente tuyos por medio de la verdad; tu palabra es la verdad. Yo los he enviado al mundo como tú me enviaste a mí. Por ellos yo me ofrezco enteramente a ti, para que también ellos se ofrezcan enteramente a ti por medio de la verdad’ (Juan 17:16-19) Estas palabras revelan cuál es mi verdadero hogar, mi auténtica morada, mi casa. La fe es la que me hace confiar en que el hogar siempre ha estado allí y en que siempre estará allí. Las manos firmes del padre descansan en los hombros del pródigo en una bendición eterna: ‘tú eres mi hijo amado, en quien me complazco’.

He abandonado el hogar una y otra vez. ¡He huido de las manos benditas y he corrido hacia lugares lejanos en busca de amor! Esta es la gran tragedia de mi vida y de la vida de tantos y tantos que encuentro en mi camino. De alguna forma, me he vuelto sordo a la voz que me llama ‘mi hijo amado’, he abandonado el único lugar donde puedo oír esa voz, y me he marchado esperando desesperadamente encontrar en algún otro lugar lo que ya no era capaz de encontrar en casa.

Pero hay otras voces, voces fuertes, voces llenas de promesas muy seductoras. Estas voces dicen: ‘Sal y demuestra que vales’ Poco después de que Jesús escuchara la voz llamándole ‘mi hijo amado’ fue conducido al desierto para que escuchara aquellas voces. Le decían que demostrara que merecía ser amado, que merecía tener éxito, fama y poder. Estas voces no me son desconocidas. Siempre están ahí, y siempre llegan a lo más íntimo de mi mismo, allá donde me cuestiono mi bondad y donde dudo de mi valía. Me sugieren que tengo que, a través de una serie de esfuerzos y de un trabajo muy duro, ganarme el derecho a que se me ame. Quieren que me demuestre a mí mismo y a los demás que merezco que se me quiera, y me empujan a que haga todo lo posible para que se me acepte. Niegan que el amor sea un regalo completamente gratuito. Dejo el hogar cada vez que pierdo la fe en la voz que me llama ‘mi hijo amado’ y hago caso de las voces que me ofrecen una inmensa variedad de formas par aganar el amor que tanto deseo”.

Henri Nouwen. El regreso del hijo pródigo. Pp 43-45