07 de abril 2021.
La disciplina espiritual y la gracia.
Lectura bíblica: Romanos 5
” pero él me dijo: «Te basta con mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad.» Por lo tanto, gustosamente haré más bien alarde de mis debilidades, para que permanezca sobre mí el poder de Cristo.” (2ª Corintios 12:9)
Llevamos varios meses hablando sobre el crecimiento espiritual por medio de las disciplinas espirituales. Entendemos que estas son una herramienta maravillosa en las manos de Dios para transformarnos, ya que pretendemos que nos ayuden a ponernos en el lugar donde Dios puede trabajar con nosotros, y entendemos que es por medio de un alto nivel de compromiso y la búsqueda de gobernar y ordenar algún área de nuestra vida, que las disciplinas penetran hasta lo más profundo de nuestras inclinaciones pecaminosas y desordenadas para traer orden, salud, fortaleza; en una palabra, traer disciplina a nuestras vidas.
Pero en esta semana estamos queriendo hacer un énfasis muy especial en meditar que la disciplina por si misma no es la solución, y que lo único que hace de cualquiera de estas disciplinas un asunto espiritual es la obra del Espíritu Santo. Con las disciplinas, lo que nos proponemos es crecer en santidad, no ser legalistas, hipócritas o rígidos. Ser conformados más y más a la imagen de Cristo es algo que ocurre sólo con la presencia del Espíritu y su actividad en nuestros ejercicios espirituales. De lo contrario, dichos ejercicios harán de nosotros personas más ordenadas y fuertes, pero no más parecidas a Cristo.
Por lo tanto, nuestro andar hacia el crecimiento espiritual requiere de un esmerado y exquisito equilibrio entre nuestro compromiso de acción con la disciplina y nuestra dependencia de la obra del Espíritu Santo en nuestra vida. Es mantener un equilibrio sabio y apropiado entre la gracia y las obras. En palabras de Richard Foster: “Cuando desesperamos por lograr la transformación interna por medio de los poderes de la voluntad y la determinación, es cuando estamos accesibles a una nueva y maravillosa comprensión: la justicia interna es un don de Dios que ha de recibirse por gracia. El cambio interno que necesitamos es obra de Dios, no de nosotros.” En el momento en que captamos este entendimiento maravilloso, estamos en peligro de caer en un error en el sentido opuesto. “Estamos tentados a creer que no hay nada que podamos hacer. Si todos los esfuerzos humanos terminan en bancarrota, y si la justicia es un don gratuito de Dios, entonces ¿no es lógico sacar la conclusión de que tenemos que esperar que Dios venga a transformarnos?” (Alabanza a la disciplina, p. 20).
Sólo cuando tenemos como base el Amor y la Gracia de Dios es cuando podemos hallar el equilibrio para que las disciplinas espirituales no ayuden realmente a ser más como Cristo. Necesitamos entender que el amor de Dios no se basa en nuestra capacidad de desarrollar las disciplinas espirituales (orar, ayunar, estudiar, servir…), su Amor es un don gratuito que se nos ofrece en Cristo Jesús. Pero, por otro lado, el amor de Dios por nosotros no nos exime de la responsabilidad de desarrollar patrones de vida que nos ayudan a abrirnos a la obra del Espíritu de Dios. Y esto requiere mucho trabajo.
¿Qué son las disciplinas “espirituales”? Son medios específicos que Dios ha diseñado y ordenado para que nos podamos abrir a la obra del Espíritu. Éstas no pueden ser practicadas de forma segura y sana aparte del poder y la gracia de la obra del Espíritu en nosotros. De hecho, sólo podemos practicar la vida disciplinada estando bien afirmados en el amor y la gracia de Dios.
Constantemente debemos recordar el lugar absolutamente fundamental de la Gracia en el crecimiento espiritual. ¿Por qué? Porque el crecimiento espiritual es dificultoso. El cambio es duro. La formación de hábitos es un trabajo difícil y en ocasiones fallaremos. Si la gracia de Dios es su favor inmerecido para nosotros en Cristo Jesús, ésta no se puede ganar.
Por su parte, el amor de Dios para nosotros no se puede incrementar o mejorar; es infinito en su amplitud y profundidad. Sören Kierkegaard habla de la iniciativa del infinito amor de Dios de una forma conmovedora: “¡Padre que estás en el cielo! Tú que nos amaste primero; ayúdanos a que no olvidemos que tú eres amor, y que esta segura convicción pueda triunfar en nuestros corazones sobre la seducción del mundo, sobre la inquietud del alma, sobre la ansiedad por el futuro y sobre el miedo del pasado, sobre el dolor del momento… ¡Tú nos amaste primero, oh Dios! …sin cesar y a lo largo de toda nuestra vida” (Kierkegaard, The Prayers of Kierkegaard, citado en Devocionales Clásicos, p. 126).
Por esto cada uno de nosotros debemos pedir al Señor que nos ayude a tener la misma actitud del Apóstol Pablo, quien sufrió, luchó, creció, se disciplinó, pero entendió que debía hacerlo desde la aceptación de sus debilidades y, sobre todo, que como él expresó en el versículo que preside este devocional, solo la Gracia de Dios es el poder que nos sostiene y empuja en muestro crecimiento espiritual.
REFLEXIONEMOS:
¿Qué esperamos de las disciplinas espirituales? ¡Donde estamos poniendo nuestra mirada en este camino hacia el crecimiento espiritual? ¿Estamos usando estas disciplinas para parecernos más a Cristo Jesús o solo es nuestro foco ser más ordenados y fuertes? ¿Entiendo que mí debilidad es parte de la obra de Dios en mi vida? ¿Entiendo la Gracia de Dios en mi vida? ¿Me basta Su Gracia?