18 de Marzo 2021.
Revelar nuestra espiritualidad.
Lectura bíblica: Romanos 8
“La creación aguarda con ansiedad la revelación de los hijos de Dios” (Romanos 8.19)
“Ella sabe que la quiero, no hace falta que se lo diga”, esta es una muy típica frase que usamos en los talleres de pareja para explicar una mala práctica en nuestra relación, y lo importante y necesario que es verbalizar y demostrar con hechos el amor a nuestra pareja. En cuanto a la espiritualidad debemos entender que nos encontramos en el mismo punto, esta, nuestra espiritualidad, se debe ver y hacer patente de manera efectiva en nuestro servicio a Dios y a los demás. De la misma manera que Cristo se ofreció a sí mismo en la cruz por amor a la humanidad, sus discípulos somos llamados a ofrecernos a nosotros mismos en entrega y sacrificio a Él y a nuestros prójimos.
En uno de los devocionales de esta semana, reflexionábamos de que al igual que Cristo “aunque era Hijo, mediante el sufrimiento aprendió a obedecer” (Hebreos 5.8), nuestro camino de aprendizaje y crecimiento espiritual debe trazarse de igual manera. Pero ¿qué debemos entender como el sacrificio que nos pide el Señor? La Palabra de Dios es clara en este sentido: “¿De qué me sirven sus muchos sacrificios? —dice el Señor—. Harto estoy de holocaustos… ¡Lávense, límpiense! ¡Aparten de mi vista sus obras malvadas! ¡Dejen de hacer el mal! ¡Aprendan a hacer el bien! ¡Busquen la justicia y reprendan al opresor! ¡Aboguen por el huérfano y defiendan a la viuda!” (Isaías 1.11,16-17) No puede ser de otra manera. Si la salvación, que es por Gracia de Dios y mediante la fe en Cristo Jesús, es efectiva en nuestra vida, sólo puede serlo involucrando todo nuestro ser y muy especialmente nuestras relaciones. Sólo podemos participar del Reino de Dios a través de nuestras acciones. Y nuestras acciones son físicas, vivimos sólo a través de los procesos de nuestro cuerpo.
El Apóstol Pablo en Gálatas nos habla con total claridad de cómo debe ser nuestra vida espiritual: “Pero si los guía el Espíritu, no están bajo la ley. Las obras de la naturaleza pecaminosa se conocen bien: inmoralidad sexual, impureza y libertinaje; idolatría y brujería; odio, discordia, celos, arrebatos de ira, rivalidades, disensiones, sectarismos y envidia; borracheras, orgías, y otras cosas parecidas. Les advierto ahora, como antes lo hice, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios. En cambio, el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio. No hay ley que condene estas cosas.” (Gálatas 5:18–23) ¡¡Nuestra espiritualidad se ve!!! Es patente en nuestra vida física, en nuestras acciones, en nuestras costumbres, en nuestra forma de tratar y relacionarnos con los demás.
Por lo tanto, nosotros tenemos que elegir donde invertimos, en que sembramos, si en nuestra carne o para el Espíritu, ya que conforme a esto cosecharemos. Esta elección es transcendente y se realiza en cada una de las obras que hacemos “No nos cansemos, pues, de hacer bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos” (Gálatas 6:9) La Palabra nos enseña que, a pesar de la corrupción del pecado en nuestra vida, por la Gracia de Dios y el poder del Espíritu, podemos escoger la vida, la que viene de Dios y nos es impartida por el Espíritu de Cristo. Por la salvación que de Él recibimos, tenemos el poder que nos da la posibilidad de elegir y a ser colaboradores suyos para llegar a ser lo que Él diseñó que fuésemos en Cristo Jesús.
“El cuerpo humano es el principal campo de libertad y poder independiente que Dios ha dado al hombre. Dicho sencillamente, si no hay cuerpo, no hay poder. El hombre posee un cuerpo por una razón: para poder tener a su disposición los recursos que le permiten ser una persona en comunión y en cooperación con un Dios personal” (Willard). Cada uno de nosotros podemos usar este poder para alejarnos de Dios y hacernos esclavos del pecado, o someter nuestra vida, nuestro cuerpo, bajo la autoridad de Cristo para vivir para el propósito original para el que fuimos creados. Si hemos entregado a Cristo nuestra vida, Él nos ha dado libertad y poder para optar bajo que soberanía vamos a vivir.
REFLEXIONEMOS: ¿Qué decisión tomamos? ¿Quiero cooperar con Dios para llevar su plan adelante? ¿Realmente estoy dispuesto a entregar al Señor mi cuerpo para que Él lo use para Su Gloria? ¿Me he cansado de hacer el bien? ¿Cuál es el fruto de mi vida? ¿Qué acciones y hechos concretos voy a comenzar que sean sacrificios que honren al Señor? ¿Que reflejan mis obras: espiritualidad y luz o sombras y carnalidad?
Jorge Manuel Pérez Zúñiga