17 de Marzo 2021.
Sanidad integral.
Lectura bíblica: Lucas 8:40-56
“―¿Quién me ha tocado? —preguntó Jesús. Como todos negaban haberlo tocado, Pedro le dijo: ―Maestro, son multitudes las que te aprietan y te oprimen”
(Lucas 8:45)
Si hay algo que me apasiona de Jesús, y que me confronta cada día como cristiana, es el cuidado, atención, paciencia y dedicación del Maestro a las personas, a todas, pero especialmente a las anónimas, marginadas, heridas, desechadas socialmente, y terriblemente necesitadas. En el relato de hoy, vemos en esa situación a dos mujeres, una con una enfermedad crónica por 12 años que la hacía a ella impura, y también a todo el que la tocara, la otra, una niña a las puertas de la muerte, con apenas 12 años, edad a la que no se les daba ninguna consideración social, solo por parte de la familia. Ante sus historias terminales, tristes y quebradas, un Jesús cercano, atento, que devuelve la dignidad al que toca, y que realiza una restauración total en sus vidas.
No es fácil imaginar lo que tendría que pasar aquella mujer que por 12 años sufría de hemorragias. Cuántos esfuerzos fallidos, esperanzas rotas en todo tipo de remedios con el fin de salir de esa esclavitud. Cómo debía de sentirse cuando su condición física, ya terrible, la llevaba a una situación emocional aún peor: el rechazo, el aislamiento, el verse como transmisora de impureza a todo aquel que la tocara (Levítico 15:19-30). Ningún abrazo, ningún gesto de acercamiento, ningún contacto con otras personas, seguramente, por ello, no tendría marido ni hijos, que era lo que daba significado a la mujer judía en ese tiempo. Caminaría alejada mientras todos girarían sus caras y se “pasarían a la acera de enfrente”. Pero aún más, esa impureza ceremonial que se le atribuía, la estaría dañando también espiritualmente, bajo la incomprensión, la falta de respuestas, la ausencia de paz en su corazón.
Es admirable ver el obrar de Jesús en esta situación. Sabía de la niña, de la hija de Jairo y de que su vida se le escaba irremediablemente, y aún así se para para atender a la mujer. Parece incomprensible desde nuestra perspectiva, en la que no sabemos separar lo urgente de lo importante, pero como siempre, el Señor nos enseña a confiar, a desarrollar nuestra fe y a contemplar su Plan en vez de aferrarnos a los nuestros.
En primer lugar, la mujer es sanada totalmente en su enfermedad física. Jesús atendió su necesidad y restauró su cuerpo. Pero acto seguido, tras una pregunta que hubiera parecido pretendía ponerla en evidencia (¿quién me ha tocado?), realiza en ella una liberación mayor, la restaura emocionalmente. El hecho de que ella confesara le adjudica la dignidad perdida por años. Jesús de esta manera, la reivindica socialmente. A partir de ahora, el aislamiento queda roto, puede ser tocada, abrazada, amada. Pero aún más, Jesús la llama hija (v48), la considera pues parte del Reino, es salvada por su fe, por su confianza en Él, la que le llevó a esconderse entre la multitud para, al menos, acercarse al borde de su manto. La restauración es ahora espiritual. Vemos, por tanto, como el Señor la redimió completamente, llenando de paz su corazón al ir en armonía con Dios (Romanos 5:1). Fue liberada, sanada integralmente.
Y atónito un padre con el corazón roto, espera que Jesús se dirija a él para sanar su dolor, y, ya no para sanar, sino para resucitar el cuerpo muerto de su pequeña. Él se aferra a las palabras de Jesús: “No temas, solamente sigue creyendo y será salva” (v20 BTX), y camina con él de viaje hacía su casa. Cuántas veces me he preguntado qué hablaría el maestro a ese padre esperanzado y roto a la vez ¿qué palabras de consuelo, de vida eterna, le daría? Y es que Jesús camina a nuestro lado también en esos viajes inciertos por los valles de sombra y de muerte (Salmo 23).
Al final del viaje, ante la incredulidad de aquellos que lloraban, y que transformaron su llanto en burla, y en la presencia única de sus padres y de los tres discípulos más cercanos a Jesús, la niña se levanta. Es curioso como estos discípulos, presentes también en el monte de la transfiguración, y llamados a velar con Él en Getsemaní, fueron testigos del poder de la resurrección de manera muy especial, lo que sería clave en su ministerio apostólico.
La niña se levantó, sí, y su cuerpecito fue restaurado, lo que pone Jesús en evidencia al pedir que le dieran de comer. La niña, tal y como había prometido Jesús, viviría, pero su restauración fue completa, su sanidad sería total, y por fe sería salva.
Jesús nos da Vida, y lo hace en abundancia (Juan 10.10). Se trata de una Vida plena, pues por su gran amor, por su gracia, por su tremendo sacrificio, nos restaura física, mental, emocional, social y espiritualmente. Se trata de una liberación integral de la esclavitud de este mundo caído.
REFLEXIONEMOS: No sé en qué situación te encuentras hoy, ni que tipo de sanidad necesitas más. Si es tu cuerpo físico, si son tus emociones, si son tus heridas, falta de perdón, o si es un Espíritu contristado. Pero una cosa es cierta, Jesús puede tocar tu corazón, sólo tienes que dejarle, seguir creyendo, y por esa fe serás restaurado en todos los aspectos de tu ser. Pero recuerda que no se trata de “creer en Él”, sino de “creerle a Él”, confiando en que Su Voluntad es lo mejor para ti. Seguir creyéndole es ineludiblemente, seguir obedeciéndole.
Paloma Ludeña Reyes