27 de Enero 2021
Silencio
Lectura bíblica: Eclesiastés 5:1-7
Siempre me he preguntado por qué Jesús calló, por qué no dejó a todos boquiabiertos hablando con esa autoridad que todos le atribuían. Ante Pilato, golpeado, atado, despreciado, traicionado, Él, nuestro Señor, el Mesías, callaba. ¿Por qué no se defendía? Verdaderamente tenía razones muy poderosas para su alegato. Pero Él callaba, mientras el pueblo, los sacerdotes, los religiosos de la época gritaban: ¡crucifícale! ¿Qué nos enseña ese silencio que nos hace sentir tan impotentes?
Nos cuesta mucho no hablar, nos cuesta porque callar nos hace sentir indefensos. Utilizamos las palabras para ejercer control sobre las situaciones, sobre lo que piensan los demás, sobre lo que pensamos de nosotros mismos, es nuestra manera de justificarnos. Es por ello, que cuando callamos viene a nosotros la inseguridad, el temor de ver que ya no tenemos control de la situación, nos quedamos sin la posibilidad de justificarnos a nosotros mismos, de defender nuestra imagen pública, sin la posibilidad de enderezar el entendimiento de los demás. Pero ¿quién es quien realmente nos justifica? Jesús, en esos momentos tan difíciles lo sabía bien, y es que el silencio frena toda autojustificación y nos da libertad para permitir que nuestra justificación descanse por completo en la mano de Dios, a quién necesitamos dejar el control de nuestra vida. (Celebración de la disciplina. R. J. Foster pp119).
Cuando practicamos esta disciplina del silencio, cuando aprendemos a callar, y hablar la palabra justa, la que se necesita cuando se necesita, podemos escuchar a los demás, estar atentos a las personas y a lo que quieren decir. También, con esta práctica evitamos que usemos las palabras para manejar las situaciones, dando pasos de confianza hacia los demás. Es por eso, por lo que no nos cuesta estar en silencio con las personas que amamos.
El silencio también es una práctica inherente a nuestros tiempos especiales de retiro, de comunión y búsqueda de Dios. Como leemos en el texto de hoy en Eclesiastés, ante Dios, en Su Presencia, no caigamos en palabrerías, superficialidades, en promesas que no cumpliremos, o en frases religiosas aprendidas, ¿qué decir a Dios quién conoce, sabe, hasta lo más íntimo de nuestros pensamientos? ¿al que no hay nada, absolutamente nada que podamos ocultarle? Mejor callar y escuchar. Recordemos al impetuoso Pedro en el monte de la transfiguración, que no supo guardar silencio en esa increíble situación, y, aun siendo su intención agradar, el mismo Señor tuvo que llamarle la atención: “estáis ante mi Hijo amado, en quién me complazco, queréis escucharle” (paráfrasis Mateo 17:5)
A veces podemos llegar a creer que las muchas palabras ante el Señor nos van a dar favores especiales, convirtiendo nuestras oraciones en tradiciones, y nuestra adoración en un intento de manipular a Dios con promesas falsas y justificaciones innecesarias (Mateo 6.7). Recordemos que en la presencia de Dios necesitamos aprender a escuchar antes que hablar.
«El silencio real, la tranquilidad real, el hecho de frenar uno realmente la lengua, sólo viene como sobria consecuencia de la tranquilidad espiritual» D. Bonhoeffer
REFLEXIONEMOS:
¿Has pensado como tus palabras te definen? ¿Cómo indican tu temperatura espiritual?
¿Cuál es tu necesidad de auto justificarte ante los demás? ¿Cuánto te cuesta dejar que sea el Señor el que te justifique en cada situación?
¿Sabes realmente diferenciar cuando es tiempo de callar y tiempo de hablar? (Eclesiastés 3:7)
¿Cómo es tu tiempo devocional? ¿callas para escuchar a Dios?
Paloma Ludeña Reyes