26 de Febrero 2021.
Señor, perdóname… ayúdame en la tentación.
Lectura bíblica: Lucas 11.1-13; Santiago 1:13–15; Romanos 7-8
“Perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todos los que nos ofenden. Y no nos metas en tentación.” (Lucas 11.4)
Como hablábamos en el devocional de ayer, muchos de nosotros (y lo digo sobre todo en primera persona) tenemos mucho de lo que ser perdonados. Nuestro egocentrismo y la falta de amor y misericordia hace que necesitemos que Dios, y también nuestro prójimo, tengan que perdonarnos cada día. El problema de nuestro mundo no son los corruptos, malos o pillos que se aprovechan de los más débiles, el problema en el mundo soy yo. Yo estoy en el centro del problema.
Esto es algo que nos enseña esta oración modelo y que necesitamos entender para poder cumplir el propósito que Dios tiene para nuestra vida. No estamos llamados a simplemente existir de cualquier manera, sino que hemos sido creados para agradar a nuestro Señor. Nuestro pecado nos separa del destino que Dios tiene para nosotros (Romanos 3.23) y por esto estamos en una situación complicada y en peligro extremo. Y por eso pedimos ser perdonados. Pareciera extraño que los que son llamados “santos” son enseñados a pedir perdón, pero como decía Martín Lutero el cristiano es “simultáneamente justo y pecador”. El pastor bautista Martin Luther King lo expresaba así: “No me preocupa el grito de los violentos, de los corruptos, de los deshonestos, de los sin ética. Lo que más me preocupa es el silencio de los buenos.”
Es muy interesante que en el texto que usamos de Lucas, el tiempo del verbo está en el presente: “Perdónanos … nosotros perdonamos”. Es una acción continua y que se debe dar cada día en nuestra vida. No debemos llegar a la conclusión de que nuestro perdón es una condición “sine qua non” para que Dios nos perdone, ya que Él nos perdona por Gracia, sin contraprestación, ejerciendo misericordia en nosotros. Pero si expresamos que entendemos y asumimos que para poder pedir que Dios nos extienda perdón es que nosotros mismos extendamos perdón a los que nos ofenden. Es una manifestación de que nosotros entendemos lo que significa ser perdonados por Dios. ¿Cómo podemos estar abiertos a la experiencia y realidad de ser perdonados si no podemos perdonar a otros? ¿Podemos nosotros recibir amor si no amamos a otros? No podemos dar de lo que no hemos recibido. Sólo cuando recibimos el perdón, podemos descubrir en nosotros el poder para perdonar. Con esta petición el Señor nos guía a vivir como salvos y perdonados, haciendo realidad los que Jesús nos dijo a sus discípulos “Como el Padre me envió a mí, así yo los envío a ustedes.” (Juan 20.21)
La quinta petición del Padre Nuestro es que Dios no nos ponga a prueba. “Que nadie, al ser tentado, diga: «Es Dios quien me tienta.» Porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni tampoco tienta él a nadie. Todo lo contrario, cada uno es tentado cuando sus propios malos deseos lo arrastran y seducen. Luego, cuando el deseo ha concebido, engendra el pecado; y el pecado, una vez que ha sido consumado, da a luz la muerte.” (Santiago 1:13–15) Por lo tanto, nuestra oración para que no caigamos en la tentación debe ser una expresión desde lo más profundo de nuestra alma del deseo de santificar el nombre de Dios. Sabemos cuán fácil nos es pecar contra Dios y apartarnos de su voluntad, por esto declaramos que necesitamos de su guarda y cuidado. Siguiendo a Pablo debemos clamar para que el Espíritu Santo nos ayude a librarnos de los impulsos de nuestro viejo hombre y nos dé capacidad para caminar en fidelidad y obediencia a Dios (Romanos 8).
Dios no nos prueba con la intención de destruirnos, sino de fortalecernos y de producir la imagen de Cristo en nosotros (Santiago 1:13). Hacemos nuestra la promesa “Fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar” (1ª Corintios 10:13).
REFLEXIONEMOS:
¿Desde dónde parte mi alma cuando me presento delante de Dios, del orgullo o desde la humildad de saberme pecador? ¿Estoy caminando como un “Pobre de espíritu” que necesita cada día el toque de Dios para ser bienaventurado y transformado? ¿Tengo una actitud de perdón o de rencor? ¿Cuál es mi actitud ante la tentación? ¿Entiendo que cada prueba puede ser usada por Dios como parte de su obra en mi vida? ¿Confío en el Señor en medio de la prueba o busco la salida por otras “puertas”?
Jorge Manuel Pérez Zúñiga