EL AYUNO.

09 de Marzo 2021.

“Rasgaos el corazón”.

Lectura bíblica: Joel 2:12-27

“Ahora bien -afirma el Señor-, volveos a mí de todo corazón, con ayuno, llantos y lamentos” Rasgaos el corazón y no las vestiduras. Volveos al Señor vuestro Dios, porque él es bondadoso y compasivo, lento para la ira y lleno de amor, cambia de parecer y no castiga”

(Joel 2:12-13)

Durante esta semana estamos abordando una nueva disciplina espiritual en nuestro recorrido hacia la madurez: el ayuno. En el devocional de ayer, pudimos ver cómo fue crucial para la reina Ester practicarlo antes de intervenir a favor de su pueblo, y, por tanto, como puede ser también muy importante para nosotros, si nos preparamos para afrontar retos y buscamos ser sensibles a la voz de Dios antes de ponernos a la acción.

Hoy abordamos otra situación diferente: El profeta Joel llama al pueblo de Israel a ayunar, en este caso como señal de confesión y arrepentimiento. De nuevo se manifiesta el deseo profundo de ver a Dios actuar en momentos de crisis profundas. El pueblo estaba siendo devastado literalmente por plagas, sequía y hambruna, y se encaminaba a ser derrotado y exiliado por los ejércitos enemigos. La situación era muy complicada, se habían apartado verdaderamente de Dios, y ahora necesitaban reconocerlo, cambiar, dar un giro de 180 grados en sus caminos. Dios, a través del profeta Joel, hace un llamado al arrepentimiento a todo el pueblo para ser restaurado.

Volveos a mí” dice el Señor, nos dice a todos, especialmente cuando nos hemos desviado y andamos por vías que nos apartan de Su Voluntad, o cuando estamos sentados en el borde del camino, confusos, sin tomar la decisión de seguir en Sus sendas, con nuestras cargas y desobediencia en la espalda. Así nos dice Dios, “Volveos a mí”, pero ¡cuidado! en este pasaje, a través del profeta, el Señor nos deja claro cuál debe ser el orden correcto: primero que sea de “todo corazón”, y después con “ayuno, llantos y lamentos”. En esos momentos el pueblo de Israel ya estaba pasando hambre, por lo que el acto en sí del ayunar no era algo que interrumpiera sus vidas, además, el llanto y el lamento seguro que era algo cotidiano en esos difíciles tiempos de plagas y sequías. Por eso Dios les deja claro lo que es realmente importante: “hagáis lo que hagáis para clamar a mí, que sea de todo corazón, solo así me encontraréis” (Jeremías 29:13).

No se trata solo del ayuno, ninguna de las disciplinas espirituales sirve de nada si hacemos de ellas actos rituales, actos de contrición, convirtiéndolas únicamente en muestras externas de devoción, de adoración, o en este caso de arrepentimiento. Los judíos rompían sus vestidos como muestra de dolor (2 Reyes 19.1), pero Dios les pide un corazón contrito y humillado (Salmo 51.17b), por eso les confronta diciéndoles: “Rasgad vuestro corazón, y no vuestros vestidos”.

Del mismo modo cada uno de nosotros necesita escuchar como Dios nos insta a “rasgar nuestro corazón” ante Él, a quebrarnos, humillarnos y arrepentirnos para ser restaurados (1 Crónicas 7:14). Que nuestro anhelo, nuestra búsqueda, nuestro clamor a Dios sea sincero, genuino, y no hagamos de ello manifestaciones externas con el fin de que sean vistos por otros, o incluso por nosotros mismos, para nuestra tranquilidad de conciencia, olvidándonos que de lo único que se trata es de Él, y no de nosotros. Son numerosos los textos en los que encontramos la importancia de una motivación auténtica en nuestra comunión con Dios, y muy especialmente cuando la expresamos a través del ayuno (Isaías 58:1-8, Mateo 6.16).

Puede que nuestras vidas necesiten, quizás por primera vez, o quizás por “enésima” vez volverse a Dios, centrar toda nuestra atención en Él, apartando todo lo que nos estorba, anhelando cambiar, eliminar lo que se interpone entre Dios y nosotros, y buscar su restauración en cada área de nuestra vida. Es entonces un buen momento para ejercitar el ayuno que nos permita hacer intenso, real y sincero nuestro arrepentimiento, y nos deje en el lugar en el que Dios pueda hablarnos y nosotros escucharle.

Pero hay algo que nos debe conmover profundamente, y es el llamado de Dios a que juntos, como Iglesia de Cristo, seamos capaces de también arrepentirnos como comunidad. Nuestros tiempos hoy en día también son críticos, recorremos caminos muy difíciles en los que los valores del Reino se quedan cada vez más al margen. Pero es en esta situación en la que necesitamos ser Sal y Luz, en la que somos enviados para ser portavoces del Evangelio, agentes de reconciliación y para llevar paz a los corazones, pero, en la mayoría de las veces y situaciones, vivimos opacos y apenas somos pequeñas “velitas” en la oscuridad. En los tiempos de Joel el pueblo debía tomar medidas drásticas, arrepentirse y cambiar el rumbo, dejar las manifestaciones superficiales y “rasgar su corazón”. En nuestros tiempos, el pueblo de Dios, la Iglesia, debe también despertar y dejar de mirarse a sí misma para ser las manos y los pies de Cristo en este mundo dolorido. Necesitamos juntos clamar, orar, estudiar la Palabra, y, por qué no, también ayunar, pidiendo perdón, y permitir que Dios nos capacite para ser una respuesta clara a las preguntas de esta generación: No podemos dejar que al observarnos nos digan ¿dónde está tu Dios? (v17), sino que Él sea visto con claridad a través de nuestras vidas y comunidades.

Recuerda que el Señor perdona y nos llena de esperanza: “No temas, tierra, sino alégrate y regocíjate, porque el Señor hará grandes cosas” (Joel 2:21).

REFLEXIONEMOS:

¿Cuántas veces “rasgo mi corazón” delante de Dios, y cuántas veces me conformo con “rasgar mis vestiduras”? ¿Reconoces la importancia y la necesidad del arrepentimiento personal a lo largo de tu vida como creyente? ¿Realizas con cierta frecuencia un autoexamen para comprobar en qué áreas de tu vida están los obstáculos que afectan a tu relación con Dios? ¿Consideras que tiempos de ayuno podrían ayudarte en esta tarea?

¿Crees que como comunidad cristiana necesitamos llevar al Señor nuestro arrepentimiento por lo que fallamos, y también por lo que no intentamos?

Paloma Ludeña Reyes