20 de abril 2021.
¿Qué estás sembrando?
Lectura bíblica: Gálatas 6
” No os dejéis engañar, de Dios nadie se burla; pues todo lo que el hombre siembre, eso también segará” (Gálatas 6:7)
Existe una ley inquebrantable, la ley de la siembra y la cosecha, de la causa y sus efectos, de las consecuencias que surgen inevitablemente de nuestras decisiones, en cualquier sentido que las tomemos. De la misma manera que uno no puede recoger naranjas si ha sembrado un manzano, en lo que invertimos nuestros pensamientos, actos, tiempo, capacidades, dones, y sí, también nuestros recursos, veremos el fruto adecuado. Pero ¿cuántas veces, estar ciegos a esta ley nos lleva a sorprendernos de lo que cosechamos ya que no es lo que esperábamos?
Pablo está hablando con mucha claridad a los Gálatas. Él mismo dice que lo hace con letra grande (v.11). Por una parte, ha enfatizado como no puede haber una siembra a medias, ya que el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu contra la carne, además no hay lugar a dudas, las obras de la carne son evidentes (v.19-20). Sin embargo, las intenciones de Pablo en esta carta van más allá, pues está intentando decirles a las iglesias en Galacia, que el Evangelio es libre y no está sometido a ataduras. La razón de ello: el grupo de cristianos más afines al judaísmo (judaizantes) estaban imponiendo a los nuevos creyentes, no judíos, a circuncidarse, como símbolo externo, con el fin de dar buena impresión y evitar ser perseguidos a causa de la cruz de Cristo (v.12).
¡Qué gran contradicción! para esas primeras comunidades cristianas que se estaban extendiendo y que necesitaban, como las alienta Pablo, de un crecimiento integral en el Espíritu. Sin embargo, si nos paramos a pensar, hoy en día también caemos a menudo en un cristianismo que invierte en símbolos externos, en apariencia, conformándonos a este mundo, y muchas veces intentado pasar de puntillas en nuestra sociedad, lo más inadvertidos posible, sin estar próximos, cercanos a las necesidades, sin mancharnos las manos con las aflicciones, cada vez más terribles, de quienes nos rodean. Pero, como bien dice Pablo, a Dios no se le puede engañar, Él conoce nuestro corazón y los rincones más oscuros y encerrados de nuestra realidad, Él sabe todo de nosotros, lo externo y lo interno (Salmo 139:16; Hebreos 4:13), y nuestras motivaciones no se le pasan por alto, por mucho que las disfracemos de religiosidad.
El fruto del Espíritu, que es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre y dominio propio (Gálatas 5:22-23) no se obtiene a través de una “experiencia mística”, sino que proviene de la Gracia de Dios derramada en una vida que ha sembrado en el Espíritu. Por lo tanto, tiene mucho que ver con nuestro caminar como cristianos, con nuestro crecimiento, y con la manera de amar y tratar a los demás. De este modo, Pablo responde a la pregunta: ¿cuáles son las señales del que vive en ese fruto? ¿cuáles las características del que hace una buena siembra?
Se trata de aquel que, con mansedumbre, sin vanagloria, restaura al que tropieza a su lado, al que cae al lado del camino, ya que sabe que él también puede caer (v.1). Se trata de aquel que lleva las cargas pesadas del otro, que le ayuda en sus conflictos y tentaciones, siendo siempre consciente de que la justicia es de Dios, y no nuestra (v.2-3). Se trata de aquel que examina con frecuencia su propia vida, y asume ante Dios su responsabilidad, sin compararse con nadie (v.4-5). Se trata de aquel que comparte la Palabra y la vive junto a los demás (v.6). Se trata de aquel que decide que cosecha quiere tener, invirtiendo en la buena siembra, aquella que son obras del espíritu, que no se corrompen ni se pudren (v.8). Se trata de aquel que sin descanso decide hacer el bien siempre, no para una gratificación personal, sino sirviendo con amor, y especialmente a los de la familia de la fe. Se trata de aquel que le motiva una única cosa en la cual se gloría: la Cruz de Cristo, crucificado por cada uno de nosotros y que, por lo tanto, él también lo está para el mundo (v.14).
Y es que, como dice Pablo, lo que verdaderamente importa, lo que nos ha de mover, lo que nos tiene que impulsar, para invertir, para crecer, para vivir un cristianismo real, es formar parte de una nueva creación que se identifica con el caminar de Cristo, con los valores del Reino.
Por eso, sembremos, invirtamos haciendo tesoros en el cielo, donde la polilla ni el óxido carcomen, ni hay ladrones que roben (Mateo 6.19). Sembremos para el Espíritu.
REFLEXIONEMOS:
¿Qué esperas realmente cosechar tras todo este tiempo en el que estamos centrados en crecer a través de las disciplinas espirituales? ¿Qué estás sembrando realmente?
¿Estás poniendo en práctica las disciplinas espirituales? ¿Crees realmente que te pueden ayudar en tu crecimiento espiritual? Si es así, ¿qué podrías hacer para aplicar aquellas que te están costando más?
Paloma Ludeña Reyes