SEMANA DE PASIÓN.

30 de Marzo 2021.

Perfume de nardo.

Lectura bíblica: Mateo 26: 1-16

“Pues al derramar este perfume sobre mi cuerpo, lo ha hecho a fin de prepararme para la sepultura. En verdad os digo: Dondequiera que este evangelio se predique, en el mundo entero, se hablará también de lo que esta ha hecho, en memoria suya” (Mateo 26:12-13).

El martes de la semana de Pasión, fue realmente un día lleno de actividad para Jesús, y lleno de sus enseñanzas, narradas en el Evangelio de Mateo a través de cinco largos capítulos. Se trata de lecciones claves, transmitidas con autoridad, sobre la responsabilidad e integridad del pueblo, sobre la hipocresía y la religiosidad, sobre el futuro y las señales finales, sobre el tiempo de espera y la esperanza, y sobre los valores reales del Reino que Él ha instaurado. Y, como epicentro, el Gran Mandamiento, donde todo se resume: amar a Dios con todo el corazón, alma y mente, y al prójimo como a nosotros mismos. Según se van entretejiendo estas enseñanzas, también se estaba urdiendo el plan para prender a Jesús y matarlo. Realmente no querían hacerlo en la Pascua, por la expectación que generaría, sin embargo, todo se precipitó, pues nada se opone al Plan de Dios, y Jesús lo sabía, Él iba a ser el auténtico Cordero Pascual.

Hoy leemos un relato doble acontecido en este tiempo: la entrañable unción de una mujer a Jesús en casa de Simón el leproso, y en terrible contraste, la queja de los discípulos y el ofrecimiento de Judas para traicionarle.

Sin confundirnos con la escena similar narrada por Lucas, y llevada a cabo por una mujer pecadora en casa de otro Simón, el fariseo (Lucas 7:36-50), los otros tres evangelistas: Marcos, Mateo y Juan, nos narran un suceso que tuvo lugar en Betania, en el final de este martes de la semana de Pascua, en casa de otro Simón, el leproso, seguramente sanado por Jesús. De acuerdo a Juan, esta mujer es María, la hermana de Marta y de Lázaro (Juan 12:3). Ella se acercó a Jesús, y transformó el lavamiento y unción de pies que se hacía a los invitados, en un acto único, que se recordaría por siempre, y que Jesús interpretó como la unción previa al entierro de su cuerpo (v 12).

María derrama un frasco de perfume sobre su cabeza. No era cualquier cosa, pues el perfume de nardo puro era muy caro, al igual que el frasco de alabastro que lo contenía. Marcos estima que tendría un valor de unos 300 denarios, es decir, el salario de un obrero de todo un año (Marcos 14:5), y María y sus hermanos no eran precisamente ricos.

En este acto de adoración profunda, María ofreció todo lo que poseía. El frasco quedó roto y el caro perfume derramado (Marcos 14.3). Era un regalo digno de un Rey. Realmente no sabemos si ella era consciente de la interpretación de Jesús, de que le estaba ungiendo para la sepultura, pero sí sabemos que María tenía una gran percepción espiritual (Lucas 10:38-42), y podía estar intuyendo que el desenlace anunciado por Jesús sería precisamente en esa Pascua.

Mientras tanto los discípulos se quejaban, no entendían lo que ellos piensan era un auténtico derroche, no comprendían la importancia se ese momento, el escaso tiempo del que iban a poder tener en su presencia directa al Maestro, lo que se avecinaba, la importancia de una auténtica adoración en Espíritu y en Verdad, de una entrega total, de una rendición sin límites. Estoy segura de que recordarían su queja durante mucho tiempo después de esa Pascua.

Y Judas, entonces, es cuando decide definitivamente llevar adelante su traición. Sabemos que estaba robando del dinero común (Juan 12:6), y en esos momentos se le juntarían muchas cosas: su desilusión al comprobar que el Reino que vino a instaurar Jesús no era terrenal, y por tanto no iba a poder aprovecharse de ello, el enfado por la reprensión del Señor al defender a María, o quizás, como algunos comentan, su intención fue forzar a Jesús a mostrar su poder y ser ese líder político que muchos esperaban. Siempre será un misterio. Sólo podemos decir que Satanás entró en él (Lucas 22:3).

¡Qué tremendo contraste! Dos historias narradas a la vez, entrelazadas sus tiempos, sus motivaciones, sus razones. Una nos señala uno de los mayores actos de adoración y fe, protagonizado por una mujer: María. La otra constituye uno de los actos más oscuros de traición y muerte, la entrega a los principales sacerdotes de Jesús, llevada a cabo por uno de sus “discípulos”: Judas. Fueron treinta monedas de plata, el precio de un esclavo, precio de sangre, dinero que quedó tirado en el santuario y apartado del Templo para comprar tierras que serían sepultura para forasteros (Mateo 27:3-10)

REFLEXIONEMOS:

Necesitamos realmente reflexionar sobre nuestros actos de adoración, sobre nuestra entrega genuina al Señor. ¿Cuál es nuestro perfume de nardo? ¿Realmente lo romperíamos en un acto de rendición plena a Dios? ¿Cuánto valoramos nuestra relación con Dios? ¿Cuánto juicio emitimos ante los actos de entrega y servicio de otras personas? ¿Cuál es la verdadera motivación de nuestros corazones ante nuestro Dios, ante nuestro Maestro, ante el obrar del Espíritu en nosotros? ¿Cuál es nuestra ofrenda personal y como parte del Cuerpo de Cristo?

Paloma Ludeña Reyes