21 de junio de 2021.
Mejor juntos.
Lectura bíblica: 1 Tesalonicenses 5:4-11
“Por lo cual, animaos los unos a los otros y edificaos los unos a los otros, así como ya lo hacéis” (1 Tesalonicenses 5:11)
Estamos en un punto clave dentro de nuestro énfasis “Hacia el crecimiento espiritual”, aprendiendo, reflexionando y aplicando las diferentes disciplinas espirituales a nuestra vida. En la pasada semana hablamos de integridad, de tener un corazón sin mezcla, de una vida que evidencie realmente lo que somos, lo que creemos, lo que amamos. Para ello necesitábamos de una comunidad, un espacio de seguridad donde poder abiertamente ser vulnerable sin ser sometido a juicio, ser acogido incondicionalmente, aceptado en nuestras debilidades y luchas. Y por este motivo, hay una nueva herramienta que siempre ha sido crucial en el camino a la madurez de los creyentes: el guía espiritual.
De siempre ha surgido esta figura, el mentor, cuyo nombre proviene de la mitología griega, un personaje llamado Mentor que fue consejero de Telémaco en la Odisea. De este modo, los mentores son aquellas personas que actúan como guía o consejero de otra. En el contexto cristiano, podríamos decir que un mentor, un guía espiritual, es aquel con un compromiso firme en su propio crecimiento y seguimiento de Cristo, y en acompañar a otro creyente a profundizar en su propia experiencia con el Señor.
Jesús realizó esa labor con sus discípulos, les acompañó, les animó, les confrontó y les orientó de una manera increíblemente sabia. Un ejemplo, que ya mencionamos en otros devocionales, es el trato tan especial con Pedro. El Señor le conocía bien, y fue a través de sus debilidades que fue transformado. Recordemos aquel encuentro con los discípulos tras la resurrección, aquel desayuno en la playa tan gratificante, y aquella conversación única y directa entre Jesús y Pedro: “¿Me amas? Apacienta, pastorea, a mis ovejas” (Juan 21:15-19). El Maestro trata de manera personal a Pedro, lo llevaba haciendo desde que le encontró por primera vez en aquella barca echando las redes al mar (Mateo 4:18). Le ayuda a enfrentarse a sus debilidades, le restaura y, siempre con un fin eterno, le alienta a continuar en el Camino y ser ese “pescador de hombres” que iba a cumplir el propósito de Dios para su vida (Lucas 5:10). ¡Cuánto tenemos que aprender en este texto sobre la gran necesidad de tener un guía espiritual, y también sobre como deberíamos ser nosotros ese guía para otras personas!
En el texto de hoy, Pablo habla a los creyentes en Tesalónica con claridad. Ellos son hijos de luz, no están en tinieblas (v5), y se refiere a “todos”, pues vivir en la luz es algo que caracteriza al creyente, y por lo tanto que le confronta a huir de un estilo de vida que mantiene rincones oscuros en su ser. El cristiano necesita estar vigilante, alerta, despierto, y ser sobrio (v6), con los ojos puestos en la eternidad, evitando todo autoengaño, y fijando siempre la mirada en la esperanza de la salvación que nos da nuestro Señor Jesucristo. Y para ello, Pablo sigue enseñando en su carta a la iglesia en Tesalónica, es importante que haya una edificación conjunta, una relación espiritual entre los creyentes, a través de la cual, nos animemos, nutramos y crezcamos (v11). Edificar sobre el fundamento único de Cristo es mucho más fácil, si no la única manera, si se realiza con hermanos que nos ayudan a abrir las puertas de nuestros rincones oscuros, airear cada cuarto de nuestra “casa” con el fin de que el Espíritu pueda “habitar” definitiva y plenamente en cada uno de nosotros. No hay ninguna parte del Cuerpo de Cristo que sobre, ni que no importe, no hay “llaneros solitarios”, pues somos interdependientes, y nos necesitamos pues solo junto con todos los santos, comprenderemos cuán ancho, y largo, alto y profundo es el amor de Cristo (Efesios 3:18). Y en esa necesidad de ser comunidad saludable, segura y confiable, de mutua edificación, podemos desarrollar esta disciplina espiritual que tratamos esta semana del acompañamiento y/o guía espiritual.
Un guía espiritual, nos acompaña en nuestra vergüenza, nos permite sacar a la luz lo escondido, aceptarlo, discutirlo y sanarlo en un ambiente de confianza. Un guía espiritual nos ayuda a descubrir nuestros dones, nos anima y alienta en los momentos difíciles, y nos dirige en el análisis de nuestras verdaderas motivaciones. Un guía espiritual nos direccionará siempre a fijar nuestra mirada en Jesús en todo momento, y a comprender la Gracia.
REFLEXIONEMOS:
La guía espiritual es independiente de nuestro tiempo en el Señor, y de nuestra madurez cristiana. Se trata de un privilegio, de una necesidad, de una manera de rendición de cuentas que nos libera de nuestra subjetividad y ayuda a crecer siempre. ¿Ya tienes un guía espiritual? ¿Te animas a tenerlo?
Paloma Ludeña Reyes