«Preparación para el resto de la vida»

17 de julio de 2021

La vida que Dios bendice.

Lectura bíblica: Mateo 7.21-29

Hoy compartimos la siguiente reflexión de Gordon MacDonald, que creemos será de bendición para cerrar esta semana sobre las prioridades que debemos adoptar en nuestra preparación para tener un “Tiempo y Lugar para Dios” sólido y constante el resto de nuestra vida.

En cierta ocasión, un hombre necio construyó un barco. Se proponía que su barco fuera el más grandioso, y el más admirado de los barcos que salían del puerto del club náutico del cual el hombre era miembro. Es así como determinó no ahorrar ningún gasto ni esfuerzo para lograr su propósito.

El hecho de que el constructor del barco llegaría a ser conocido como hombre necio no tenía nada que ver con su capacidad de constructor, ni su capacidad de duro trabajo. Tampoco tenía que ver con su personalidad, ya que era una persona muy agradable; esto es lo que la gente decía de él. No era por ninguna de estas razones. La razón por la que llegó a ser llamado hombre necio sólo tenía que ver con sus cualidades personales; cualidades invisibles – podríamos decir – que inicialmente nadie supo discernir. Pero decir más al respecto sería adelantarnos a la historia.

El hombre necio equipó su nave de velas coloridas, de todo tipo de aparejo complicado, y de muchas comodidades en la cabina. Las cubiertas fueron hechas de madera de teca, y todos los accesorios fueron fabricados a gusto propio, de latón pulido. Y en la popa, pintado en letras doradas, visibles desde una considerable distancia, estaba el nombre del barco: Persona.

Mientras construía Persona, el necio no podía resistir la tentación de fantasear acerca de la anticipada admiración y aplauso de los miembros del club en el momento del lanzamiento de su nuevo barco. De hecho, cuanto más pensaba en la alabanza que pronto recibiría, tanto más tiempo y atención daba a aquellos aspectos de la apariencia del barco que gustarían a la gente y aumentarían su emoción.

Ahora bien -y esto parecía razonable, ya que nadie vería la parte de abajo de Persona– el necio vio poca necesidad de preocuparse de la quilla del barco; o, por lo mismo tanto, cualquier cosa que tuviera que ver con una distribución apropiada del peso, o del lastre. Los navegantes expertos se echarían las manos a la cabeza por esto, pero uno debe recordar que el constructor actuaba pensando en la muchedumbre, y no en la idoneidad de la nave. Que el barco fuera apto para la navegación no parecía un asunto importante mientras se encontrara en el muelle seco.

En una de estas ocasiones cuando el necio estaba evaluando sus prioridades de tiempo y recursos, dijo para sí: ‘¿Para qué gastar tiempo y dinero en lo que está fuera de vista de cualquier ojo? Cuando escucho las conversaciones de la gente del club, veo que alaban sólo lo que pueden ver. No puedo pensar en nadie que haya expresado su admiración por la superficie inferior del barco. Más bien, a mis colegas de navegación les parece emocionante el color y la forma de las velas, sus accesorios de latón, su cabina y comodidades, sus cubiertas, la textura de la madera, y la velocidad y destreza necesarias para ganar las regatas de las tardes de domingo’.

Impulsado por tal razonamiento, el necio construyó su barco. Y todo aquello que sería visible a las personas pronto resplandecía con excelencia. Pero las cosas que no se verían cuando el barco se adentrara en el agua, en general fueron ignoradas. Los demás no parecían notar este hecho, y si lo notaban, no hicieron ningún comentario al respecto.

Lo que el constructor suponía resultó cierto: La gente del club náutico admiraba las velas, el aparejo, las cubiertas, el latón y los camarotes; y alababan lo que veían. A veces escuchaba de refilón a algunos que decían que sus esfuerzos para construir el barco más grandioso de la historia del club le llevarían algún día a ser elegido comodoro. Esto reforzaba aún más su convicción de que había tomado buenas decisiones, y de que se encontraba en el buen camino a la aceptación y el éxito en el club náutico.

Cuando llegó el día del viaje de estreno del barco, la gente del club le acompañaba en el muelle. Se rompió una botella de champaña sobre la proa, con lo cual llegó el momento de lanzarse a navegar. Cuando la brisa llenó las velas y sacó a Persona del puerto del club, el constructor se puso al timón, y escuchó lo que por años había anticipado: los gritos de ánimo y de buenos deseos de admiradores envidiosos que se decían unos a otros: ‘Nuestro club nunca ha visto un barco más grandioso que éste. Este hombre nos hará famosos en el mundo de la navegación de yate’. Algunos patrones de barco se unieron al hombre, navegando a cada lado y formando una espectacular flotilla que salió del puerto, pasó el rompeolas y se adentró en el océano.

Pronto el hermoso Persona era sólo un punto en el horizonte. Y al cortar camino a través de las olas, su constructor y dueño, quien en este momento para nada parecía un hombre necio, agarraba el timón con un gran sentimiento de orgullo. ¡Qué logro! Fue sobrecogido por una creciente sensación de confianza de que todas las cosas –su barco, su futuro como miembro del club, y seguramente su elección como comodoro, y aún el océano (¿por qué no?, cuando uno se siente confiado)- estaban bajo su control.

Pero habiendo navegado varias millas mar adentro, se levantó una tormenta. No era realmente un huracán, pero tampoco era una borrasca. De repente aparecieron ráfagas de viento de más de cuarenta nudos y olas de más de cinco metros. Persona comenzó a estremecerse, mientras las aguas lo golpeaban por todos los lados. Entonces, las cosas comenzaron a ir mal, y el ‘capitán’ empezó a perder su compostura. Quizás, después de todo, el océano no le pertenecía.

¿Y dónde se encontraban los otros miembros del club, los que habían salido del puerto escoltándole, animándole y aplaudiéndole? Los buscó, pero no se veía a nadie. Los barcos que le habían acompañado en la primera parte de la navegación se habían dado la vuelta hacía ya largo rato. El necio había estado demasiado absorto en sí mismo para notarlo. Además, los otros capitanes sabían reconocer las nubes de tormenta cuando éstas aparecían.

En cuestión de minutos, las coloridas velas del Persona estaban hechas trizas. El espléndido mástil estaba astillado en pedazos, y el aparejo fue abruptamente lanzado sobre la proa. Las cubiertas de madera de teca, y la cabina lujosamente revestida, estaban inundadas de agua. Además, antes de que el constructor necio se pudiera percatar, una ola de un tamaño que jamás había visto fue lanzada sobre Persona, y el barco se volcó.

Ahora bien, hay una cosa importante: pasado el vapuleo, cualquier otro barco se hubiera enderezado por sí mismo. Pero Persona no se enderezó. ¿Por qué? Porque su constructor, este hombre tan necio, había ignorado la importancia que tiene la parte del barco que está por debajo del agua. No había el peso necesario; y cuando una quilla bien diseñada y el lastre adecuado hubieran podido salvar el barco, éstos no se encontraban por ninguna parte. El necio se había preocupado por la apariencia de las cosas, pero no lo suficiente por la capacidad de flote del barco y su estabilidad en los lugares secretos y no visibles; esos lugares donde se enfrenta la tormenta.

Más aún, ya que este hombre necio tenía tal confianza en sus propias capacidades de navegación, no contempló la posibilidad de enfrentar alguna situación que él no pudiera solucionar. Es así como investigaciones posteriores revelaron que no había equipo de rescate abordo: cosas como un bote salvavidas, chalecos salvavidas, o radios de emergencia. La combinación de la falta de planificación y del orgullo ciego terminó en el naufragio de este hombre necio.

Fue sólo cuando los restos del naufragio de Persona fueron llevados a tierra cuando los amigos del club náutico del hombre ahogado descubrieron todo esto. ‘Miren –decían- a este barco le falta una quilla apropiada y hay mucho más peso en la parte superior que el que hay en la parte inferior del barco’. Y añadían: ‘Sólo un necio diseñaría y construiría un barco como éste, y mucho menos navegaría en él. El que sólo se preocupa por lo que está por encima del agua ha construido menos de la mitad del barco. ¿No sabía éste que el océano es peligroso? ¿No entendía que un barco construido sin tener en cuenta las tormentas es un desastre flotante? Qué absurdo de nosotros haberle aplaudido con tanto entusiasmo’.

Por allí se encontraban unos cuantos ancianos y ancianas que escuchaban estas cosas y se decían el uno al otro: ‘No recordamos haber escuchado a ninguno que mencionara estas cosas cuando el hombre necio construía su Persona. ¿De qué sirven ahora tales preguntas cuando su barco ya ha naufragado, y él no aparece por ninguna parte?’.

Efectivamente, el hombre necio nunca fue encontrado. Ahora, cuando otros hablan de él, cosa que no sucede a menudo, no mencionan su éxito inicial ni la belleza del barco, sino la necedad de lanzarse al océano, donde las tormentas son repentinas y violentas; y de haberlo hecho con un barco que no fue construido para otra cosa que no fuera la vanidad de su constructor y la alabanza de los espectadores. Fue en estas conversaciones que el patrón de Persona, cuyo nombre hace mucho tiempo quedó olvidado, llegó a ser conocido simplemente como el hombre necio.”

Parábola de Gordon MacDonald,

La vida que Dios bendice,

Thomas Nelson, 1994, págs. xix-xxiii.