06 de abril 2021.
La trampa de las obras.
Lectura bíblica: Lucas 15: 11-32, Efesios 2:1-10
” Y él le dijo: «Hijo mío, tú siempre has estado conmigo, y todo lo mío es tuyo”
(Lucas 15:31)
Ayer estuvimos hablando y reflexionando sobre la parábola del hijo pródigo, una de las enseñanzas más ilustrativas de Jesús, narrada por Lucas. En concreto hablamos del protagonista, del padre amoroso que nos pone de manifiesto la Gracia de Dios, su favor inmerecido, su perdón, la reconciliación, restitución, en definitiva, la vuelta al hogar original. También hablamos de como todos, a lo largo de nuestra vida, aún habiendo recorrido el camino a casa en una ocasión única e irremplazable para cada uno de nosotros, seguimos siendo hijos menores en muchas ocasiones, alejándonos del amor incondicional de Dios, y sustituyéndolo por otros “amores” que nos llevan a lugares lejanos de los que tenemos que regresar de nuevo, cargados, harapientos y descalzos, para dejarnos abrazar por el Padre.
En el día de hoy queremos reflexionar sobre el otro hijo, también perdido, aún sin haber salido de la casa.
Cuando Jesús narraba esta historia, había una multitud escuchándole. Había recaudadores de impuestos, pecadores, gente perdida, y también fariseos y escribas que criticaban este auditorio variopinto (Lucas 15:1-2). Jesús entonces narra tres parábolas que hablan de algo que se ha perdido y que finalmente, en gran gozo, se encuentra: la oveja perdida, la moneda perdida, y el hijo pródigo (Lucas 15). Estas enseñanzas estaban, en gran medida, destinada a esos religiosos enjuiciadores que consideraban que eran el centro de la espiritualidad judía, y que rechazaban todo contacto con los perdidos. Realmente eran los “hijos mayores” de la historia.
La alegría de la fiesta por el regreso del hijo perdido se ve interrumpida por el hermano que al regresar del campo oye la música y la fiesta. Se enfadó mucho, hasta el punto de mostrar también una gran rebeldía al no querer entrar a la fiesta. Se sintió indignado, maltratado, no reconocido, y su enfado le llevó al enfrentamiento. Vemos como el mismo padre en persona tuvo que salir a convencerle que pasara también a disfrutar de la ocasión. Este hijo, estaba realmente también perdido, alejado del corazón del padre. Se comparaba con el hermano menor creyéndose merecedor de un trato privilegiado, enfatizando la justa retribución, la necesidad de recibir lo que uno merece por sus obras, y reclamando el valor que esas obras le daban, como moneda de cambio para la aceptación y el amor del padre. Realmente buscaba proteger sus beneficios y excluir al otro hijo. Seguramente prefería que nunca hubiera regresado. Esta escena me recuerda a la negativa de Jonás, el no querer aceptar que un pueblo como Nínive, sangriento y terrible, recibiera el favor que el mismo Dios quería darle.
El hermano mayor estaba también lejos del abrazo del padre, estaba apartado de Él, a pesar de vivir bajo el mismo techo. Sin embargo, el padre le trata con el mismo cariño y amor que trató al hijo menor. Le escucha, no reprocha sus palabras, le quiere hacer partícipe de su gozo. Él le ofrece su amor, no se lo impone, y pronuncia esas palabras también intensas y llenas de significado: “Hijo mío, tú siempre has estado conmigo, y todo lo mío es tuyo”. ¿Dónde se había perdido el hijo mayor? ¿en qué momento desvió su camino?
Es ahora cuando necesitamos reflexionar acerca de todas esas veces que nos comportamos como hermanos mayores: cuando trabajamos sin descanso buscando aceptación de aquél que ya nos ha dado y nos da todo, cuando pasamos la vida tratando de ganarnos el afecto del Padre, que ya nos ama, y lo hace incondicionalmente, cuando nos sentimos merecedores del favor de Dios por nuestras obras y tratamos llenos de frustración disfrutar por nuestro esfuerzo del cordero engordado. Y, sobre todo, cuando nos permitimos juzgar a los que están lejos, o cerca, sin tener en cuenta que en el corazón del padre están los perdidos, y que anhela siempre, en su bondad total, que todo ser humano tome conciencia de la condición en la que se encuentra (dentro o lejos del hogar), y decida volver. Y es que Él nos espera con los brazos abiertos, y nos hace copartícipes de su gozo “porque este, tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado”.
No podemos vivir como cristianos, aceptar el evangelio, sin aceptar en nuestra vida a quienes Dios ya ha aceptado. No podemos decir que conocemos el amor de Dios si hacemos acepción de personas, si damos más valor a unos que a otros, si creamos barreras entre nosotros y los que necesitan del amor de Dios, si pensamos que lo que hacemos en nuestra vida nos da puntos para ser reconocidos por Él en lugares prioritarios. Y es que nadie puede con su esfuerzo, por muy elevado que este sea, cubrir la infinita distancia que nos separa del Padre.
Por eso en el Reino las cosas son diferentes, el primero es el último y, lo importante es servir, dar, no recibir ni esperar recibir. Realmente somos libres de tomar el camino de la negación de uno mismo, nadie nos obliga a tomar nuestra cruz cada día, pero seguir a Cristo, ser su discípulo, es despojarnos de todo merecimiento, aceptar su Gracia, y entonces caminar en las obras que Él ya ha preparado de antemano para cada uno de nosotros, de las cuales, por supuesto ninguno puede jactarse (Efesios 2:8-10), pues solo Dios, sólo su amor es lo que nos salva, lo que nos mantiene en el hogar, y lo que nos transforma día a día para ser esa persona que Él ve en cada uno de nosotros.
Al final vemos al hijo menor disfrutando en la fiesta con el padre, y el hijo mayor lleno de amargura fuera. Un hijo fuera y el otro dentro. De nuevo un padre con el corazón dividido. ¿Dónde estás tú?
REFLEXIONEMOS:
¿Identificas en ti aspectos, actitudes, comportamientos que son propios del “hermano mayor”? ¿Te enfada que personas lleguen al Padre a pesar de no haber llevados vidas merecedoras de ello? ¿Piensas que tu vida es merecedora del abrazo del Padre, de su amor? ¿Cuál es la motivación real para hacer todo lo que haces para el Señor? ¿Necesitas salir de una vida cristiana mediocre y alejada del Padre para volver a sentir su abrazo sosteniéndote? ¿Qué crees que debes hacer para ello? ¿Necesita ayuda?
Paloma Ludeña Reyes