23 de Marzo 2021.
La grandeza de servir.
Lectura bíblica: Mateo 20: 17- 28; Marcos 9:30-37
” Entonces Jesús se sentó, llamó a los doce y les dijo:
―Si alguno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”
(Marcos 9:35)
Recuerdo que desde pequeña una idea ha penetrado constantemente en mi interior: están los de arriba y los de abajo, los primeros de la fila, y los últimos, los que tienen autoridad sobre otros y mandan, y los que sirven. Es como el ser humano ha estructurado su mundo, como lo gobierna y como gestiona así su progreso. Una realidad que surge del propio Edén, y que rompe las relaciones humanas. De este modo, vivimos en sociedades donde la rivalidad, las intrigas, los celos, engaños, la escala hacía los lugares de autoridad, honor y privilegio marca nuestras vidas desde la infancia, y en esa carrera vivimos, muchas veces con ansía o frustración, muchas veces siendo mortalmente heridos en nuestra necesidad de aceptación.
Y los cristianos, al igual que aquellos primeros discípulos, no estamos exentos de este paradigma, necesitando constantemente recordarnos las palabras que hoy Jesús nos habla a través de los textos seleccionados. ¿Cuántas veces hemos llevado a nuestras congregaciones el mismo sistema competitivo, rival y jerárquico? Encontramos líderes en la punta de la pirámide, que parecen estar hechos de un material especial y diferente, a los que hay que tratar con mayúsculas, confundiendo el amor y la sumisión mutua con un estatus que encubre un gran peligro de manipulación. Es por ello por lo que nuestras iglesias necesitan urgentemente sustituir la palabra líder por siervo, y no quedarse solo en un tema semántico.
Jacobo y Juan transmitieron a su madre su deseo. Parece que no habían escuchado lo que Jesús les acababa de decir por tercera vez. No iba a Jerusalén en esa Pascua a ver como el Mesías iba a ser instaurado como rey de Israel, y, por tanto, no iba a seleccionar allí a sus colaboradores más allegados. Jesús iba a Jerusalén a ser entregado a los religiosos de la época, a ser condenado a muerte, y aún más duro de aceptar para un judío, el Mesías prometido iba a ser burlado, azotado y crucificado por los gentiles. Pero todo con un propósito eterno. Al tercer día resucitaría.
Como dice Marcos en su Evangelio, los discípulos no entendieron nada, y por temor a una respuesta, que ya todos iban moldeando en lo más profundo de sus almas, decidieron que ni siquiera iban a preguntar (Marcos 9:32). ¿Cuántas veces nosotros preferimos pasar de largo por la Palabra de Dios, por lo que nos dice al corazón el Espíritu, y ni siquiera preguntar, no vaya a ser que todas nuestras expectativas se derrumben? ¿Y cuántas veces nos damos cuenta del gran error cometido cuando estamos cubiertos de sus escombros?
Jacobo y Juan siguieron adelante en sus propias expectativas, y fueron muy rápidos en contestar que ellos sí podrían pasar por lo mismo que pasaría Jesús (v22). Más tarde pudieron comprobar que no era tan fácil, de hecho, lo primero que hicieron tras el arresto fue huir. Tuvieron que aprender que estar en los lugares de grandeza en el Reino pasaba por negarse a uno mismo, por tomar el camino estrecho y vivir aflicciones. No obstante, todo formó parte de su preparación, y Jesús mismo sabía que llegarían realmente a entenderlo y beberían de su misma copa (Hechos 12:2).
En el Reino de Dios, la grandeza está en el servicio, y el primer puesto corresponde al siervo, al esclavo (v26-27). Qué difícil es cambiar ese chip que parece que llevamos incorporados desde que nacemos: el grande, el primero, no es el que busca su propia gloria, sino el que sirve de manera abnegada, sin buscar nada a cambio. El grande, es el que se pone manos a la obra con el fin de cubrir de manera integral las necesidades humanas, teniendo en cuenta, especialmente, a los pequeños, a los marginados, a los indefensos. Por eso, Jesús les pone como ejemplo a los niños (Marcos 9:37), quienes en aquella sociedad del primer siglo no significaban nada, no tenían nada que ofrecer, eran insignificantes, pero que el hecho de preocuparse por ellos, de recibirles en su nombre, era recibir a Cristo mismo.
En el Reino de Dios, la grandeza está en el cuidado incondicional del “otro”, y siempre por y en amor. La grandeza está en devolver la dignidad a cada ser humano, muchas veces arrebatada, y que proviene de Dios mismo, sirviéndoles con el fin de alcanzar su completa restauración. Los cristianos estamos llamados a ser ejemplos y referentes en ello, siguiendo la enseñanza del Maestro, el Mesías, Dios mismo, que vino a servir y no a ser servido, entregándose a sí mismo para rescate de todos los que crean en Él de corazón (v28).
Hoy creo que necesitamos reflexionar un poco más:
REFLEXIONEMOS:
Cómo persona ¿Cuál es tu lucha diaria? ¿qué reconocimiento buscas en tu familia, trabajo, estudios, vecindario…? ¿Cómo tu vida manifiesta el servicio a los demás? ¿sirves de la misma manera a todos sea cual sea su condición? ¿cuánto tiempo dedicas a los más desfavorecidos y necesitados?
Y como iglesia ¿Qué es lo que realmente consideramos grande o exitoso como creyentes? ¿El número de personas que asisten los domingos a las celebraciones? ¿o el número de personas que enviamos desde Jerusalén hasta lo último de la tierra? ¿el número de personas sobre las que se gobierna o se ejerce liderazgo, o el número de personas a las que servimos atendiendo sus necesidades integrales: físicas, emocionales, espirituales…?
Paloma Ludeña Reyes