07 de junio de 2021.
Un corazón limpio.
Lectura bíblica: Salmo 51
“Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mi” (Salmo 51:10)
Este Salmo constituye uno de los textos con los que muchos nos hemos sentido identificados. ¿Cuántas veces nos vemos sorprendidos por nuestros pensamientos y actitudes negativas, llenas de rencores, odios, egoísmos, confrontaciones, envidias…? ¿Cuántas veces, después de pasar por un espejo día y noche, de pronto nos paramos y vemos nuestro corazón, endurecido, roto, quejoso, con deseos y anhelos que sabemos no son los correctos? ¿Cuántas veces nuestro egoísmo nos ha caído como una losa encima? Sabemos entonces que no estamos haciendo lo correcto, y nuestra falta de paz es una evidencia de ello. Bien porque nos hemos escondido de la realidad, como le pasó a David, quien necesitó que Natán le confrontara, o bien porque aún siendo conscientes de nuestro caminar incorrecto, buscamos excusas, justificaciones y mil argumentos para seguir caminando, eso sí, con un corazón dolorido que no encuentra descanso.
El profeta Natán supo muy bien hacer que David se parara y mirara en ese espejo su propio corazón (2 Samuel 12: 1-13). Realmente no hizo nada que otros reyes de la época no hicieran, tomar a la mujer que quisiera, matar a quién le estorbara para ello… cualquier gobernante en aquellos siglos lo hacía, y por desgracia aún hoy se produce abuso de poder. Pero David conocía al Señor, su misericordia, su Gracia, y quien conoce la Gracia de Dios no encuentra paz hasta volver a caminar de nuevo con Él.
Encontramos en este Salmo el camino hacía esa paz, y la importancia de la disciplina espiritual que abordaremos esta semana: la confesión. En primer lugar, David reconoce su maldad, lo que le ha apartado de Dios, su pecado. Reconoce así su responsabilidad delante de Dios, ya que sabe que la raíz de todo mal es la oposición a Dios. No hay peor camino que el de la negación y/o la autojustificación cuando sabemos que hemos metido la pata, nada, absolutamente nada puede esconderse de Aquel que es la Verdad misma. David sabía que el corazón humano tiende a desligarse de su Creador siempre, pero también que el perdón nace del corazón de Dios, y que espera anhelante nuestra reconciliación con Él (v1-6).
Tras la confesión David clama por, la limpieza, la purificación, en definitiva, por su restauración (v7-12). El hisopo es una planta aromática que se usaba para tratar a los leprosos (Levítico 14), y también fue la herramienta utilizada para aplicar la sangre del cordero en los dinteles de las puertas del pueblo judío cuando se disponía a salir de Egipto en la noche oscura de la muerte de los primogénitos. Simboliza por tanto una limpieza y purificación que no es superficial, que es profunda, y lo más importante, que lleva liberación, gozo y la paz a los corazones.
Se trata de una restauración total, pues implica una nueva creación. Podemos fijarnos que David utiliza un término que únicamente puede estar en las manos de Dios: crear, en hebreo bará. No significa “crear” a partir de lo que hay, sino “crear” de nuevo, de lo que no hay, crear un nuevo corazón que es la consecuencia más increíble del verdadero perdón, el único que puede dar Dios, el único que restaura, el único que puede hacer algo nuevo de nosotros. Dios es el único que puede poner en nosotros un corazón limpio.
Y en esta restauración también está la renovación de nuestro espíritu a través del mismo Espíritu Santo. Se trata de una necesidad profunda, tremenda e intensa de comunión con Dios, de retomar el gozo de Su presencia en nosotros, de disfrutar de Su increíble, y muchas veces incomprensible Paz.
Pero este Salmo nos expresa algo más, algo fundamental. Y es que cuando hay confesión y restauración, surge de manera natural el compromiso (v13-19). Nuestra vida, nuestras palabras, nuestro día a día no puede reflejar otra cosa que ese gozo que el Señor pone en nosotros y caminamos entonces como auténticos testigos que anuncian su grandeza. Nos volvemos sacrificios vivos (Romanos 12.1-2), corazones contritos y humillados que Dios toma en sus manos, transforma y dirige con el fin de llevar su Reino hasta los confines de esta Tierra.
La confesión es el detonante de todo este proceso en el creyente. Acudir a los brazos del Padre, ir a Él cansados, trabajados, cargados con esas mochilas que nos vamos llenando poco a poco con nuestras actitudes, con nuestras luchas injustas, con nuestro pecado, y buscar con humildad el descanso para nuestras almas, el propósito de Dios para cada una de nuestras vidas.
REFLEXIONEMOS: ¿Cuál es tu mayor carga? ¿Qué necesitas confesar? ¿Hay algo que estés negando, o justificando? ¿Qué te está quitando la paz?
Te animo a que, en esta semana, juntos como Comunidad, seamos capaces de ayudarnos unos a otros a iniciar este proceso de confesión, restauración y compromiso ante el Señor.
Paloma Ludeña Reyes