14 de junio de 2021.
INTEGRIDAD.
Lectura bíblica: Mateo 5:3-16; 1 Reyes 9:1-9
“Bienaventurados los de limpio corazón, pues ellos verán a Dios” (Mateo 5:8)
No tenemos más que escuchar las noticias, conectarnos a las redes o simplemente mirar a nuestro alrededor, para darnos cuenta de que uno de los problemas más serios de nuestra sociedad es la falta de integridad. La dualidad entre lo que pensamos y manifestamos con nuestra boca, o con nuestros escritos, y por otra parte lo que realmente hacemos, ha dado lugar a una falta de confianza terrible que afecta tanto a nivel social y comunitario, como personal, calando seriamente en nuestra forma de vivir. Todos conocemos el famoso dicho: “hablan tan fuerte tus acciones que no me dejan oír lo que dices”.
Y seamos conscientes, la falta de integridad afecta de manera increíble a la Iglesia de Cristo. Cuando el mundo, que observa atentamente a los cristianos, no puede ver en nosotros nada diferente en nuestra manera de vivir y de hacer, nada distintivo, ya que caemos constantemente en actos que no tienen nada que ver con lo que reivindicamos con nuestra boca, entramos en una terrible incongruencia. No podemos entonces sorprendernos de que nos den la espalda y busquen otros dioses. Reflexionemos: ¿cuánto de nuestra vida diaria pone en evidencia la existencia de un Dios vivo? ¿un Dios próximo y presente que se remanga para salvar, liberar, acoger, restaurar, reconciliar…? En definitiva, un Dios que nos ha amado de manera incondicional y que habita en nosotros por pura Gracia.
Durante esta semana vamos a abordar en nuestros devocionales y en nuestro estudio esta realidad, la necesidad de llevar una vida de integridad, ya no solo en lo que respecta a nuestra propia madurez, equilibrio y desarrollo espiritual, sino también en cuanto a nuestra responsabilidad de ser testigos fieles de Aquel que ha cambiado radicalmente nuestras vidas y que nos llama a ser de bendición para que su Gloria cubra toda la Tierra.
Cuando leemos las bienaventuranzas en el inicio del Sermón del Monte, podemos ver las cualidades de una persona íntegra, alguien que manifiesta una ética de gracia basada en la misericordia de Dios. Jesús nos enseña de esta manera con auténticas paradojas que se aplican a todos los tiempos, contextos y lugares, ya que confrontan claramente a nuestra naturaleza humana. El Maestro nos muestra donde está la verdadera “dicha”, y es en un lugar muy distinto al que tendemos a buscarla normalmente. Se encuentra en el pobre de espíritu, el que llora, el humilde, el que tienen hambre y sed de justicia, el misericordioso, el que procura la paz, aun siendo perseguido por causa de la justicia, y también el de limpio corazón.
El corazón, en el sentido bíblico según la imagen hebrea, es donde se asientan los pensamientos, motivaciones, la mente, las emociones, y no es el estado natural del ser humano (Jeremías 17.9). De ahí el clamor de David en su Salmo 51 cuando pide a Dios fervientemente, ante su consciencia de pecado, que cree en él un nuevo corazón (bará) (v10). Es por eso por lo que todos necesitamos intencionalmente clamar a Dios para que cree en nosotros también un corazón nuevo, limpio, íntegro.
Y fue una oración respondida, ya que cuando Dios habla a Salomón y establece con él su pacto tras la edificación del Templo, presenta a su padre, David, como el ejemplo de una persona íntegra: “…si andas como anduvo tu padre David, en integridad de corazón y en rectitud, haciendo conforme a todo lo que te he mandado…” (1 Reyes 9:4-5). Dios pone así de manifiesto como la integridad es una condición inequívoca, una responsabilidad clara para todo creyente, y advierte, en aquel momento, y también a nosotros hoy, de las consecuencias de que nuestra vida, nuestros actos, no nos señale como “hijos del pacto”. Sin embargo, como podemos leer en los versículos siguientes, Dios conocía bien a su pueblo y les advierte de lo que realmente iba a suceder: “… y tomaron para sí otros dioses, los adoraron y los sirvieron…” (v9), y aquel Templo acabó en ruinas.
Aún hoy, esas palabras deberían de resonar en nuestros corazones, y motivarnos a dejar de ser cristianos de “doble ánimo” (Santiago 4.8), luchando con nuestra propia naturaleza para ser personas íntegras y coherentes con nuestra fe. Quizás no se trata de nuestras fuerzas, sino de ponernos intencionalmente en el lugar en el que Dios pueda “crear” ese corazón nuevo en nosotros, y eso es posible si practicamos las disciplinas espirituales que abren nuestro ser al obrar de Dios.
Un corazón limpio, es un corazón “no mezclado”, “no adulterado”, y como dice Kierkegaard, “un corazón que desea una sola cosa”. Es como dice Jesús un corazón que no idolatra pues solo tiene una lealtad ya que no puede servir a dos señores (Mateo 6:24). La pureza de corazón es concentrar todo en Dios, y esta condición es la que nos permite entrar en su presencia y verlo. No se trata de perfección, pues no nos podemos escapar de la Gracia, sino de comunión, de relación con Dios.
Muchas personas a nuestro alrededor están sedientas de Dios, de entender una relación genuina y real con el Creador, de ver corazones limpios e íntegros que les permitan acercarse sin temor a la vulnerabilidad, sentirse libre de juicios. Mujeres y hombres capaces de crear un espacio de seguridad, donde poder aprender a amar. No podemos seguir escuchando que las personas aceptan a Jesús, pero no a su iglesia. Esa es nuestra responsabilidad.
REFLEXIONEMOS: ¿Cuál es nuestro nivel de integridad? ¿cuántas cosas hablamos que realmente no se evidencian en nuestras acciones? ¿Qué aspectos en nuestra vida reflejan lo que creemos? ¿Necesitamos que Dios cree en nosotros un corazón limpio? ¿Nuestra Comunidad cristiana pasa desapercibida entre los valores sociales o refleja la ética del Reino? Oremos como Comunidad por ello.
Paloma Ludeña Reyes