EL AYUNO.

12 de Marzo 2021.

En su presencia.

Lectura bíblica: Deuteronomio 9

“Cuando subí a la montaña para recibir las tablas de piedra, es decir, las tablas del pacto que el Señor había hecho contigo, me quedé en la montaña cuarenta días y cuarenta noches, y no comí pan ni bebí agua.” (Deuteronomio 9:9)

En esta semana hemos estado recordando como varios personajes bíblicos (Ester, Joel, Nehemías, Jesús, los discípulos…) han usado la disciplina espiritual del ayuno para que el Señor fuera moldeándolos y llevando adelante su obra en ellos. Estamos queriendo aprender de estos ejemplos, con el fin de que el Señor nos transforme y forme en nosotros el carácter de Su Hijo, que nos ayude a llegar a ser los discípulos que Él tiene en Su plan que seamos.

Durante todas las semanas, y llevamos 8, que hemos estado reflexionando sobre el crecimiento espiritual, hemos visto que esta madurez la produce el Señor en nosotros, pero que, de manera simultánea, requiere colaboración de nuestra parte. La parte que tenemos en esta transformación es la de poner en práctica de manera intencional y constante, actitudes y acciones específicas y apropiadas, que permitan que el Espíritu Santo nos moldee en el “horno de la transformación” para que lleguemos a ser “semejantes a Cristo Jesús”.

La pregunta relevante para este día sería ¿en qué ayuda el ayuno a nuestra transformación y a que seamos moldeados conforme al carácter de Cristo? Para dar respuesta a esto hoy queremos usar otro ejemplo de un personaje bíblico y es el de Moisés, el gran libertador y líder del Pueblo de Israel. En este gran siervo de Dios podemos encontrar muchísimas partes de su carácter, de su vida y decisiones, que nos sirvan de ejemplo para nuestra vida, pero especialmente hoy quiero enfocarme en su relación profunda con Dios. Para mí, seguramente este es el rasgo más sobresaliente de su vida y que más nos puede ayudar en nuestro crecimiento espiritual.

En los capítulos 9 y 10 de Deuteronomio podemos ver parte de esa relación tan especial de Moisés con Dios. En este relato podemos encontrar, en medio de la infidelidad del Pueblo al haber hecho un becerro para adorar, las palabras y actitud de Moisés: “Nuevamente me postré delante del Señor cuarenta días y cuarenta noches, y no comí pan ni bebí agua. Lo hice por el gran pecado que ustedes habían cometido al hacer lo malo a los ojos del Señor, provocando así su ira. Tuve verdadero miedo del enojo y de la ira del Señor, pues a tal grado se indignó contra ustedes, que quiso destruirlos. Sin embargo, el Señor me escuchó una vez más.” (Deuteronomio 9.18-19) Moisés estaba totalmente entregado a Su Señor. Tenía una relación cercana y profunda con Él, que había labrado con tesón y que le sirvió para que Dios pudiera escucharle y “cambiar de parecer” conforme a la petición de su servidor. Pero esto no era fruto simplemente de que Moisés fuese el líder que Dios había elegido, sino que él tenía una relación completamente entregada al Señor, donde Dios era su prioridad y le buscaba con todo su ser, quitando de en medio de ellos todo aquello que fuese un estorbo o una barrera.

Moisés decidió y llevó a cabo, poner su relación con Dios por encima de cualquier otra cosa, meta o necesidad, fuese esta emocional, espiritual o física. Por esto, podemos encontrar que el pasaba largos tiempos en ayuno delante del Señor, anteponiendo su relación con Dios por delante de cualquier otra situación. Para Moisés cualquier cosa que le quitara tiempo de su relación o que se interpusiera en medio de su adoración (recordar que es el nombre que le damos a nuestra relación con Dios) era prescindible, y es por esto por lo que el ayuno está tantas veces presente y es tan mencionado cuando vemos a Moisés en la presencia de Dios. Moisés priorizó y el ayuno es muestra de ello, y de esta forma cuando él se acercó a Dios para pedir e interceder por el Pueblo el Señor le escuchó.

REFLEXIONEMOS: ¿Puede ser que cuando nos acercamos a Dios a presentarle nuestras peticiones y necesidades nos conteste como nos anticipó Jesús: “No os conozco, de dónde sois?» (Lucas 13.25) ¿Cuál es nuestra relación con Dios? ¿Cuánto invertimos en nuestra relación con Él? ¿Qué estamos dispuestos a abandonar y dejar de lado para estar con nuestro Señor? ¿Es posible que tengamos tantas cosas en medio de nuestra relación con el Señor que no seamos capaces de comunicarnos con Él? ¿Qué es más importante: mis amigos, mi pareja, mi trabajo, la comida, las redes sociales, las noticias… que mi relación con Dios? ¿Es el ayuno en mi vida un reflejo de la importancia de mi relación con Dios?

Jorge Manuel Pérez Zúñiga