CAMINO DE LA MADUREZ.

22 de Febrero 2021

En su presencia.

Lectura bíblica: Mateo 6:1-15

Pero tú, cuando ores, entra en tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en secreto te recompensará”

(Mateo 6:6)

Una de las mayores frustraciones de un cristiano es el desánimo que produce una vida espiritual en la que parece que el mismo Dios está ausente. Nuestras oraciones en esos momentos parecen no salir del techo, ponemos el “piloto automático” y dejamos que nuestro tiempo devocional siga el mismo patrón de lejanía y distancia, sumido en palabras que ni siquiera recapacitamos en ellas y en su significado real, y llenando ese tiempo de peticiones que salen de nuestras percepciones personales y no del corazón de Dios. En ese camino, nuestra relación con Dios se convierte en rutina, y esa rutina adormece el Espíritu.

Necesitamos entender en primer lugar, que la presencia de Dios no es cualquier cosa, es la que hizo brillar el rostro de Moisés (Éxodo 34:29), la que provocó en Jacob una lesión de por vida (Génesis 32:30), la que atemorizó a Gedeón (Jueces 6:22), y a Isaías (6:5), la que dejó como muerto a Juan (Apocalipsis 1. 17), y podemos encontrar muchos más ejemplos en la Palabra. Son encuentros dramáticos, transformadores, de los que uno no sale igual que estaba, y en los que se reconoce la absoluta pequeñez de nuestra existencia ante el Trono del Rey. Cada vez que inclinemos nuestro rostro, cada vez que nos dirijamos al Padre, no podemos olvidar ante quién estamos, y el por qué podemos estar ahí. Lo ha hecho posible un velo rasgado por un amor profundo e incomprensible. Poder estar ante el Creador del Universo en intimidad, no es cualquier cosa. No trivialicemos esos momentos, pues no ha sido nada fácil. La oración de Jesús en Getsemaní ha de continuar vibrando en nuestros corazones. Mantengámonos velando.

Comenzamos una semana en la que vamos a profundizar en nuestras oraciones, en nuestras conversaciones diarias con Dios, en nuestros tiempos de escucha y diálogo, en su necesidad y en su propósito. Y para ello, que mejor que comenzar con un texto bien conocido, la oración modelo, de la que se ha hablado mucho, y escrito multitud de libros y tratados. Realmente fue una respuesta al anhelo de los discípulos por imitar a Jesús en su relación con el Padre (Lucas 11.1), una enseñanza real, práctica, que aún hoy, siglos después, sigue siendo un referente para todos. Busquemos en esas palabras de Jesús, la respuesta a como debemos estar en Su presencia. Cuál debe ser la actitud de nuestro corazón cuando cada día, nos pongamos ante Él.

Jesús nos habla con mucha claridad de que se trata de relación personal, de intimidad con Dios. Nuestras oraciones pueden ser públicas, pero nunca discursos en los que estemos más pendientes de lo que los demás piensan que de Aquel al que van dirigidas nuestras palabras. ¿Cuántas veces oramos, pero nuestro corazón está lejos de lo que nuestra boca expresa? (Isaías 29:13) ¿Cuántas veces desarrollamos auténticos monólogos, que pretenden manipular a Dios mostrándole nuestros planes y anhelos personales? ¿Cuántas veces nos limitamos a repetir listas interminables sobre las cuáles ni siquiera hemos preguntado a Dios? ¿Cuántas veces nos volvemos sordos a su voz, aún pensando que hacemos todo lo posible para que Él nos diga algo?

Y es que, solo puede ser escuchada la voz de Dios por aquellos que se dejan tocar por Él. Por ello, Jesús nos anima a entrar en nuestra habitación, a buscar un lugar que favorezca nuestro encuentro con Él. Y también a cerrar la puerta, gesto que indica que no puede ser un tiempo apurado y rápido, sino un tiempo verdaderamente apartado, de compromiso personal, donde estemos dispuestos a escuchar y callar, a dialogar, incluso preguntar y debatir, un tiempo en el que no querremos ser molestados, pues disfrutamos de cada instante en la intimidad con nuestro Señor, en su abrazo.

Y esta es la clave, porque es Dios mismo, el Señor, el que nos busca, y lo hace mucho antes de que hayamos elaborado y puesto en marcha cualquier proyecto para buscarle a Él. No se trata de nosotros, sino de Aquel que nos conoce y que tiene planes para darnos porvenir y esperanza. Él es el que se deja hallar cuando nuestra búsqueda es de todo corazón (Jeremías 29:11-14). Es pues, nuestra intención de corazón, y no nuestro esfuerzo, lo que me llevará a encontrarme en Su Presencia. Presentémonos cada día delante de Él, entendiendo Su grandeza, y nuestra pequeñez, y disfrutando de su abrazo, el que Dios anhela siempre darnos, sin velos, sin palabras vanas, sin monólogos, sin intentar impresionarle, con sencillez y autenticidad.

Lo que verdaderamente importa de nuestras oraciones, no es lo que decimos, sino la tremenda oportunidad de estar con nuestro Padre celestial, y disfrutar de ese momento de intimidad que ofrece estar en Su secreto.

REFLEXIONEMOS: ¿Cuándo oras sientes que tu corazón no participa de tus oraciones? ¿Te sientes lejos de Dios? ¿Por qué crees que no le puedes hallar? Es un tiempo para reflexionar en nuestros tiempos de oración y dejarnos seducir por su invitación. Busquemos su rostro, Él nos lo mostrará (Salmo 27).

Paloma Ludeña.