22 de julio de 2021.
Conmemorando el obrar de Dios.
Lectura bíblica: Josué 4
“…para que todos los pueblos de la tierra conozcan que la mano de Jehovah es poderosa, y para que temáis a Jehovah vuestro Dios todos los días” (Josué 4:24)
En cada una de nuestras ciudades, pueblos o villas, podemos encontrar monumentos. Pueden ser de muy distinta índole y erigidos con motivos muy diversos, pero en todos los casos con el fin de recordar acontecimientos significativos de nuestra historia. Los monumentos dan identidad a los lugares, y también son, en muchos casos, generadores de unidad.
En el relato de hoy hablamos de un monumento muy sencillo, rústico, apenas elaborado, pero con un tremendo significado. Doce piedras, puestas unas encima de otras, representando las doce tribus de Israel, aquellas que salieron años atrás de Egipto, y que ahora, también juntas, entran en la tierra prometida cruzando el Jordán. No eran los mismos, se trataba de otra generación de mujeres y hombres. Excepto Josué y Caleb, el resto nunca vio abrirse el mar Rojo, o solo estaba en los recuerdos de su infancia, pero ahora habían sido testigos de nuevo de la bondad de Dios. Pudieron vivir y ser partícipes de un tremendo milagro: la separación de las aguas de este río, en época de desbordamiento, lo que les había permitido avanzar atravesándolo, posicionándose por fin en la tierra que fluye leche y miel.
Ese monumento representaba la adoración profunda de un pueblo agradecido por las bendiciones que Dios les había dado desde que salieron de Egipto, y que también acababa de darles al obrar ese milagro tan significativo. Y es que adoramos a Dios por lo que Él es, pero también por lo que ha hecho en cada una de nuestras vidas, individualmente y como comunidad.
El relato en Gilgal nos muestra dos lecciones clave. En primer lugar, Dios es el que quiere que recordemos su obrar (Josué 4:1-2). Desea que erijamos “monumentos” que nos ayuden a reconocer como Él ha cambiado nuestras vidas, que nos hablen de su fidelidad, que nos ayuden a entender que siempre está ahí, con su mano extendida. Que si se lo permitimos nos guiará para ser ese pueblo del nuevo pacto, también grande y misionero, que va a bendecir a este mundo. Además, podemos ver como lo importante no es el monumento en sí, su complejidad, su elaboración. Lo importante es que recuerde lo que Dios ha hecho, que nos hable de Él, de su poder, y no de nosotros y de nuestra capacidad para levantarlo. Sólo doce piedras, cargadas por doce hombres, uno de cada tribu, unidos, obedientes, participando todos, y dando la Gloria únicamente a Dios.
En segundo lugar, vemos que el Señor anhela que enseñemos sus obras a las nuevas generaciones (Josué 4: 21-24). No nos quiere mudos. Esos monumentos han de ser motivo de testimonio, de diálogo, de proclamación. Han de hablar mucho más que a nuestros recuerdos, más que a nuestras intenciones de olvidar. Han de hablar a todo el mundo de Aquel que nos ha cambiado, transformado, tomado de Su mano. Han de exaltar al que nos amó tanto, hasta tal punto, que aún siendo Dios nos ha alcanzado a cada uno de nosotros por medio de Jesucristo, dando un giro total a cada una de nuestras vidas, y estando aún dispuesto a hacerlo con todo aquel que se lo permita.
Algunos comentan que el significado de Gilgal (“rodar” o “quitar”) podría indicar la existencia en ese lugar de círculos de piedras que darían culto a otros dioses. ¿Qué grandioso es pues el monumento de las 12 piedras en medio de ese lugar? Un pueblo, Israel, a punto de entrar en la Tierra Prometida, ahora atemorizaba, provocaba admiración y proclamaba así a su Dios, al único Dios, dejando toda idolatría desecha. Cada vez que los habitantes de esas tierras vieran ese monumento, el Dios de Israel estaba siendo declarado.
A menudo me gusta abrir mis cuadernos donde escribo mis “monumentos”. En ellos relato milagros auténticos, maneras en las que el Señor ha contestado mis oraciones de maneras diferentes, acontecimientos que han sido decisivos para llevarme de regreso a los brazos del Padre, Palabras que han llegado en el momento oportuno y me han dirigido a decisiones acertadas, historias poderosas de personas que han influenciado de manera decisiva en mi crecimiento, y también otras de personas que ni siquiera sabían como iban a ser instrumentos de Dios a lo largo de mi historia . Cada vez que desempolvo esos cuadernos, y hago partícipe a los demás de esos “monumentos”, Dios mismo, su amor, su obrar a través de Jesús en mi vida, está siendo declarado. Ahora sé que es una manera de adorar a Dios, de llenarme de gratitud hacia Él, de revivir aquellos tiempos de Su Presencia, y de poder compartirlo con mi familia, amigos, vecinos… y hasta lo último de la Tierra.
Pero si hay un monumento clave, importante, decisivo, es el que podemos levantar juntos como Comunidad de fe. Avanzando como pueblo con un testimonio fiel, obedientes a Dios, haciendo justicia, amando misericordia y caminando en humildad con Dios (Miqueas 6:8). Un monumento que hable del poder de Dios obrando a través de su Iglesia, que hable de comunidades que manifiestan Su amor y hacen realidad su milagro rescatando, salvando, liberando y llenando de paz las vidas que laten perdidas en este mundo afligido. La adoración comunitaria es mucho más que cantar juntos cada domingo. Es ver el reflejo real y patente de lo que Dios verdaderamente anhela. Un pueblo transformado que vuelve a Él cumpliendo su propósito eterno: que toda la Creación le adore.
REFLEXIONEMOS:
¿Recuerdas los monumentos que has levantado en tu vida espiritual? ¿Es quizás momento de empezar a juntar esas piedras? ¿Eres consciente de todo lo que el Señor ha hecho en tu vida? ¿Has hecho partícipes a otros de esos milagros? ¿Necesitas recordarlo?
Paloma Ludeña Reyes