LA CONFESIÓN.

11 de junio de 2021.

Bendición y fruto.

Lectura bíblica: Lucas 19. 1-10

“—Hoy ha llegado la salvación a esta casa—le dijo Jesús—, ya que éste también es hijo de Abraham. Porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido.”

(Lucas 19.9-10)

Cuando hablamos de confesión, tenemos la sensación de que las cosas no van bien. Pareciera que la derrota ha llegado a nuestra vida y por esto necesitamos confesar ante Dios o ante otros, ¡hemos tocado fondo! Y no podemos más que “lamernos las heridas”. Pero nada más lejos de la realidad. La experiencia de muchos de nosotros y que nos enseña la Palabra de Dios, es muy diferente a esto. El Rey David nos muestra con total claridad cual es la verdadera situación crítica en nuestra vida “Mientras guardé silencio, mis huesos se fueron consumiendo por mi gemir de todo el día. Mi fuerza se fue debilitando como al calor del verano, porque día y noche tu mano pesaba sobre mí.” (Salmo 32. 3-4) Nuestra decadencia no está en la confesión, sino en la ocultación a la que nos lleva el pecado y el engaño del enemigo en nuestras vidas.

Es increíble como el diablo manipula y tergiversa la verdad, para mantenernos atrapados por sus cadenas de engaño, robándonos la libertad. Él continuamente susurra a nuestro oído que dejar salir, hablar de lo que ocurre en nuestras vidas es un error, haciéndonos entender que el pecado es inconfesable, que nuestros errores son una falla en nuestra vida que no puede ser visto por los demás, ya que traerá condenación y maldición. ¡Pero nada más lejos de la verdad! Si nosotros seguimos leyendo el Salmo 32, David nos dice “Pero te confesé mi pecado, y no te oculté mi maldad. Me dije: «Voy a confesar mis transgresiones al Señor», y tú perdonaste mi maldad y mi pecado.” (Salmo 32.5) La confesión trae libertad, paz, gozo, alegría y restauración “Purifícame con hisopo, y quedaré limpio; lávame, y quedaré más blanco que la nieve. Anúnciame gozo y alegría; infunde gozo en estos huesos que has quebrantado. Aparta tu rostro de mis pecados y borra toda mi maldad.” (Salmo 51. 7-9)

Pero lo increíble es que además de esta transformación interna y personal, la confesión trae bendición y fruto a los que nos rodean. Quiero en este día traer a nuestra mente tres episodios que encontramos en los Evangelios y que nos ejemplifican el poder transformador y de bendición de la confesión.

El primero de ellos es el de la mujer samaritana (Juan 4.1-42), que ya hemos usado en devocionales anteriores. Encontramos a esta mujer que es guiada por Jesús a reconocer y confesar que su vida estaba en total declive, inmersa en la vergüenza, el juicio, en la baja estima y la degradación. Ella vivía escondiéndose de los demás, huyendo de sus vecinos, llena de rencor y dolor, pero la confesión a la que Jesús la guio, produjo en ella no solo liberación y una nueva vida, sino que en ella se hizo realidad la palabra del Señor y “esa agua se convertirá en un manantial del que brotará vida eterna.” (Juan 4.14). Aquella mujer fue una bendición y canal de bendición a los que la rodeaban, fue una fuente para sus vecinos sedientos. Aquellos, de los cuales antes se escondía, ahora fueron bendecidos y transformados por su vida y testimonio “Muchos de los samaritanos que vivían en aquel pueblo creyeron en él (Jesús) por el testimonio que daba la mujer” (Juan 4.39)

El segundo ejemplo del poder transformador y de bendición que quiero compartir contigo es el de Zaqueo, el recaudador de impuestos (Lucas 19.1-10). En esta historia encontramos a un hombre que era un colaborador de los odiados conquistadores romanos, a la vez un aprovechado y un ladrón, que seguro era despreciado y mirado de reojo por sus vecinos, cuando no con autentica y abierta aversión. Pero el encuentro con Jesús lleva a Zaqueo a una transformación integral en su forma de ver el mundo. Su renovación le lleva a confesar su pecado y a entender que debía bendecir a los que le rodeaban “Pero Zaqueo dijo resueltamente: —Mira, Señor: Ahora mismo voy a dar a los pobres la mitad de mis bienes, y si en algo he defraudado a alguien, le devolveré cuatro veces la cantidad que sea.” (Lucas 19.8) Él pasó de ser un ladrón para convertirse en un benefactor y canal de bendición para sus vecinos

El tercer ejemplo que quiero compartir contigo es el del Rey David, del cual ya hemos hablado un poco antes. De él hemos usado un par de salmos, el 32 y el 51, en el cual hemos visto el poder de transformación, perdón y libertad que trajo la confesión para él, asesino, engañador e infiel. Pero no quisiera que pasáramos por la experiencia de David en este día, sin darnos cuenta de que este pecador confeso, manifiesta que esa confesión y la bendición que trae a su vida tendrá un reflejo evidente y directo en la vida de los que le rodean “Así enseñaré a los transgresores tus caminos, y los pecadores se volverán a ti.” (Salmo 51.13) La confesión nos da el poder y la autoridad para enseñar a los demás los caminos del Señor.

La confesión nos transforma, nos libera y da paz, pero también tienen el poder de tocar y bendecir a quienes nos rodean. Si queremos ser discípulos de Cristo y ser canales de bendición para los demás, practiquemos la disciplina espiritual de la confesión.