12 de julio de 2021.
Primero lo primero.
Lectura bíblica: Mateo 22: 34-40
“Y Él le dijo: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el grande y el primer mandamiento” (Mateo 22:37-38)
Llevamos desde enero reflexionando, aprendiendo y profundizando en la importancia de desarrollar las diferentes disciplinas espirituales que nos coloquen en el lugar en el que podamos escuchar a Dios. Queremos clamar a Él, individualmente y como Comunitat, con el fin de que nos responda y revele las cosas grandes y ocultas que no conocemos y que necesitamos escuchar para seguir adelante tras estos tiempos difíciles que han roto nuestras rutinas, estabilidades, equilibrios…etc. Pero, hay un dicho que muchos conocemos: “Lo que importa no es lo que sabes, sino lo que haces con lo que sabes”. Es pues ahora el momento de preguntarnos ¿realmente estamos dando tiempo y lugar para Dios en nuestra vida? ¿estamos poniendo en práctica nuevas maneras de hacerlo? ¿estamos comprometidos con la puesta en marcha de todos estas herramientas y recursos con los que ahora contamos?
Necesitamos definir con claridad nuestras prioridades, teniendo en cuenta lo que realmente es importante para nosotros de acuerdo con nuestros valores y, sobre todo, de acuerdo a nuestro sentido de misión. Necesitamos reorganizar nuestra vida con el fin de agradar a Dios en todo, ser ese perfume grato de olor fragante que adora a Dios e impregna todo con su presencia. No hay mayor anhelo del Señor que hacer morada en nosotros, que habitar en Su Templo, en nuestras vidas y en nuestra Comunidad. Necesitamos, por tanto, entender que lo primero es lo primero.
Las palabras de Jesús son contundentes y claras cuando nos dice que toda la ley y el mensaje de los profetas se resumen en dos únicos mandamientos, de los cuales el primero es el “grande”, la clave, el fundamento firme: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente” (Mateo 22.36-40). Nada, absolutamente nada es más importante que amar a Dios por encima de todo, con todo nuestro ser, integralmente. Amarle con nuestras emociones, pero también con nuestros razonamientos y con nuestras decisiones. En base a ese amor profundo surge la obediencia, y toda nuestra vida gira en integridad alrededor de lo que realmente es prioritario, edificándonos a la imagen de Cristo, en quien podemos ver el mayor gesto de amor que pudiéramos nunca concebir.
Aquellos fariseos que escuchaban a Jesús ese día para ponerle a prueba, habían heredado desde tiempo atrás un sistema de normas increíblemente complejo con el que habían elaborado su sistema religioso. Con el fin de que se cumpliera lo escrito en la Palabra, crearon capas y capas de lo que en un principio pensaron que era protección, pero que acabó convirtiéndose en cadenas. De ese modo aplastaban a la gente bajo el peso de las exigencias religiosas, pero se olvidaron de ayudarles para aligerar la carga (Mateo 23: 1-4). Ellos se apoyaban en la Ley, pero habían perdido su verdadero sentido, ya no les movía su amor incondicional a Dios, y tampoco a su prójimo. Se perdieron en lo externo, en sus propios criterios y se olvidaron de que lo primero es lo primero.
Al igual que aquellos fariseos, nosotros también establecemos muchas veces estructuras religiosas rígidas, que se convierten fácilmente en caparazones a través de los cuales no se aprecia la auténtica luz de Dios en nuestras vidas y en nuestras comunidades. Rigidez por temor a perder el control, resultado de volver a poner nuestra prioridad fuera de sitio, en lugar de fijar nuestros ojos en Él. ¿Cuántas veces nuestras normas, criterios, opiniones y teologías llegan a despistarnos totalmente de que hemos sido creados por amor, para amar? ¿cuántas veces cargamos a otros con mochilas pesadas que ni nosotros podríamos cargar? ¿cuántas nos olvidamos de que por mucho que hagamos en nuestra vida para agradar a Dios, si no hay amor, de nada sirve (1 Corintios 13:1-3)? ¿Cuántas veces dejamos de lado su mensaje claro: “El sacrificio que te agrada es un espíritu quebrantado; tú, oh Dios, no desprecias al corazón quebrantado y arrepentido” (Salmos 51:17)? Necesitamos una respuesta sabia como la de aquel escriba, sabiendo que “amarle con todo el corazón y con todo el entendimiento y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a uno mismo, es más que todos los holocaustos y los sacrificios” (Marcos 12:32-33).
Pero Jesús nos muestra cuál es el verdadero sentido de la Ley en esa afirmación tan contundente sobre la que estamos reflexionando hoy. Él nos ofrece descanso, un yugo fácil de llevar y una carga liviana (Mateo 11:28-30). El Maestro nos recuerda constantemente que lo primero es lo primero, que adorar únicamente a Dios nos saca de toda idolatría a la que nos enganchamos con facilidad en estos tiempos. Que amarle con todo nuestro ser nos lleva a querer buscarle, a querer encontrarnos con Él, a profundizar en esa relación cada día, a enchufarnos desde por la mañana a través de las diferentes disciplinas que hemos estado estudiando, con el fin de contrarrestar nuestra tendencia a alejarnos río abajo y ensordecernos con nuestro propio ruido interno que no nos deja escuchar su voz.
No, las disciplinas no son una carga, no son una pesada mochila con la que debemos caminar en nuestra vida como creyentes, son una auténtica herramienta que facilita enormemente nuestra relación con Dios, librándonos de las cadenas con las que nuestras propias expectativas nos atrapan y llevándonos a descansar en la soberanía total y absoluta de Aquel que nos conoce desde nuestra concepción en el vientre materno, de Aquel que conoce hasta el último de nuestros cabellos, de Aquel cuyo amor por nosotros le llevó a esa cruz terrible por la que hemos sido librados.
Organicemos pues nuestras prioridades, nuestros tiempos y atendamos lo verdaderamente importante, porque lo primero es lo primero.
REFLEXIONEMOS: ¿Qué actividad debería de estar realizando que sé, que si lo hiciera, cambiaría radicalmente mi vida? ¿Qué debo hacer para ir más allá de una simple convicción y propuesta y ponerlo realmente en marcha
Paloma Ludeña Reyes