VENCIENDO GIGANTES.

20 de mayo 2021.

Lujuria.

Lectura bíblica: Ezequiel 16

“’Pero confiaste en tu belleza y te prostituiste a causa de tu fama; vertiste tu lujuria sobre todo el que pasaba, fuera quien fuese” Ezequiel 16:15

Durante esta semana, como nos dijo ayer nuestro Pastor, estamos abordando el tema de los pecados radicales y como no, nos encontramos con uno relacionado con un tema bastante tabú en las Iglesias, pero no menos natural porque fue creado por Dios y se trata del sexo y del mal entendimiento de este proviene el pecado de la lujuria.

Que os parece si definimos antes que nada que es lujuria y en el diccionario de la RAE sale lo siguiente:

1.- Deseo excesivo de placer sexual

2.- Exceso o demasía en algunas cosas.

Entonces podríamos decir perfectamente, sin temor a equivocarnos, que la lujuria es el ansia y el deseo descontrolado de sexo.

Miren, tenemos que acostumbrarnos a hablar de sexo de una manera natural y más en esta sociedad hipersexualidad donde es muy común encontrarnos con escenas mucho más subidas de tono de lo que se debería considerar correcto en anuncios comerciales, por ejemplo, de perfumes o de lencería y similares. Y ni hablar de las series que, en muchos casos, van dirigidas a un público adolescente donde el sexo está presente de una forma más que explicita.

Todo este entorno contaminado hace que el sexo, maravilla creada por Dios para disfrute del hombre y mujer dentro del matrimonio, degenere en unos comportamientos totalmente disfuncionales como los celos, el incesto, la prostitución, violación, masturbación, abuso de niños y prácticas que mejor no nombrar para no herir la sensibilidad de mucha gente.

En realidad, estos comportamientos ya existían en el principio de los tiempos y en la antigüedad como en Sodoma y Gomorra, en el Imperio Romano (muy usual encontrar relatos de orgías) o en la Biblia, donde podemos encontrar pasajes que nos indican perfectamente cuales son las prácticas que no deben ser llevadas a cabo por ser pecado, como, por ejemplo, Levítico 18.

La lujuria se produce inicialmente en la mente y llega a actuar como lo hace la droga, haciendo que se llegue a un total descontrol. Realmente lo que ocurre es que el deseo sexual está centrado en uno mismo no tomando en cuenta ya para nada a los demás. Puede llegar a extremos verdaderamente muy peligrosos y crueles. Por ejemplo, el consumo de pornografía tiene una influencia directa sobre la explotación sexual, el sexo a más edades más tempranas de una manera habitual, sobre violaciones y más aún en grupo, como podemos ver en la proliferación de las manadas. Somos bombardeados constantemente por todo tipo de mensajes con una carga sexual muy alta que va minando nuestro dominio propio.

Sin embargo, el resultado final de todas estas prácticas, que son engendradas por la lujuria, siempre es el mismo, violencia, vacío, sentimiento de culpa, deseos suicidas.

Pero lo más importante es que lo que se ve, lo evidente, son los detonantes, los síntomas pero no la raíz del problema que es la lujuria. La verdad es que detrás de todo esto está un alejamiento brutal de Dios y de su amor. Esto produce una insatisfacción espiritual, también una desconfianza en Dios y sobre todo nos sobreexpone, como hemos visto, a la influencia demoniaca que existe en el mundo.

La solución es saber que Dios diseño un marco para poder disfrutar de una manera increíble y nunca alcanzable del sexo y este es el matrimonio. También Dios nos ha prometido que siempre estaría con nosotros (nunca que no tuviéramos problemas, ni aflicciones), y nos ha suministrado una batería de armas para poder combatir todos los ataques a los cuáles vamos a ser sometidos para salirnos de su plan. Estas armas son su amor, su Palabra, su Espíritu Santo, la oración y también nuestra Familia en la fe, ya que como bien dice la Palabra de Dios, debemos sobrellevar las cargas unos de los otros, de esta manera será siempre más liviana.

                                                                                                                                                                     José Manuel Ases