18 de mayo 2021.
Orgullo.
Lectura bíblica: Génesis 3:1-7; Mateo 23:1-12
“El Señor es excelso, pero toma en cuenta a los humildes y mira de lejos a los orgullosos”
Salmo 138.6
Todo comenzó en el principio. El ser humano se planteó que podría llegar a ser como Dios, y ese pensamiento le llevó a la acción. ¿Por qué no? ¿cuál es la razón por la que yo no puedo decidir lo que está bien y lo que está mal? ¿por qué el Creador me permite todo, pero no me deja disfrutar de ser yo mismo quien establezca lo que es bueno para mí? ¿No es eso algo bueno, agradable y deseable? ¿quién no quiere tener esa sabiduría? Y comieron del árbol prohibido (Génesis 3:6). Entonces abrieron sus ojos y ya nunca más se vieron igual, la desnudez y transparencia en sus vidas pasó a ser vergüenza y temor. Comenzaron entonces a taparse, a cubrirse, y lo peor de todo… a esconderse.
¿Cuál fue la causa de esa decisión tan terrible? Cayeron en el engaño del orgullo, y ese fue el origen de todo. Realmente ese acto de desobediencia es la raíz de todo mal, lo que nos hizo errar definitivamente en el blanco, es la raíz de todo pecado.
El orgullo hace que nuestra tendencia sea ponernos siempre a nosotros en primer lugar, agarrarnos al ego. El orgullo es arrogancia, autoengaño, vanidad, jactancia, vanagloria, ostentación y exaltación personal, lo que nos lleva al menosprecio del otro y a la negligencia hacia los demás, buscando siempre tomar el control. La persona así “se favorece a sí misma en sus pensamientos y se pasea consigo misma en los lugares espaciosos de su mente, silenciosamente, emitiendo sus propias alabanzas” (Gregorio el Grande).
La enseñanza de Jesús sobre los peligros del orgullo fue muchas veces acompañada de fuertes palabras. En textos como el que leemos hoy en el Evangelio de Mateo, nos habla sobre la altivez, y especialmente la espiritual, que está estrechamente ligada a la hipocresía. Faltaban solo unos días para que fuera traicionado y crucificado, se encontraba en el mismo Templo, en el atrio, y dirigiéndose a sus discípulos, y a todas las gentes que le seguían, los animó a escuchar con atención las enseñanzas de Moisés impartidas por los escribas y fariseos, pero también les dijo que nunca les imitaran. Todo esto ante los mismos religiosos que fueron duramente confrontados. ¿Por qué no habrían de imitar a estos maestros? Entonces, Jesús describe el perfil del orgullo. Eran hombres que hacían todo para ser vistos, que no ponían en práctica lo que tanto hablaban, que estaban tan preocupados de sí mismos que complicaban las cosas a los demás, y al final no ofrecían ninguna ayuda (v4). Les agradaba recibir saludos de las gentes en lugares públicos (v7), y ser reconocidos por sus títulos. De hecho, su vanidad social los llevaba a buscar los lugares más prominentes en las sinagogas y en las fiestas (v6). Es interesante saber que los primeros asientos a los que se refiere estaban elevados en una plataforma desde donde todos los demás podrían verlos, y, además, en las sinagogas, las primeras sillas estaban situadas de frente a la congregación. Realmente les agradaba satisfacer el ego, era lo que buscaban, mientras que sus vidas estaban llenas de vacíos espirituales.
Leyendo estas características podemos posicionarnos desde nuestro juicio y calmar nuestras conciencias pensando que gracias a Dios no somos como esos fariseos en tiempos de Jesús. Sin embargo, ¿cuánto de esas actitudes, gestos y motivaciones podemos reconocer en nuestro día a día? ¿cuánto de lo que hacemos, incluso sirviendo en la iglesia, lo hacemos buscando la atención de los demás? ¿cuánto nos esforzamos por ser enaltecidos, al menos en algo?
La enseñanza de Jesús aquel día, en el que estaba a punto de ser humillado hasta la muerte, fue muy clara y tajante: “cualquiera que se ensalce, será humillado, y cualquiera que se humille será ensalzado” (Mateo 23.7). Era una lección fundamental para sus discípulos, una llamada de atención a los religiosos, y una enseñanza clave para cada uno de nosotros.
La altivez del orgullo nos distancia de Dios, pero, aunque estemos lejos, Él conoce nuestro corazón perfectamente (Salmo 138:6). Solo nos queda una cosa: dejar de tomar el control de nuestra vida y “volver a casa”, dejar de escondernos y rendirnos, pues Él cumplirá su propósito en nosotros. Y es que Dios no encuentra espacio en los hombres que están llenos de sí mismos.
Todo comenzó con el orgullo, y por eso, el primer paso que debemos dar como discípulos verdaderos es negarnos a nosotros mismos (Marcos 8:34) para poder depender totalmente de Dios y librarnos del pesado yugo que este mal ha traído y trae a toda la humanidad. Y eso no es posible con nuestras fuerzas, solo por la obra transformadora de Cristo en nosotros. El que fue herido en el talón, pero quien hirió de muerte en la cabeza a la serpiente (Génesis 3.15).
REFLEXIONEMOS: Evaluemos nuestro orgullo: Piensa en tus propios logros y posición, haz una lista de todo aquello en lo que te sientes orgulloso o te consideras superior a los demás. (Esos pensamientos se convierten en zonas de peligro para el orgullo).
Piensa en áreas que pueden terminar en vanidad y exaltación propia (apariencia personal, educación, raza o etnia, género, posición, logros o talentos especiales).
Paloma Ludeña Reyes