05 de abril 2021.
Gracia y Paz.
Lectura bíblica: Lucas 15: 11-32, Efesios 2:1-10
” Y levantándose, fue a su padre. Y cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y sintió compasión por él, y corrió, se echó sobre su cuello y lo besó”
(Lucas 15:20)
La conocida parábola de hijo pródigo narrada exclusivamente por Lucas es uno de los textos más emblemáticos, fuertes y claros del Evangelio. A través de esta historia, Jesús describe con claridad la Gracia de Dios, su amor incondicional y su Plan perfecto, es decir, su Misión. Es una descripción del gozo de Dios al encontrarse con los perdidos. Es un reflejo claro de lo que el Señor nos dice en los muy conocidos versos que focalizan todo el Mensaje de Cristo en Juan 3:16-21.
La parábola nos habla de dos hijos perdidos, aunque de diferente manera, y del que es el verdadero protagonista de la historia, un padre amoroso que ama a los dos profundamente y de manera incondicional. En el día de hoy vamos a reflexionar sobre la actitud, respuesta, enseñanza que ese padre nos da en relación a lo ocurrido con su hijo menor.
Es importante contextualizar siempre en el relato, ya que las situaciones no son similares en cualquier tiempo y/o cultura. Para un padre judío, que el hijo le pida la parte correspondiente de la herencia (en este caso es un tercio al tratarse del hermano menor) es algo totalmente insólito. Sería como dar por muerto al padre. De hecho, se trata de una clara rebeldía en la sociedad judía por la que podría ser condenado a muerte (Deuteronomio 1218-21). De este modo, el hijo menor se fue, y se fue lejos, tierras extrañas, lugares desprotegidos. Pasó de la promiscuidad a inmundicia. El despilfarro y la hambruna le llevó a vivir en una situación considerada totalmente impura para un judío, cuidando cerdos, y anhelando además comer las mismas algarrobas que los animales, y ni eso podía. La situación era terrible, había llegado al fondo.
Entonces, desde lo más profundo del pozo, decide regresar a casa, y se propone confesar su pecado, reconocer que no era digno de ser llamado hijo, y conformarse con ser sólo un jornalero más. Da la vuelta, su arrepentimiento le lleva a la acción y camina hacia la casa, hacia el Padre.
Pero centrémonos en el verdadero protagonista. Un padre que dejó marchar al hijo, respetó su decisión, aunque con verdadero dolor pues desde el principio le esperaba anhelante. Un padre que da libertad al hijo, para obedecerle, o, para no hacerlo.
Este padre, en el que vemos representado a Dios mismo, estaba pendiente en la distancia, y vio al hijo como regresaba desde la lejanía. Entonces, lleno de compasión, corrió hacia él, a pesar de que ese acto era considerado ante el mismo pueblo judío un acto ridículo y denigrante. Hizo un recorrido humillante, como el que Jesús realizó llevando la cruz hacia el monte Calvario. Pero un recorrido de victoria. Entonces, se echó a su cuello, y le besó. Es increíblemente maravillosa esta escena, que nos habla, enseña y acerca con admiración a la perfecta gracia de Dios.
El hijo atropelladamente comienza a decir todo lo que había preparado, pero antes de terminar el padre le corta, no es necesario que continúe, ya estaba en casa. Entonces le pone el mejor vestido, seguramente una de sus mejores prendas, le devuelve la dignidad, también le restituye su condición de hijo al darle el anillo, le da autoridad, y le da calzado, lo que le identificaba como hombre libre y no como esclavo. Además, trae su mejor ternero, el de las grandes ocasiones, y sin preguntarle siquiera donde se gastó la herencia, hace una fiesta en su honor, le devuelve mucho más de lo que él le pidió.
Esta imagen de Dios nos habla de perdón, de restauración, de adopción, de Gracia inmerecida, y del tremendo gozo que le embarga ante la reconciliación del que está perdido. Era necesario hacer fiesta pues el hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida. Como cada uno de nosotros estamos, o hemos estado en algún momento, pero: “..Dios, que es rico en misericordia, por causa del gran amor con que nos amó, aun cuando estábamos muertos en nuestros delitos, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia habéis sido salvados” (Efesios 2:4-5).
Hoy te animo a reflexionar, no como alguien que ve esta historia ajena, que forma parte del pasado porque ya recorrió el camino a casa hace tiempo, sino como una realidad presente, pues todos, a lo largo de nuestro caminar, somos “hermanos menores” en muchas ocasiones y momentos de nuestra vida. Porque ¿cuántas veces estamos lejos, lejos del Padre? ¿cuántas veces tomamos decisiones que nos alejan de su Presencia? ¿cuántas veces nuestros sentimientos, pensamientos y pasiones nos alejan de su morada? Y, es que, siempre que buscamos aceptación, reconocimiento, o un amor fuera del Padre, nos alejamos del “hogar”. La realidad es que Él siempre nos ha dado, y nos da libertad, de decirle sí, o de darle la espalda y llevarnos sus bendiciones para derrocharlas de la peor manera. Creo que son numerosas las ocasiones en las que necesitamos arrepentirnos, dar la vuelta y regresar, pero sabemos, y si no lo sabes necesitas agarrarte a esa promesa, que, siempre que decidimos volver a rendirnos al Padre, Él nos espera, Él nos abraza, Él nos besa, Él nos ama de una manera que no podemos ni comprender. De la misma manera que nos alienta a nosotros a amar.
“Dejo el hogar cada vez que pierdo la fe en la voz que me llama ‘mi hijo amado’ y hago caso de las voces que me ofrecen una inmensa variedad de formas para ganar el amor de tanto deseo… estas voces me impulsan al país lejano” Henri Nouwen
REFLEXIONEMOS:
¿Te encuentras en un lugar lejano ahora mismo? ¿Hasta qué punto tus pensamientos, actitudes, hábitos, están enfocados en buscar el amor, la aceptación, en fuentes ajenas a Dios? ¿En qué estás gastando los dones que Dios te ha dado? ¿en agradarle a Él, o a los demás? ¿Cuánto anhelas el abrazo del Padre? ¿Si estás lejos, por qué no das la vuelta y regresas a Él? ¿Qué pasos crees que necesitas dar para que eso sea una realidad en tu vida? ¿Necesitas ayuda?
Paloma Ludeña Reyes