02 de abril 2021.
La Cruz.
Lectura bíblica: Mateo 27
” Con Cristo he sido crucificado, y ya no soy yo el que vive, sino que Cristo vive en mí; y la vida
que ahora vivo en la carne, la vivo por fe en el Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí
mismo por mí” (Gálatas 2:20)
A lo largo de todo el capítulo 27 de Mateo caminamos por la consumación del Plan de Dios para liberar, salvar, rescatar a todo aquel que crea en Él, en el Hijo que voluntariamente se entrega, que bebe de la copa amarga, en obediencia, siendo la mayor muestra de amor incondicional que pudiéramos jamás recibir. Jesús soportó humillación, burla, un daño físico terrible, pero, sobre todo, el dolor incomprensible de verse hundido en la misma maldad, siendo Él sólo bondad (Efesios 4:9-10). Y, cómo profetizó Isaías “ni siquiera abrió su boca” (Isaías 53:7). Fue el cordero del sacrificio en esa Pascua. Su sangre, de una vez y para siempre, propició la salvación eterna a todo aquel que mire esa cruz, la cual, ha pasado de verse como el instrumento de tortura terrible que es, a la manifestación del evangelio de la salvación (Gálatas 6:14).
Dios mismo, por su Gracia inmerecida, estableció este día, este viernes que hoy recordamos. Un Plan ya revelado en el mismo momento en el que el ser humano se separó de Él en el Edén. Dios mismo se hizo hombre, y murió bajo tales torturas para que pudiéramos volver, reconciliarnos, regresar al propósito inicial por el cual nos creó, para rescatar una Humanidad perdida, y así ser exaltado hasta lo sumo, pues toda lengua llegará a confesar que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre (Filipenses 2:1-11). Sí, el Hijo del Hombre fue herido en el calcañar, pero la serpiente quedó herida de muerte en la cabeza (Génesis 3.15).
Entonces el velo se rasgó en dos. Y de forma sobrenatural, de arriba abajo (v.51), pues se trataba de una cortina de gran peso, ya que tendría 1 o 1,5 centímetros de espesor, unos 18 metros de largo y 9 metros de ancho. Consumado fue. Quedó abierto el acceso directo al lugar santísimo, a la presencia de Dios para todo creyente (Hebreos 10:19-20). Ahora podemos tener esa relación única, inconfundible, llena de amor a la que fuimos llamados.
La densidad, fuerza y revelación de estos momentos transcurridos en aquella Jerusalén en Pascua, da lugar a infinitas reflexiones y verdades que nos llenan de inspiración y sabiduría, que nos cambian y transforman, que nos ayudan a crecer y a entender lo que es el verdadero amor. Pero hoy me gustaría resaltar tres personajes que tuvieron un papel único en el drama de la Pasión y que se relacionaron directamente con la cruz.
Se trata de Judas Iscariote, quién se había hecho falsas expectativas sobre el Mesías y que traicionó a Jesús vendiéndolo por 30 monedas de plata a los principales sacerdotes y ancianos, cuyo peso no pudo soportar (Mateo 27:3). Por otra parte, Barrabás, un preso famoso, un revolucionario judío frente al gobierno romano, un homicida, quizás para muchos de ellos un héroe, que representaba la fuerza del poder humano (Marcos 15:7). Y por último tenemos a Simón de Cirene, que se cree fue un africano de raza negra de la región que hoy llamamos Libia (Hechos 13:1), y que fue obligado por los romanos a cargar aquella cruz con la que Jesús no podía ya.
John Stott, reflexionando sobre estos tres hombres y su relación con la cruz, nos dice como Judas provocó la cruz, Barrabás se escapó de la cruz, y Simón cargó con la cruz. Tres experiencias que también se relacionan con cada uno de nosotros, y que no se contradicen con nuestra realidad como cristianos hoy.
Al igual que Judas, los seres humanos hemos provocado la cruz debido a nuestro orgullo y anhelo de ser como Dios, a nuestra decisión de independizarnos de Él, al querer apartarnos de su abrazo para abrazar todo lo que cada uno ha considerado le conviene más. Por otra parte, como Barrabás, hemos sido rescatados, hemos escapado de la consecuencia de nuestro pecado, nos hemos librado de la cruz por aquel que murió en nuestro lugar. Por último, como Simón, los cristianos estamos llamados a llevar nuestra cruz cada día y seguir a Cristo (Lucas 9:23). Y esto no se trata de un llamado para cubrir nuestra conciencia, ni de una actividad para desarrollar que complemente nuestra vida diaria. No se trata de ser cristiano el domingo, o de asistir regularmente a la iglesia, ni siquiera de servir o de atender a otros en ciertos horarios semanales. Se trata de llevar la cruz cada día, de hacer que nuestro ego sea crucificado cada mañana para emprender un nuevo camino dejando al Señor ser el que gobierne cada cosa que hagamos o pensemos. Se trata de un estilo de vida que abarca las 24 horas del día y los 7 días de la semana.
La Cruz simboliza el camino de la reconciliación de todas las cosas con Dios, de la redención, de la restauración, del perdón, pues fue a través de la sangre derramada en ese madero que vino a nosotros la auténtica paz (Colosenses 1:20). La Cruz es pues también nuestro camino, como cristianos y como Iglesia, enviados a ser de bendición a este mundo. Y es que con Él somos juntamente crucificados (Gálatas 2:20) para victoria, aquella que reside en el poder de la resurrección (Filipenses 3:10)
REFLEXIONEMOS:
¿Qué significa para ti la Cruz? ¿Es una realidad en tu vida? ¿Vives una gracia barata, o reconoces que aún siendo un regalo de Dios para todos los que creen a Cristo, ha sido muy costosa? ¿Cargas con tu cruz cada día? ¿Qué aspectos de tu vida necesitas aún dejar en las manos de Dios, en esa Cruz, para que Él te transforme?
Paloma Ludeña Reyes