22 de Marzo 2021.
«Incurvatus in se».
Lectura bíblica: Lucas 4: 14-30; Miqueas 6:1-8
” ¡Oh hombre, él te ha declarado lo que es bueno! ¿Qué requiere de ti Jehovah? Solamente hacer justicia, amar misericordia y caminar humildemente con tu Dios” (Miqueas 6:8)
Tanto Agustín como Lutero consideraban que la naturaleza humana tras la caída en aquel jardín del Edén se desvió de manera drástica de estar enfocada en Dios a centrarse en sí misma. El ser humano desde entonces se inclina o encorva sobre sí (Incurvatus in se), como una gran propiedad reflexiva, donde todo lo que sale de nosotros, pretende de alguna manera u otra regresar de nuevo a nosotros. Es la tendencia natural, que todos tenemos, a mirar nuestro ombligo, a querer ser reyes o reinas de nuestras propias historias, y por tanto a luchar por el reconocimiento de los demás, por el prestigio, por subir escalones en la escala social. Se vuelve así muy difícil desligar nuestras verdaderas motivaciones, incluso las más altruistas, del interés personal. Romper esa tendencia es imposible con nuestras fuerzas, sin embargo, es la clave para entender el Evangelio y vivir un cristianismo verdadero.
¿Cuántas veces nos revolvemos buscando la respuesta de Dios ante nuestras peticiones y anhelos personales? Nos sentimos abandonados e impotentes, y no entendemos nuestra situación. Creemos que somos merecedores de Su favor, de hecho, le relatamos la lista de nuestras buenas acciones en nuestras oraciones preguntándole ¿qué quieres de mí Señor? En esa situación se encontraba el pueblo de Israel en el texto de hoy en Miqueas, aquel al que Dios nunca había abandonado, y sin embargo terminaba siempre apartándose de Él (Miqueas 6:3-4). El pueblo clamaba ¿Con qué me presentaré a Jehovah y me postraré ante el Dios Altísimo? ¿Acaso es necesario más holocaustos, becerros de oro, o arroyos de aceite? Respuestas ilógicas, y mucho más cuando hacen referencia a entregar a sus propios hijos, lo que estaba fuera de la ley.
Era un grito de impotencia que podríamos traducir como ¿qué quieres que haga Señor? Pero el Señor es muy claro, siempre lo es. Quizás no entendamos cosas y necesitemos profundizar en otras, pero Él nos declara con una sencillez increíble lo que es bueno, lo que realmente espera de nosotros: hacer justicia, amar misericordia y caminar humildemente con Él (Miqueas 6:8). No es necesario nada más… ni nada menos. Es un llamado a dejar de mirarse a nosotros mismos y aceptar la Gracia de Dios en obediencia y gratitud. Un llamado a una adoración genuina, en Espíritu y en Verdad. Un llamado a la integridad en la que la verdad de la Palabra de Dios sea manifiesta a través de las vidas de su pueblo.
Esta enseñanza es clave para cada creyente. Los principios que rigen el Reino se fundamentan en destronar el ego de nuestros corazones y dejar que en ellos tome el control el único Rey, nuestro Señor. Y Él es un Rey muy diferente, no llega a nuestras vidas a lomos de un caballo de guerra, sino sobre un pollino como símbolo de humildad y de paz (Mateo 21:5). Es un Rey Servidor, quién por amor se despojó a sí mismo y se hizo hombre, humilde, obediente, hasta la muerte (Filipenses 2:6-11). Esta condición forma parte de toda la enseñanza de Jesús, y desde el principio la hizo poner de manifiesto, siendo tropiezo para muchos religiosos de la época.
En el texto de Lucas seleccionado para hoy, vemos como Jesús realiza una de las declaraciones más impactantes y firmes en los primeros tiempos de su ministerio, en la tierra donde creció, en Galilea. Esta zona no era propia de maestros ni de eruditos ya que se consideraba, en la Palestina del primer siglo, tierra marginal, despreciada, cuyos pobladores se consideraban ignorantes. Y es en ese ambiente donde el Hijo de Dios se revela a sí mismo, dejando claro quién es y cuál es su misión. En aquella sinagoga de Nazaret, leyendo el texto de Isaías (61:1-2) hace ver que el Mesías no vendrá a vencer batallas, ni a liberar a los judíos de la opresión romana, sino que Él, Jesús, aquél artesano de la madera que seguramente habría hecho trabajos a muchos de los que le estaban escuchando, era el verdadero Rey, y que su misión se iba a centrar en atender a los necesitados. Había venido a extender su mano a los marginados, apartados, hambrientos y sedientos, desnudos, forasteros, enfermos, encarcelados, a los que lloran, a los que están agotados por su peso y viven bajo la opresión psicológica, social, emocional o espiritual. Había venido a dar luz a los que no son capaces de ver, y esperanza a los que tienen el corazón quebrado. Había venido a dar libertad auténtica a todos, sean gentiles o judíos, mujeres u hombres, extranjeros, inmigrantes, de cualquier raza o condición. A liberar al ser humano de sí mismo y entregarle el mayor regalo que puede llegar a tener, el amor incondicional del Creador quién anhela profundamente relacionarse con cada uno de nosotros y enseñarnos así a amar de la misma manera que Él lo hace.
Jesús se interesa por cada persona, por sus necesidades concretas, no por las instituciones, ni estructuras. Jesús se interesa por nuestra sanidad integral, tanto física como emocional y espiritual. Jesús se interesa en la unidad de su pueblo, y anhela que su esposa, la Iglesia, sea sus manos y sus pies, se llene de compasión y, con la toalla en la cintura, haga justicia, ame misericordia y camine humildemente con Él.
Se trata de fijar nuestra mirada en Cristo con el fin de levantar la cabeza de nosotros mismos, y mirar al otro en actitud de servicio, descubriendo en él la obra maravillosa de Dios.
REFLEXIONEMOS:
Esta semana necesitamos reflexionar cuánto de nuestra fe, de nuestro credo, se hace evidente en nuestra vida. ¿Valoras realmente a todas las personas por igual? ¿o quizás están aquellas en tu vida con las que te cuesta relacionarte? ¿Cuánto llevas a la práctica las enseñanzas de Jesús que implican servir a los demás? ¿Estás atento a las necesidades de los que te rodean? ¿Estamos como iglesia abriendo nuestros ojos para no solo mirar, sino actuar en todo lo que podamos ante las situaciones que afectan a nuestro prójimo?
Paloma Ludeña Reyes