01 de Marzo 2021.
Autoengaño, un obstáculo para crecer.
Lectura bíblica: Marcos 10:17-31
“Entonces al mirarlo Jesús, le amó y le dijo: —Una cosa te falta: Anda, vende todo lo que tienes y dalo a los pobres; y tendrás tesoro en el cielo. Y ven; sígueme.”
(Marcos 10:21)
A lo largo de los años he podido comprobar la facilidad con la que uno se autoengaña, y lo difícil que es enfrentar la verdad sobre nosotros mismos. No nos cuesta nada atribuirnos el crédito de las buenas acciones, pero nos es muy complicado reconocer la responsabilidad de nuestros malos actos. ¡Con qué facilidad echamos siempre la pelota en el tejado de otro! Quizás por miedo al rechazo, al cambio, al fracaso. Vivimos también con “puntos ciegos” que nos cuesta confrontar, con “cajas fuertes” donde creemos hacer morir todo aquello que no podemos o no sabemos resolver, que nos avergüenza o intimida, y guardamos celosamente la llave.
¿Acaso desconfiamos de la Gracia de Dios? ¿Acaso intentamos ocultarnos de Aquel del que es imposible esconderse pues conoce hasta lo más profundo de nuestro ser? ¿Es que no estamos dispuestos a ser vistos? El caso es que necesitamos ser honestos y examinar nuestras debilidades, nuestras fortalezas, nuestras bondades y nuestras maldades, nuestras motivaciones reales, con el fin de eliminar los obstáculos que puedan estar interfiriendo en nuestro crecimiento espiritual.
En el texto de hoy tenemos un personaje muy especial, alguien que tenía una idea equivocada de sí mismo, que había emprendido un camino de autoengaño que le llevó a un callejón sin salida. Son muchas las enseñanzas de este pasaje, y lo primero que podemos apreciar, es que aparece después del texto en el que Jesús bendice a los niños (Marcos 10:13-16), lo que pone en evidencia el contraste claro entre la total dependencia y confianza en Dios de los pequeños, y la situación del hombre rico que había forjado su propia independencia con bienes materiales y morales que le llevaron a fabricar su propia identidad.
No podemos dudar de la honestidad de este hombre al acercarse a Jesús, buscaba respuestas, quizás las que él quería, pero a fin de cuentas respuestas a su insatisfacción personal. Él hacía todo bien, era correcto en todo, cumplía todo lo estipulado, pero algo le faltaba. Basaba toda su experiencia espiritual en él mismo. Se acerca a Jesús llamándole “Maestro bueno”, palabras corteses, pero que ponen de manifiesto que no conocía realmente a quién tenía delante. Y es que, un buen concepto de Jesús no es suficiente, necesitamos acercarnos a Él como a Dios mismo, el único que es la bondad absoluta, y el único digno de adoración.
El maestro entonces comienza a citarle los mandamientos, los que tienen que ver con las relaciones personales y que implicaban el amor al prójimo (Éxodo 20:12-16). Le estaba haciendo verse realmente, en un espejo muy diferente al que él mismo se había fabricado. ¿Realmente nunca había fallado? Sabemos que eso es imposible (1ª Juan 1.10). Seguramente mientras Jesús le va nombrando cada mandamiento, y después de haber reconocido que el único realmente bueno es Dios mismo, nuestro hombre va viendo, poco a poco su verdadero yo. Le estaba mostrando que lo primero que necesitamos para “alcanzar la vida eterna” es eso, mirarnos realmente tal y como somos, dejarnos ver por Él y vernos como Él lo hace, reconocer nuestra situación de “errar en el blanco” y arrepentirnos, dar la vuelta, cambiar el rumbo.
Pero Jesús, aún mirándonos tal y como somos, lo hace con amor (v21), y le confronta, haciéndole ver que lo que realmente le falta para esa salvación que creía tenía merecida era conocerle a Él, solamente (Juan 17:3). Y es que nadie se hace justo a sí mismo, eso es un autoengaño, nadie recibe la salvación por sus logros personales, se trata del mayor regalo que podemos recibir, la Gracia de Dios, que nos es dada mediante la fe, no por obras (Efesios 2.8). Se trataba pues de un cumplidor de la ley superficial, que se centró en sí mismo y olvidó el mandamiento más importante, amar a Dios sobre todas las cosas, con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente y con todas sus fuerzas, y también al prójimo como a uno mismo (Marcos 12:29-31). Era un buen hombre, una buena persona, pero amaba a sus riquezas por encima de todo, quizás no había robado nunca, pero tampoco era capaz de compartir con generosidad y servir a los necesitados. El problema en sí no estaba en el dinero, sino en el valor que él le daba a éste, en su amor a los bienes (1 Timoteo 6:10), en poner a estos en el lugar primero, en idolatrar.
Lo que realmente necesitaba nuestro hombre, y cada uno de nosotros, es reconocer lo lejos que estamos de Dios y la necesidad de su gracia, es el echarnos a sus brazos, como niños, dejar todo aquello a lo que nos agarramos para sentirnos seguros y reconocer que la verdadera riqueza, que la verdadera vida eterna, empieza ya, en el momento en el que nos abandonamos totalmente a Él, le permitimos penetrar en cada punto ciego, le damos la llave de nuestra “caja fuerte” llena de temores y vergüenzas, y nos despojamos de toda carga y pecado (Hebreos 12:1). No se trata de añadir más buenas obras y méritos, sino de quitar todo lo que obstaculiza nuestra relación con Dios.
El hombre toma una decisión, es libre de hacerlo, pero se va lleno de tristeza, con sus pesadas cadenas que le anclan a firmemente a sus posesiones (Marcos 4.19), sin reconocer que la verdadera riqueza, el mayor tesoro nunca visto, es el mismo Señor Jesucristo, y lo estaba dejando atrás. El discipulado no es camino fácil, pero sabemos bien que todas las demás sendas no van a ningún sitio, no tienen sentido, Él es el camino, no hay otro, y todos los méritos de este mundo, materiales o no, como dice Pablo, al final no son más que “basura” (Filipenses 3:8).
REFLEXIONEMOS:
¿Qué piensas de ti mismo/a? ¿Qué piensas realmente de Jesús? ¿Sabes reconocer tus puntos ciegos? ¿Te ves capaz de entregar la llave de tu “caja fuerte” a Jesús?
¿Dónde estás atesorando? ¿Dónde está tu corazón? (Mateo 6:19-21) ¿Es para ti Cristo suficiente?
Animémonos a realizar un autoexamen y contar con alguien más, alguien de confianza al que podamos rendir cuentas, para detectar los posibles autoengaños que puedan estar bloqueando nuestro crecimiento espiritual.
Paloma Ludeña Reyes