02 de Marzo 2021.
Peregrinos.
Lectura bíblica: Juan 17
“Ya no estoy más en el mundo; pero ellos están en el mundo, y yo voy a ti. Padre santo, guárdalos en tu nombre que me has dado, para que sean una cosa, así como nosotros lo somos” (Juan 17:11)
Durante esta semana estamos analizando los obstáculos que podemos encontrar en nuestro camino a la madurez. Hoy queremos reflexionar sobre este mundo, la presión que ejercen sobre nosotros las preocupaciones, la lucha por cubrir las necesidades realmente básicas, pero también el “amor al dinero” y al bienestar material, la búsqueda incansable de ser reconocido, de ser el primero, la mal entendida necesidad de afecto que nos vuelve dependientes de la aceptación de los demás, los conflictos en las relaciones, los prejuicios, el maltrato a la naturaleza…etc. Es realmente un mundo caído, en el que el orgullo y la lucha por la independencia nos ha hecho romper con Dios, con nosotros mismos, con los demás y con la misma Creación. Son los espinos que crecen en nuestra tierra, donde se ha sembrado la Palabra, pero que evitan que esta se haga viva en nosotros (Mateo 13:22). Esta fue la razón de la oración de Jesús que podemos leer en el texto de hoy, intensa, ferviente, llena de significado y de un amor inexplicable.
Ya Jesús, después de manifestar la importancia de permanecer en Él, en el amor de Dios, y en el amor mutuo, advierte sobre la hostilidad de este mundo hacia los creyentes (Juan 15:18-19). No es algo ajeno a cada uno de nosotros, muchas veces es más escuchado, tolerado y aceptado, alguien que es capaz de creer que vivimos entre extraterrestres, o en una realidad como la de la película de “Matrix”, que al que se reconoce como seguidor de Cristo. Creo sinceramente que hay fanatismo e intolerancia en muchos de los que se confiesan ateos, y que, sin embargo, denuncian eso mismo en los creyentes. Es una realidad, vivimos al margen de la sociedad. Y, demos gracias aquellos que podemos hablar abiertamente de nuestra fe, lo que no le es posible a miles y miles de cristianos, que hoy en día son perseguidos, maltratados e incluso asesinados por el mero hecho de confesarse seguidor de Cristo.
Cómo hijos de Dios, hemos aceptado la Palabra Viva que es Cristo, nos ha hecho nuevas criaturas, pueblo suyo, adquirido, sacerdocio real y nación santa, al recibir Su Gracia (1ª Pedro 2:9-10), pero esto nos hace ser peregrinos, expatriados, en un mundo que no es nuestro (v. 14). Por eso Jesús intercede con intensidad ante el Padre por cada uno de los discípulos que recibieron Su Mensaje, y también por cada uno de nosotros, por los que hemos creído en Él hoy (v. 20-21). Pide al Padre que nos guarde de dos peligros. En primer lugar, de la falta de unidad (v. 11), intercediendo para que seamos uno, como Él y el Padre lo son, fieles y leales a la revelación que Él mismo nos ha transmitido. En segundo lugar, que nos proteja del príncipe de este mundo, del maligno (v. 15), de sus acechanzas para confundirnos, engañarnos y mantenernos fuera de la dependencia de Dios.
Pero librarnos de estos peligros no son un fin en sí mismos, sino que ese ruego tiene una clara razón de ser, la de que el mundo crea, la de ser enviados, de la misma manera que el Padre le envió a Él (v. 20-23). Y es que Dios ama este mundo perdido, y por ello envió a su Hijo (Juan 3.16; Romanos 5:8), no para juzgarlo, sino para salvación de todos los que en Él creyeran, lo que se convierte ahora en nuestra Misión.
Jesús intercede por nosotros, sabiendo que viviremos en un mundo hostil, pero nos envía, nos comisiona, a ser una luz que aparte las tinieblas en las que habitamos, a ser embajadores, que representan, no sólo con sus palabras, sino con sus acciones y vida, al Reino al cuál pertenecen. Y como buenos embajadores, necesitamos tener un fuerte conocimiento del Dios al que adoramos y proclamamos, pero también necesitamos conocer y comprender cada “campo misionero”, cada lugar en el que desarrollamos nuestra vida diaria, y donde tenemos que ser de bendición. De este modo, el mismo Espíritu que da testimonio de Cristo a través nuestro, nos guiará en cada decisión, ayudándonos a discernir lo bueno de lo malo, y a no ser influenciados por todos aquellos obstáculos que nos terminan desviando de nuestra dependencia de Dios (Jeremías 15.19). Recordemos siempre las palabras del apóstol Pablo que nos alienta a no quedar aprisionados en el molde de este mundo, sino ser transformados integralmente, renovando nuestra mente, para entender y comprender la voluntad de Dios, en cada situación que nos encontremos, ya que es buena, agradable y perfecta (Romanos 12.2).
Enviados como Jesús fue enviado (Juan 20:21) requiere pues que estemos siempre presentes y próximos a este mundo, en nuestras casas, barrios y ciudades, manchándonos las manos sirviendo a los demás, apasionados por Cristo y proclamando con nuestra vida los valores del Reino. El apóstol Pedro nos alienta así a vivir como peregrinos “ejemplares” (1 Pedro 2:12), igual que el Señor a través del profeta Jeremías alentó al pueblo de Israel a vivir en el exilio buscando el bienestar de la ciudad donde estaban deportados, orando por ella, porque en esa labor es donde ellos iban a encontrar realmente la paz (Jeremías 29: 4-8)
No, no somos de este mundo, pero en él tenemos nuestra razón de ser, extender la verdadera y auténtica Paz de Dios que tanto necesita la sociedad, en todo tiempo, y hasta que Él venga.
REFLEXIONEMOS:
¿Cómo nuestra sociedad se opone a Dios? ¿En qué aspectos? ¿Cómo podemos ser agentes de reconciliación? ¿Cómo mostrar el amor de Dios en nuestro entorno a pesar de la oposición y hostilidad que muchas veces vivimos? ¿Cómo el mundo moldea nuestra vida y perspectivas? ¿En mi diario vivir los demás pueden ver la Paz de Cristo en mí? ¿o somos nosotros quienes nos diluimos como cristianos y nadie nos reconoce como tales?
Paloma Ludeña Reyes