19 de Febrero 2021
La madurez y el discipulado.
Lectura bíblica: Juan 15
“El discípulo que se mantiene unido a mí, y con quien yo me mantengo unido, es como una rama que da mucho fruto; pero si uno de ustedes se separa de mí, no podrá hacer nada.” (Juan 15.5 – TLA)
En el capítulo 15 de Juan tenemos una imagen preciosa y poderosa que nos ayuda a entender una de las claves de la madurez espiritual. Los primeros versículos nos presentan la imagen de Jesús como la vid verdadera y a nosotros, los discípulos, como ramas unidas a la vid. La rama crece, se desarrolla, es nutrida, está enraizada y es transformada según pasa el tiempo unida a la vid, si no está unida a ella, se seca y muere. Esta imagen define el discipulado.
La madurez espiritual está íntimamente ligada y es fruto de una vida de discipulado continuo. En este discipulado que nos lleva al crecimiento, tenemos varios frentes que necesitamos afrontar en nuestra vida, y especialmente cuatro áreas, sobre las cuales necesitamos estar radical e intencionalmente dispuestos a trabajar:
La primera de ella es a abandonar y dejar atrás nuestra vieja naturaleza. Esto es un principio básico que todos los cristianos aceptamos, pero que en la realidad muchas veces no practicamos o que pronto olvidamos. Esto es imprescindible para nuestra madurez, que no se dará sin el compromiso a abandonar muchas de aquellas prácticas que hasta ahora eran las que nos daban identidad y seguridad. Necesitamos asumirlo como un constante y esencial ejercicio diario en nuestro discipulado si buscamos lograr la madurez. Para algunos de nosotros puede ser que este “dejar” suponga un cambio radical en nuestras prioridades tanto vocacionales como profesionales, pero también ese “abandonar”, es posible que traiga un llamado amoroso y firme a entregar a Cristo esquemas y actitudes físicas, emocionales o espirituales profundamente arraigadas (control, ira, pereza, envidia, desordenes en el trabajo, en el sexo, en la comida…)
La segunda cosa para la que tenemos que disponernos, es a vivir como ciudadanos del Reino de Dios. Somos peregrinos y, por lo tanto, nuestros tesoros debemos acumularlos en el cielo, en vez de vivir pensando que es en esta tierra donde tenemos que crear nuestras posesiones.
Si nosotros nos vemos en esta tierra como peregrinos en tránsito hacia el hogar definitivo, entenderemos nuestro propósito, misión y nuestra posición en este mundo, de manera completamente distinta a si estamos estableciendo nuestro hogar permanente en él.
Una tercera área para la que debemos disponer nuestro corazón es a ser aprendices. Necesitamos tener una constante actitud de aprendizaje y disposición a ser enseñados. Para poder madurar necesitamos saber escuchar, en primer lugar, al Señor, pero también a aquellos que Dios ha puesto a nuestro alrededor. Jesús nos anima a tener “oídos para oír” (Mateo 11:15).
En medio de este mundo lleno de ruido necesitamos aprender a escuchar lo que Dios quiere decirnos. Necesitamos abrir espacios en nuestras llenísimas agendas y vidas, que nos permitan escuchar a Jesús decir aquello que necesitamos oír, y esto lo hará por diferentes medios.
Por último, Necesitamos estar dispuestos a ser guiados. ¿quién dirige nuestra vida? ¿Quién es el señor de nuestras decisiones, nuestros pensamientos, de nuestro tiempo, de nuestro dinero…? Jesús nos habla de la importancia de esto cuando se refiere al yugo en Mateo 11:29: “Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí”. Nuestra posición como discípulos de Cristo debe ser la de un buey que voluntariamente se somete al yugo para ser guiado. ¿Y esto, por qué? Por nuestra marcada tendencia de desviarnos en la dirección equivocada y poner nuestras metas en todo lugar menos donde quiere el Señor que vayamos.
La triste realidad es que muchas veces comprendemos el evangelio, pero en la práctica vivimos una realidad muy distinta a sus enseñanzas. Nuestros hechos y nuestras creencias no casan. Esto trae como resultado desánimo y un sentimiento de falsedad en nuestra vida espiritual. Por esto necesitamos estar enfocados en caminar hacia el crecimiento y la madurez desde el compromiso integral con el discipulado de Cristo.
REFLEXIONEMOS:
Necesitamos enfocarnos en Cristo, en estar firmemente arraigados a Él, creciendo y madurando por medio de tomar de Él todos los nutrientes que necesitamos. ¿hemos tomado la firme decisión de vivir como discípulos de Jesús? ¿Qué debemos soltar para poder aferrarnos fuertemente a la Vid? ¿Dónde estamos acumulando nuestros tesoros? ¿Vivimos con una verdadera actitud de aprendices que necesitan ser enseñados y guiados? ¿Quién es realmente el señor de mi vida? ¿Quién tiene la autoridad? ¿Cómo se la doy?
Jorge Manuel Pérez Zúñiga