17 de Febrero 2021
Morir al yo.
Lectura bíblica: Marcos 8:27-38; Gálatas 2:15-21
“Y llamó a sí a la gente, juntamente con sus discípulos, y les dijo: —Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por causa de mí y del evangelio, la salvará”
(Marcos 8:34-35)
Hoy comienzo duramente, de la misma manera que llegaron a mí las siguientes palabras de Dallas Willard: “Cristo no fue crucificado para que nosotros no tuviéramos que ir a la cruz. Más bien, fue crucificado para que pudiéramos ser crucificados con él. El no murió para que nosotros no tuviéramos que morir; más bien, murió para que pudiéramos morir con él”1. Y es que, el alimento sólido a veces es difícil de digerir.
Estamos reflexionando esta semana sobre la necesidad de madurar, de crecer, de dejar de ser, como dice Pablo a los corintios, niñitos espirituales. Pues bien, el texto de hoy es una gran oportunidad para abrir nuestros ojos y arraigar firmemente nuestra vida en un cristianismo verdadero. En primer lugar, Jesús, que sabe que sus seguidores aún no tienen muy claro lo que significa ser un discípulo, hace la siguiente pregunta ¿quién soy yo?, lo que lleva a Pedro a reconocer que Él es el Cristo, el Mesías, el Libertador, a quién los judíos llevaban esperando por mucho tiempo, el Ungido de Dios, el Rey de Israel. Y era cierto. Él era la Verdad.
Sin embargo, Jesús rompe las expectativas de sus discípulos, pues ese Cristo, no iba a ser el tipo de mesías que ellos esperaban, sino que iba a responder a la profecía de Isaías 53. Iba a ser rechazado, maltratado, desechado por los religiosos, sacerdotes y escribas, iba a sufrir. Todo un reto de sabiduría y conocimiento para estos discípulos desorientados. Ahí iba a estar la cruz, tropiezo para los judíos y locura para los gentiles (1 Corintios 1.23).
Pero aún no queda ahí, sino que en pocas palabras nos habla de que ser su discípulo implica también participar de su sufrimiento. Las expectativas de Pedro quedaron hundidas en ese momento ¿y las nuestras?
Sí, el discipulado tiene un costo, implica morir al yo, a nuestro propósito, a nuestra propia voluntad para vivir en el centro de la Voluntad de Dios. Implica una rendición total, una entrega plena a seguir Su camino, no solo de palabra, sino 24 horas al día, 7 días a la semana. Implica dejar de priorizar, de pensar, de vivir por las cosas de este mundo y centrarnos en las cosas de Dios, implica reconocer que hay un propósito eterno que va mucho más allá de nuestras cortas miras en nuestro tiempo de vida. Implica tener valor para proclamar a Cristo “mientras vivimos”, y, no con palabras huecas, ni con juicios que no nos corresponden, sino con amor, y con testimonio vivo de lo que Él ha hecho, y hace cada día, en cada uno de nuestros corazones.
Hoy podemos preguntarnos: ¿Podríamos decir como Pablo a los Gálatas: “con Cristo he sido crucificado/a, y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí” (Gálatas 2:20)? Sí, ser crucificado junto con Cristo es un paso necesario en nuestro camino a la madurez. Es duro, incluso complicado de entender. El Señor no pide una parte de nosotros, sabe que no nos conviene quedarnos con tal o cual área bajo nuestro control, Él quiere todo de nosotros, pues quiere darnos un nuevo “yo”.
Pero, no nos deja solos, Jesús habla a sus discípulos del sufrimiento que se avecinaba, pero también habla de la resurrección (v31). Y es que, no podemos morir al yo sin la ayuda de la Gracia de Dios, uno no puede crucificarse a sí mismo, por eso Él murió. El Señor es el único que puede hacer posible que renunciemos a nuestros deseos, reputación, a nuestra gloria, a nuestra necesidad de controlar a los demás… a todo. Lo único necesario es que estemos dispuestos, que aprendamos de Él, de su humildad y mansedumbre, y descansemos en Él, pues su yugo es fácil y ligera su carga (Mateo 11:29-30).
La cruz es la mayor prueba de amor que podemos recibir, no hagamos de ella algo vano, ni barato. Jesús murió para que pudiéramos “morir con él”, y de esa manera resucitar a una vida plena y abundante (Juan 10:10)
Si, el discipulado tiene un costo, pero mayor es el costo de no ser un discípulo de Cristo. Como dice C.S. Lewis, “para un huevo puede que sea difícil convertirse en un pájaro, pero sería mucho más difícil aprender a volar siendo un huevo”. No podemos ser siempre huevos, porque o bien salimos del cascarón, o nos pudrimos.
REFLEXIONEMOS: ¿Qué te resulta más difícil en entregar todo a Dios? ¿Qué áreas de tu vida necesitas rendir a Cristo? ¿de qué maneras estoy aún luchando por “ganar el mundo”? ¿Cuánto te está costando ser un discípulo? El Señor te garantiza una vida plena en tu renuncia ¿lo crees?
Paloma Ludeña Reyes
1 Willard, Dallas. “Nada me faltará. Vive en la plenitud del salmo 23”. 2018. Editorial Mundo Hispano.
IMAGEN: autor Kevin A Carden/GoodSalt.com