ESTUDIO.

15 de Febrero 2021

Camino a la madurez.

Lectura bíblica: Salmo 1

Será como un árbol plantado junto a corrientes de aguas que da fruto a su tiempo y su hoja no cae. Todo lo que hace prosperará” (Salmo 1:3)

Estamos ya inmersos en esta aventura de clamar juntos a Dios (Jeremías 33:3), con la esperanza de que Él nos va a mostrar cosas grandes y ocultas que no conocemos, tanto a nosotros individualmente, como a su iglesia, a nuestra comunidad. Hemos comenzado a levantar nuestros ojos y mirar el camino que tenemos por delante, y a reflexionar sobre nuestra situación en él: ¿estamos dando pasos? ¿ponemos nuestra mirada en la meta? o, ¿quizás nos hemos sentado en el borde, cansados, desmotivados e incluso decepcionados? o, ¿es posible que estemos mirando hacía atrás como el pueblo de Israel en el desierto anhelando su vida en Egipto? Una cosa está clara, tal y como hemos visto en semanas anteriores, necesitamos a Dios, tenemos “sed” de Él, y, aunque no sepamos por donde discurrirá el sendero, conocemos la Meta: Cristo. Durante esta semana vamos a reflexionar sobre un paso definitivo hacia nuestro crecimiento espiritual: aprender que se trata de un proceso de madurez continua.

La obra creadora de Dios es increíble, su huella es manifiesta desde lo más íntimo de la materia, hasta las increíbles e incomprensibles distancias de un Universo en continuo movimiento. Él pone su firma en todo y nos dice como a Job: “¡Todo lo que hay debajo del cielo, mío es! (Job 41:11b). Él puede hacer crecer un tremendo roble junto a las aguas de un refrescante río, un árbol fuerte, una obra maestra que puede alcanzar hasta 50 metros de altura y crecer durante 200 años, pudiendo llegar a vivir 600. Sus raíces se arraigan firme y profundamente dándole estabilidad, fuerza y vigor. Pero también podemos ver crecer un hongo, de forma maravillosa, pero en un tiempo récord de varios días.

Esta riqueza natural la vemos plasmada constantemente en la Palabra, a través de figuras que nos ayudan a entender nuestro propio camino. Escuchamos acerca de semillas plantadas en diferentes tierras, de higueras, de pámpanos unidos a la vid, del agua vital para crecer, del cuerpo humano como iglesia…etc. Y, en el texto de hoy, de un árbol frondoso como imagen de una mujer u hombre de Dios.

Nuestra reflexión en este día, es por tanto, ¿cómo estamos creciendo? ¿cómo estamos enraizando nuestra vida? ¿cuál es nuestro fundamento? ¿de qué nos nutrimos? ¿cuál está siendo nuestro fruto en cada tiempo? ¿cómo son nuestros planes? ¿de acuerdo con el propósito de Dios? ¿nos hace dichosos estar en Su Voluntad? ¿vivimos Su bendición aún en los momentos de sequía ya que permanecemos junto a las corrientes de las aguas?

Tenemos dos opciones, crecer como un roble, o crecer como un hongo. Crecer en el propósito de Dios para nuestra vida o ser como tamo que arrebata el viento. Quizás sea el momento de pararnos y valorar las consecuencias.

Somos conscientes de que el crecimiento lo da el Señor (1 Corintios 3:6-7), pero nosotros podemos poner las condiciones para que este sea verdaderamente el de un árbol frondoso que afronta las adversidades, o podemos llegar a ser un impedimento para que esto ocurra. En Jeremías podemos leer: “Bendito el hombre que confía en Jehovah, y cuya confianza es Jehovah. Será como un árbol plantado junto a las aguas y que extiende sus raíces a la corriente. No temerá cuando venga el calor, sino que sus hojas estarán verdes. En el año de sequía no se inquietará, ni dejará de dar fruto” (Jeremías 17.8). Es pues la confianza en nuestro Dios la que nos guiará en el camino de la madurez, viviendo de manera dichosa al ser transformados continuamente en nuestra relación íntima con Él, caminando día a día en Su presencia, tomando el agua de vida, meditando continuamente en Su Palabra, que es mucho más que leerla, ya que implica vivirla.

Maduremos juntos, como seguidores de Cristo, y como Cuerpo suyo, demos fruto a su tiempo y disfrutemos de todo lo que Él quiera hacer a través nuestro. Y, recuerda, no se trata del tiempo que hace que eres cristiano. Puedes tener una experiencia de 25 años, o de un solo año repetida 25 veces.

REFLEXIONEMOS:

¿En qué etapa de tu crecimiento espiritual te encuentras? ¿cómo estás creciendo? ¿tienes claro el fundamento o te encuentras sin rumbo y sin propósito? ¿Puedes medir el fruto que estás produciendo?

Paloma Ludeña Reyes