26 de Enero 2021
¿Miedo a la quietud del alma?
Lectura bíblica: Mateo 4:1-11
“Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el diablo”
(Mateo 4:1)
Creo que a todos nos es familiar reconocer que necesitamos llenar de ruido nuestros silencios. He visto hogares donde la televisión está encendida a todas horas, da igual el momento del día, se transforma en un compañero más que no para de hablar, y que tapa descaradamente la puerta que nos permite enfrentarnos a nosotros mismos. Otras veces no es la televisión, pero la sustituimos con cualquier medio, red o actividad que nos mantiene constantemente mirando hacia afuera, hacia el mundo, nublando nuestras verdaderas intenciones, motivaciones, temores… ¿Es que realmente nos da miedo la quietud del alma?
Este es uno de los obstáculos con los que nos enfrentaremos en la práctica del Retiro y del Silencio. Viviremos tiempos de lucha, confrontaciones con nuestro propio ego, pensamientos que no queríamos volver a tener, emociones que surgen haciéndose paso desde donde las teníamos enterradas, percepciones de nosotros mismos que mantenemos bajo llave, donde no dejamos que nada, ni nadie entre… ni siquiera nuestro Señor. Pero necesitamos tener en cuenta que el Retiro no es un lugar de soledad, pues estamos ante la presencia de Aquel que todo lo llena, sino un lugar de transformación y crecimiento.
Cuando tomamos los evangelios en nuestra mano, vemos como Jesús, al inicio de su ministerio, nada más ser bautizado, es enviado por el Espíritu al desierto. Y es que la necesidad de tener tiempos de retiro personal, de disponernos a escuchar activamente de Dios, de ponernos ante su presencia, es una iniciativa que proviene sólo del Él. Nuestro Señor nos zarandea y nos dice “escúchame”, “atiende a lo que tengo que decirte”, “confía en mí”, “deja de escuchar otras voces”, pues sólo Él pone en nosotros “el querer y el hacer” (Filipenses 2:13).
Y es en ese desierto, cuando silenciamos el ruido de este mundo, donde surge la prueba, donde somos tentados a establecer nuestras prioridades de acuerdo a nuestros intereses, a distraernos de nuestro propósito, a dudar de nuestra propia fe, a dejarnos llevar por los métodos de este mundo, en vez de centrarnos en cual es la verdadera naturaleza del Reino, la cruz, el ser capaces de entender lo que significa negarnos a nosotros mismos. Pues es en ello donde va a residir la verdadera victoria.
En el texto de hoy, Jesús el maestro, nos enseña de manera clara como superar estas luchas internas. Él mismo fue realmente tentado en utilizar su condición de Hijo de Dios para su propio beneficio, en pedir pruebas que le ratificaran como Mesías, o en su confianza plena en el Padre para su Misión. Jesús supo responder, tal y como anhela lo hagamos cada uno de nosotros, entregándose en una profunda dependencia a Dios.
El Retiro es realmente un “horno de transformación” como nos dice Henri Nowen, es el lugar donde luchamos con el falso yo, pero también el lugar donde el Dios amoroso nos guía de su mano para ser transformados a un nuevo yo. No se trata de terapia personal, sino de cambio, de conversión, que nos lleva a ser la mujer o el hombre que Dios quiere que seamos. Y, es en esos momentos de “quietud del alma”, donde nos estamos reconociendo a nosotros mismos, en los que necesitamos, verdaderamente, mostrar toda nuestra gratitud a Dios, ya que Él nos está apartando de toda distracción para poder verlo, nos da la mano y guía, como si fuéramos ciegos. Por eso, ante los obstáculos que te surjan cuando te enfrentes a ti mismo, tranquilízate y espera, no pelees, Él te guía (Isaías 50:10).
Y algo muy importante, en el desierto del Retiro, mientras aprendemos a vernos a nosotros mismos, observamos como también cambia totalmente nuestra percepción del prójimo, viéndolos con los ojos de Jesús. Richard Foster nos dice: “Una vez que hemos penetrado el abismo de nuestra propia vanidad, nunca más podremos mirar las debilidades ajenas desde una condescendiente superioridad. Una vez que hemos enfrentado los demonios de desesperación en nuestra propia soledad, nunca más podremos tomar a la ligera la depresión silenciosa y la triste soledad de aquellos que nos rodean. Llegamos a ser uno con todos los que sufren y temen. Somos libres para darles el mayor de los dones que poseemos, el don de nosotros mismos” (Guía de estudio de Celebración de la disciplina, pp57).
REFLEXIONEMOS:
¿Qué tememos oír si disminuimos la actividad y el nivel de ruido en nuestras vidas?
¿Qué te atemoriza realmente de estar a solas con Dios? ¿En qué aspecto de tu vida te escondes de Él, o te tapas con “hojas de parra”? ¿Qué te avergüenza?
¿Estás dispuesto a pasar por el “horno de la transformación” y dejar que el Señor moldee tu ser? ¿Confías en que realmente eso es lo mejor que puede pasarte ahora?
Paloma Ludeña Reyes