NI SIQUIERA ABRIÓ SU BOCA.
Leer capítulo 27 de Mateo
“Todos andábamos perdidos, como ovejas; cada uno seguía su propio camino, pero el Señor hizo recaer sobre Él la iniquidad de todos nosotros” Isaías 53:6 (NVI Cast.)
Todo el peso del Evangelio recae en estos últimos escritos. La consumación de la promesa de Dios, de Su maravilloso Plan que, desde Génesis, desde la Caída del ser humano, había establecido para darnos la oportunidad de volver a Él. La mayor muestra de amor incondicional que puede darse está escrita en estos versos y culminan en el capítulo 28, pues la victoria de la muerte de Jesús está en el poder de su Resurrección.
En este capítulo nos encontramos diferentes escenas protagonizadas por diferentes personajes: los líderes religiosos, el traidor que cambia de opinión, el político romano y sus soldados, los que observaban, especialmente uno de ellos Simón de Cirene, los ladrones crucificados, el centurión cuya boca proclama por primera vez que Jesús era el Hijo de Dios, las fieles mujeres, los seguidores de Jesús “ocultos” como José de Arimatea, y los que aseguraron el sepulcro y lo guardaron sin éxito. Y ante todas estas escenas, ante la injusticia a la que se vio sometido, el escarnio, la burla, la tortura terrible, nuestro Señor, guardó silencio. Cómo profetizó Isaías: “Maltratado y humillado, ni siquiera abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; como oveja enmudeció ante su trasquilador; y ni siquiera abrió su boca” Isaías 53:7
Son muchos los aspectos de los que podríamos hablar, en los que podríamos profundizar, y que serían de enriquecimiento y conocimiento de lo que significó la Cruz. Nos ayudarían a comprender la Gracia inmerecida de Dios, la expiación, la redención, el perdón infinito para todos aquellos que creen que así fue, y deciden rendirle su corazón. Pues, Él era Dios, pero se despojó de su condición divina, haciéndose hombre y muriendo bajo tales torturas, para que pudiéramos volver a Él, a la condición original por la cual nos creó, una nueva Humanidad de acuerdo con su propósito, que declara que Jesús es el Señor (Filipenses 2:1-11). El velo se rasgó en dos.
Pero hoy quisiera que reflexionáramos sobre la siguiente pregunta: ¿Por qué el pueblo que vio los milagros, que escuchó a Jesús sus enseñanzas, que le aclamó y se maravilló, prefirió dar libertad al conocido como “Jesús Barrabás”, el preso más peligroso y menos digno de ser librado, que, a Jesús, el Cristo (v17)?
Al principio del capítulo vemos como todos los ancianos del pueblo y los principales sacerdotes estaban reunidos buscando una treta para que la pena capital pudiera ser dictada por las autoridades romanas. Este engaño, es consecuencia de la tremenda incongruencia que viven estos religiosos. Por una parte, podemos ver su reacción cuando llega Judas, que reconociendo que ha entregado sangre inocente quiere devolver las monedas, pero ellos, olvidando su labor de guías espirituales, le responden: “¡Allá tú!”, … es tu problema”. Pero aún más, no les importaba haber dado monedas de plata para traicionar a un inocente, sin embargo, después, no quisieron aceptarlas porque estaba prohibido por la Ley recibir dinero de manos de un homicida. Recordemos aquí las palabras de Jesús: “¡Guías ciegos, que coláis el mosquito y os tragáis el camello!” (Mateo 23:24).
Asentados en la incoherencia y falta de integridad, queriendo llevar adelante lo que ellos querían, y ciegos espiritualmente, los ancianos y sacerdotes llevaron al pueblo hacia sus argumentos, hacia la mentira que ellos mismos habían creado. Querían hacer ver que Jesús no podía ser el Mesías, no tenían delante al que liberaría al pueblo de la opresión romana, no era el rey que ellos esperaban, no cumplía Jesús sus expectativas, originadas por una clara falta de comunión real con el Dios al cuál todos decían adorar. Surge aquí Barrabás, quién a pesar de ser un ser despiadado homicida, luchaba por la causa judía, siendo un rebelde contra el gobierno romano, y seguramente una especie de héroe para muchos de ellos, representaba la fuerza tangible del poder humano. Mientras que Jesús, el Hijo de Dios, en su silencio, evidenciaba su carácter de siervo, de siervo sufriente, al que posiblemente habrían reconocido si hubieran recordado, conocido o profundizado en las Escrituras. Él era el Hijo de Dios que no supieron recibir (Juan 1:11), cuyo reinado no es de este mundo (Juan 18:36), pero ellos se agarraron a lo que creían les daba más seguridad, se agarraron a lo humano, no a lo divino.
La ceguera espiritual impidió al pueblo ver que acababa de ocurrir algo glorioso en esa Pascua: conmemoraban la liberación del pueblo de Dios de la esclavitud en Egipto, pero estaban siendo testigos de la verdadera liberación, la de la esclavitud del pecado para toda la humanidad, llevada a cabo por el sacrificio del Cordero Pascual, el mismo Cristo, dando cumplimiento así al Nuevo Pacto, de una vez y para siempre (Hebreos 9:26).
Preguntas para reflexionar:
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¿Qué cambia en ti cuando reconoces que la Gracia de Dios, es gratuita, pero también ha supuesto un gran coste?
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¿Qué cambia en ti el reconocer la falta de integridad de los religiosos judíos?
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Cómo creyente, ¿Cuáles son tus expectativas? ¿Cuántas veces te apoyas más en el poder humano, en la seguridad que da el control de lo que este mundo nos ofrece, en vez de en el poder divino? ¿Cuántas veces hemos podido llegar a elegir a Barrabás en vez de al Cristo?
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Cómo creyentes, cuántas veces hemos podido dejar nuestra labor de sacerdocio y decimos a los demás: Allá tú, es tu problema.
Paloma Ludeña Reyes.